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Lírica en peligro

En una sombría covachuela de la Casa de la Villa, atiborrada de papelotes del suelo al techo y sin ninguna inscripción sobre su puerta, pasa las horas de su jornada laboral un canoso funcionario al borde de la jubilación cuyo trabajo específico es llevar las cuentas de la caja B de nuestro señor alcalde, cuadrar los números de ese presupuesto subrepticio con el que don José María hace sus caridades y paga sus multas y los viajes y peregrinaciones de su cónyuge, doña Eulalia, que trabaja desinteresadamente a su lado entregando ramos de flores y sonriendo a las visitas de protocolo.La caridad bien entendida empieza por uno mismo, esta frase torticera que hace trampa con el precepto evangélico figura en el ideario de nuestro primer edil, que con cristiana solicitud atiende a los necesitados y cubre sus necesidades sin tener que echar mano de su bolsillo. El alcalde ejerce la caridad propia y ajena en nombre de sus administrados, ganando el cielo para ellos con sus dineros.

Que tu mano derecha no sepa lo que hace tu mano izquierda. Don José María también lleva a la práctica, llevaba hasta ahora, este otro aforismo de raíz cristiana. Humilde y discreto, este hombre de Dios mantenía en secreto, para no hacer ostentación, sus numerosos donativos a particulares, cofradías y, de vez en cuando, en una ocasión al menos, a la benemérita Guardia Civil de Tráfico que paró su coche en el arcén de una carretera para multar a su chófer por exceso de velocidad cuando nuestro edil se movía de Roma a Santiago, de devoción a devoción.

Puesto a elegir entre dos pecadillos, llegar tarde a una ceremonia religiosa o ignorar el límite de velocidad impuesto, don José María eligió el segundo, prefirió una vez más la devoción a la obligación.

La discreción formaba parte de las obligaciones del funcionario contable de la covachuela, Fermín Patallana, que sólo ha salido a la luz pública cuando su callada labor ha sido aventada por los periódicos haciendo innecesario su silencio.

No está de acuerdo don Fermín en cómo han tratado los periodistas impíos el asunto de la cuenta devota de su alcalde. Los periodistas, decía el otro día el funcionario, sólo han querido ver el lado material, puras letras y números, de la benéfica y fecunda actividad del munícipe dispensador de caridades sin importarles los nobles motivos que impulsaban a la autoridad a efectuar sus dispendios.

El otro día, en una popular taberna cercana a la Casa de la Villa, Patallana, algo alterado por los acontecimientos y por varias rondas de vino de Valdepeñas, relataba a quien quería escucharle los pormenores de la cuenta de caridades de su jefe, por el que guarda una fidelidad absoluta y perruna, y proponía una solución administrativa para que este tipo de actividades y de gastos pudiera encuadrarse de forma transparente en los presupuestos municipales.

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"Facturas", decía el fiel servidor, "lo que faltan son facturas, comprobantes de gastos, ya sé que es difícil que un mendigo callejero, o un pobre vergonzante de los que solicitan la caridad del alcalde, entregue una factura debidamente cumplimentada, pero para eso he ideado yo un talonario muy sencillo en el que se incluye el número de NIF del pedigüeño y un espacio para la firma. Puede parecer algo engorroso, pero ahorraría muchos problemas".

Entusiasmado con su propuesta, Patallana proponía la extensión de este talonario caritativo a todos los contribuyentes madrileños que luego podrían desgravar sus donativos de los impuestos municipales. "Que compras La Farola, tiras de talonario; que le das 20 duros a un músico callejero en el metro, talonario que te crió...".

"¿Y los viajes de mi mujer?", terció uno de los parroquianos, "¿también puedo desgravarlos como hace él?".

El funcionario meditó unos instantes, refrescó el gaznate con un trago de valdepeñas y respondió: "En ocasiones, claro que sí, sobre todo si, como es el caso de Manzano, te vas a Alemania para representar a la lírica española; una lírica tan importante como la nuestra necesita al menos dos personas para representarla con dignidad.

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