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Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

Sobre 'El invento del español'

En la edición dominical de EL PAÍS del 16 de enero aparece, a lo largo de dos páginas, un extenso texto de Juan Ramón Lodares, profesor de la Universidad Autónoma de Madrid, titulado El invento del español (en realidad, un extracto de un libro de inminente aparición). En él se vierten algunas opiniones, a nuestro juicio nada inocentes y bastante desafortunadas, sobre la España plurilingüe, sobre las lenguas minoritarias, sobre el peligro de que se instauren "aduanas lingüísticas" y sobre algunos usos y abusos de la política lingüística en el pasado y en el presente.Por ello, y aunque nos dé cierta pereza insistir en algo tan obvio a estas alturas de la historia, conviene subrayar algunas ideas que, por una parte, nos ayuden a entender que cualquier crítica a unas ideologías lingüísticas no se hace en nombre de la razón y de la verdad, sino de otras ideologías lingüísticas y, por otra, a evitar que en nombre de la lengua (en este caso, la lengua castellana o española) se ataque o minusvalore a otras lenguas.

1.Todas las lenguas son iguales, ya que todas y cada una de ellas constituyen un espejo de la identidad sociocultural de las personas y de sus comunidades de habla. No hay una lengua mejor que otra, aunque unas tengan un mayor uso, un mayor caudal léxico, una gramática más compleja o una mayor tradición literaria que otras. Pero todas y cada una de las lenguas del mundo son herramientas de comunicación y de convivencia entre las personas que integran una comunidad de habla, y en calidad de tales son útiles, perfectas e insustituibles (léase a Sapir, a Chomsky y a otros ilustres antropólogos y lingüistas). Otra cosa es la difusión social de las lenguas y el estatus del que gocen en el ámbito estatal e internacional, aspectos éstos en los que inciden avatares de tipo económico, demográfico y político.

2.Las lenguas son de quienes las hablan y nadie (ni en el ámbito de la política ni en el de la filología) tiene el derecho a usurpar el derecho de las personas a usar su lengua materna en condiciones de igualdad y de respeto con las demás lenguas. Pese a ello, en el pasado, y aun en el presente, quienes hablan y escriben en una lengua minoritaria siguen estando bajo sospecha.

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3.Nada más lejos de nuestro ánimo que ignorar algunos de los usos y abusos de las políticas lingüísticas de las dos últimas décadas en España, aunque en el diagnóstico y en las conclusiones no coincidamos en absoluto con el profesor Lodares. Sin embargo, cualquier crítica a las ideologías que subyacen a los procesos de normalización lingüística no debería olvidar que es una crítica que se ejerce en nombre de otra ideología lingüística, en este caso, esa otra ideología que considera que la lengua mayoritaria tiene en sí misma unas virtudes lingüísticas y culturales de las que carecen las lenguas minoritarias.

4.El amor a la lengua propia no debe construirse sobre los cimientos del desprecio y de la ocultación de las otras lenguas. Y lo decimos en calidad de personas cuya lengua materna es la lengua castellana (si bien tenemos la suerte de hablar y entender algunas otras lenguas de las que se usan en el Estado español) y cuyo oficio es enseñar a usar y a amar esa lengua sin sembrar prejuicios lingüísticos y culturales contra quienes hablan otras lenguas. Como señala la Declaración Universal de los Derechos Lingüísticos, "la educación debe estar al servicio de la diversidad lingüística y cultural y de las relaciones armoniosas entre las diferentes comunidades lingüísticas del mundo". A menudo los obstáculos entre las comunidades lingüísticas no tienen que ver con las lenguas, sino con algunos mensajes (en cuyo origen están políticos de uno y otro signo y, lo que es aún más triste, algunos filólogos) que en nada contribuyen al objeto esencial de todas y cada una de las lenguas: el entendimiento y la convivencia entre las personas.- Carlos Lomas y Amparo Tusón Valls. Catedrático de Lengua Castellana y Literatura de educación secundaria en Gijón y catedrática de Lengua Española de la Universidad Autónoma de Barcelona, respectivamente.

Es de celebrar la aparición de El paraíso políglota, del doctor J. R. Lodares, sobre todo porque puede contribuir a debilitar ciertos discursos oficiales sobre las lenguas de España. Sin embargo, cabe notar, por un lado, que el suyo (EL PAÍS, 16 de enero de 2000) recuerda notablemente el del célebre abbé H. Grégoire y sus correligionarios jacobins, que durante la revolución se propusieron la "aniquilación" (sic) de las otras lenguas de Francia en nombre de la "modernidad", la "igualdad" y la "civilización". Por otro lado, el autor parece olvidar que, en teoría, no es necesario que un Estado funcione con una "lengua común" (ni en la práctica: ahí están Bélgica, Canadá, Finlandia, Suiza...). Ciñéndome a Cataluña, el discurso lingüístico nacionalista suele basarse, en efecto, en nociones patrióticas y tradicionalistas heredadas del Romanticismo del siglo XIX, y, posiblemente, oculta un deseo monolingüista a largo plazo -pero también parece que, por suerte, está entrando en crisis-. Ahora bien, no deja de sorprender que el doctor Lodares no someta a parecida crítica la ideología lingüística de cierto liberalismo basado en la ilustración del XVIII (la del Foro Babel, la del doctor Vidal Quadras..., ¿la del doctor Lodares?), no menos desencaminada, patriótica y tradicionalista a las puertas del siglo XXI: tratar como iguales dos lenguas que no pueden competir en estricta paridad conllevaría a medio plazo a la irremisible desaparición del catalán.

Por contra, diría más bien que la "modernidad", hoy día, cabe esperarla de formulaciones alternativas y no tan obsoletas. El profesor Albert Branchadell, por ejemplo, sociolingüista de la Universidad Autónoma de Barcelona, ha propuesto recientemente que éstas deberían pasar, al menos: a) por el escrupuloso respeto de los derechos individuales de todos los catalanes, y b) por una cierta preeminencia del catalán sobre el español, al menos mientras continúe el amplio consenso democrático (y no sólo político, sino también social, según indicadores fiables) que se da en Cataluña sobre esta cuestión. Y esta preponderancia, además, sin menoscabo del gran papel que puede tener el español para (mejor que en) un país pequeño como Cataluña. Excede a mis capacidades sugerir cómo podrían articularse estas nuevas vías (pero para eso los ciudadanos votamos y pagamos a nuestros representantes). La paradoja no es mía, aunque expresa bien el sentido de los nuevos tiempos: Cataluña (y, todo sea dicho: Valencia y las Baleares) no podrá ser un país monolingüe, pero tampoco bilingüe.- .

Profesor titular de Historia del Catalán de la Universidad Autónoma de Barcelona. Bellaterra.

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