De la responsabilidad JOSEP RAMONEDA
La prensa ha destacado que el Gobierno francés ha decidido que la policía patrulle en el interior de los 75 institutos de enseñanza media de más alto riesgo. Hay unanimidad en reconocer la crítica situación en que se encuentran algunas escuelas de las periferias urbanas de las grandes ciudades o de regiones en que las conversiones industriales han producido enormes desgarros sociales y altas tasas de paro. Hace ya algún tiempo, la agencia Capa instaló sus cámaras durante un año en un instituto de la banlieue de Paris. No era un instituto con alto grado de violencia física, pero el documental Une vie de prof reflejaba el acelerado proceso de pérdida de autoridad y derrumbe psicológico de los profesores, en un clima de rechazo, hostilidad y tensión permanente. No voy a insistir en el elogiado filme de Bernard Tavernier Hoy empieza a todo, que recrea el triángulo desestructuración social, violencia escolar, insolencia burocrática, con los profesores perdidos en el centro.La gravedad del problema está perfectamente reconocida. Sin embargo, me resulta difícil entender que la policía patrullando entre clases y pasillos contribuya a resolver el problema. Puede que en algunos casos extremos la presencia de la policía impida alguna agresión en la escuela, aunque probablemente la violencia se dé después en la calle. Puede que dé a los profesores una protección bien necesaria, porque el Estado tiene obligación de garantizar las condiciones de su trabajo. Pero también puede generar un enemigo común contra el que organizarse y rebelarse, que imponga solidaridades forzosas. Y no creo que sea ésa la cohesión del grupo que se busque. A los que no conocen otro código que el de la violencia, que es para ellos la única forma de conseguir reconocimiento, se les coloca enfrente el código de los profesionales de la violencia de Estado. Una forma desesperada de diálogo en las aulas que de algún modo consagra la marginalidad de los 75 centros. ¿Qué pasará el día en que la policía salga? ¿O no saldrá nunca más?
La izquierda francesa está dando muestras de realismo y eficacia y, como toda la izquierda europea, lleva tiempo dejándose empapar por la realidad y abandonando obsoletas posiciones doctrinarias. Durante mucho tiempo la izquierda fue deudora de la fe en la bondad natural del hombre. Dado que eran las relaciones sociales las que pervertían esta naturaleza bondadosa, se tendía a trivializar la cuestión de las responsabilidades poniendo el énfasis en las causas. Siempre estaba disponible la coartada del marco social para llegar a la conclusión de que nadie era culpable, sino que el problema era de la sociedad entera. Con estos argumentos la izquierda tardó en asumir cuestiones sensibles para la ciudadanía, como la seguridad y la inmigración, dejando vía libre a la derecha para que se apoderara de ellas sin remilgos ni escrúpulos. Con lo cual se consagraron algunos tópicos autoritarios que ahora la izquierda tiene que lidiar.
Pero a veces parece como si la propia izquierda derivara hacia el extremo opuesto de su querencia rousseauniana, como si se apuntara a la idea de que no hay causas, sino comportamientos que reprimir. De las condiciones sociales habríamos pasado a las actitudes antisociales. Siempre se está a punto de mandar a la policía a apagar algún fuego provocado por jóvenes a punto de ser declarados irrecuperables, como corresponde a la lógica dominante en estos tiempos: el que no sigue cae en la marginación, perdido a su suerte. Con una agravante: el infierno no hace sino aumentar el número de sus habitantes. Y la violencia crece en la misma proporción.
Está bien reconocer los problemas -el de la violencia escolar, por ejemplo-, porque éste siempre es el primer paso para afrontarlos. Y es responsabilidad del gobernante mandar a la policía a donde ronda el delito, porque es una de las obligaciones de su cargo, como conductor del monopolio de la violencia legítima. Pero no por ello hay que abandonar el discurso de las causas y de las circunstancias sociales. Porque estamos cayendo en el mismo defecto que antes pero al revés. Una vez más la gran perdedora, la que queda fuera de juego, es la responsabilidad. Si todo es culpa de la sociedad, nadie es responsable, y ésta ha sido una grave y arraigada creencia en unas generaciones especialistas en no ser nunca culpables de nada. Pero si sólo se ve la violencia -la punta del iceberg- y cómo reprimirla, también estamos dando vacaciones a la responsabilidad, porque son muchos los irresponsables cuya acción involuntariamente concertada da la grave situación de violencia escolar. Frente al problema de la violencia escolar deberían ser más útiles los miles de auxiliares docentes, trabajadores sociales, enfermeros, etcétera, que va a reclutar el Gobierno francés, que los policías, que en definitiva oponen a la violencia otra violencia que puede fácilmente generar una espiral de acción-reacción.
El problema de la violencia escolar empieza en casa y en la calle. Es de mucha más envergadura que un problema policial. En una escuela la policía sólo debería entrar en situación de emergencia extrema (y en algunas escuelas se da). Pero incluso en estos casos es una protección momentánea, pero no una solución. La cuestión de fondo es la responsabilidad: de los que no la asumen y de los que no están en condiciones de asumirla. El pensamiento conservador esta lanzando una cruzada contra la gran disrupción (Fukuyama). Aunque muchos de sus representantes se autoproclaman liberales, pretenden cargar sobre la liberalización de las costumbres que arrancó en los años sesenta la casi totalidad de los males de la sociedad: ruptura de la familia, marginación, droga y desarraigo social. Es una manera astuta de evitar la cuestión lacerante y determinante del crecimiento de las desigualdades y de los efectos destructivos para la cohesión social del principio el que gana sube y el que pierde se hunde que se esconde bajo el ideologismo sagrado de la competitividad. Que los policías en 75 institutos sean más noticia que los 7.000 trabajadores sociales es en parte positivo porque indica que todavía es una noticia chocante. Y mientras choque estaremos a tiempo de evitar que una vez más la responsabilidad sea la gran ausente a la hora de afrontar los problemas de cohesión social y convivencia. La responsabilidad de reconocer que el otro también existe. La responsabilidad como forma de urbanidad.
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