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Vecinos de Liliput

JOSU BILBAO FULLAONDO

Termina en Bilbao y se instala en Vitoria. Los diminutos es la exposición que estos días se encuentra en el Espacio de los Mundos, esos eslabones hosteleros que cumplen funciones de galería fotográfica permanente. Iñaki Larrimbe (Vitoria, 1967) es el autor de esta graciosa colección. Las escenas están protagonizadas por personajes liliputienses. Con gran dosis de ironía trae un universo de enanos. Minúsculos muñecos de uso común en maquetas urbanísticas. Su vida de plástico se pierde entre objetos de uso cotidiano, aparentemente banales y extendidos por todos los hogares. Son metáforas del empequeñecimiento del hombre ante un mundo de complejas dimensiones. Condición humana disminuida por una maraña de elementos triviales. Una contraposición al tópico de tener "el mundo al alcance de sus manos", a la fantasiosa ridiculez del acceso internauta a todos los puntos del globo.

No había antecedentes en casa, pero Larrimbe se recuerda a sí mismo dibujando desde niño. Asistió a la Escuela de Artes y Oficios de Vitoria. Estudió Bellas Artes en Leioa. Especializado en restauración, no teme adentrarse en las más diversas disciplinas. Sus incursiones en escultura, pintura, instalación o en el cómic así lo atestiguan. No contento, está escribiendo una novela negra donde, como no podía ser menos, los protagonistas son artistas y el muerto, un mecenas. Con la fotografía mantiene una querencia especial y se viene expresando con ella desde hace algunos años. En 1990, estrenó La piel falsa, una colección de fotomontajes repartidos en cinco series. Puzzles para alegorías, donde desfilan entremezcladas las más diversas imágenes que en una de sus transmutaciones semánticas convierten retratos de mujer en suaves pétalos de rosa. Siguió Implosión en León, Snob en Basauri y ahora, después de alguna que otra escaramuza con el autorretrato, Los diminutos, que se amplia con una línea sobre objetos enfermos y otra de coches miniatura incendiados.

Son fotografías sin excesivo protocolo. Sobre fondo blanco, bajo una luz homogénea, las composiciones frontales destacan el colorido de los objetos que contrasta con el de las pequeñas figurillas añadidas. El conjunto adquiere cierto aire romántico. Unidades de formato reducido (20x15 centímetros) se presentan sobre una caja de 9 centímetros de espesor. Sobresalen de la pared como un estallido visual ávido por llegar al nervio óptico del espectador. Los modelos son piezas con diseño anodino, elementales, reivindican funcionalidad y consumo popular. La intervención del autor sobre ellas las carga de poesía. Repleta de ambigüedad, la sugerencia habla del mundo que nos rodea. Plastificado, patético, pero divertido, repleto de cosas entre las cuales divagan solitarias las gentes.

Los ejemplos son contundentes. El pulverizador de colonia es torre sobre la que se alza un hombrecito a modo de estigma viviente. Otro personajillo pasea sobre el borde de una jabonera rosa haciendo equilibrios. Una esponja se convierte en inmenso precipicio para una mujer. Entre las púas de un cepillo de fregar suelos, recordando a un gran juncal, se pasean perdidos varios individuos. Rulos de pelo, tazones o cualquier otro tipo de envase de plástico, lo mismo que un estropajo metálico, improvisan los escenarios. La colección sigue un proceso de constante desarrollo, sigue creciendo con innumerables motivos. Parece inspirada en un teatrillo infantil, donde la imaginación cuestiona un mundo enrevesado y la condición de quien lo habita.

El camino emprendido por este autor no responde con claridad a los criterios reconocidos habitualmente para los fotógrafos. Utiliza únicamente su técnica. Su búsqueda formal de las formas presenta interrogantes sobre la existencia, imprime un contenido abierto a interpretaciones distintas y ayuda a reconsiderar la práctica fotográfica. Un ejercicio artístico que manifiesta su múltiple dimensión, su capacidad de mutabilidad, siempre dispuesto para abrir vías hacia el pensamiento y la reflexión.

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