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El problema del País Vasco

(*) En una democracia -y España es hoy una democracia- un partido democrático -y el PNV es un partido democrático- puede tener como programa la independencia del País Vasco conseguida por medios democráticos. Como también otros partidos democráticos -el PP vasco y el PSOE vasco son partidos democráticos- están en su derecho al defender en sus programas políticos que el País Vasco sea una autonomía, con sus características propias, y permanezca unida a España.En cambio, me parece más discutible que para alcanzar la independencia del País Vasco baste con que sus partidarios alcancen el 51% de los votos -como dijo Arzalluz- si se somete a votación la cuestión. En el mes de diciembre fue noticia en la prensa la posición sobre un tema análogo -el de Quebec- del Tribunal Supremo de Canadá, un país con vieja tradición democrática. El Tribunal Supremo canadiense ha dicho que para que fuera válida la secesión de Quebec sería necesaria una mayoría muy cualificada de votos a favor del sí. Pero éste, a diferencia del anterior, no es un tema que afecte a los derechos fundamentales de la democracia; es un tema de procedimiento, de seguridad política, ante un supuesto tan importante y trascendental como es el que una parte de un Estado, del que ha formado parte secularmente, se desgaje de él. Por cierto, que de esta opinión también parece que es Otegi.

Y me parece que claramente va contra la Constitución por la que se rige la democracia española, contra la lógica política y contra el peso de la historia, que la cuestión de la independencia del País Vasco pudiera decidirse en "el ámbito vasco de decisión" solamente. Me parece evidente que cualquier cuestión que altere fundamentalmente la actual organización política de España, sólo puede hacerse de acuerdo con la opinión, libremente expresada, de todos los españoles, y con las mayorías y el modo previsto en la Constitución. Plantearlo de otra manera sería romper las reglas de la democracia constitucional por la que nos regimos, y que Arzalluz ha dicho que respeta, y plantear una prueba de fuerza. Ante una prueba de fuerza de tal naturaleza, el Gobierno español tendría que responder aplicando todas las medidas que la Constitución y las leyes ponen a su disposición. Debo decir que no creo que ni Arzalluz ni el PNV piensen plantear en un futuro previsible esa prueba de fuerza.

La doctrina oficial del PNV declara obsoleto el Estatuto, aunque Arzalluz ha dicho que lo respeta. Pero lo que ni él ni ningún miembro del Buru Batzar dicen es todo lo que el País Vasco ha conseguido, desde su autogobierno autonómico, en la construcción y afirmación de sus características específicas y nacionales; en la impulsión de la lengua vasca y en su autogobierno, dirigido en estos veinte años por el PNV que él lidera. No le he oído, ni a él ni a otros líderes de su partido, nada sobre el cambio profundo, esencial, de España en estos veinte años, al convertirse en el país más descentralizado política y administrativamente de Europa; cambio que pone fin a trescientos años de centralismo. Ni tampoco ninguno de ellos dice que, por primera vez en muchos, muchos años, España, y con ella el País Vasco, vive una democracia y una libertad que parecía imposible cuando Xabier Arzalluz y yo teníamos 40 años. Es posible que nada de esto aplaque la sed de independencia de los abertzales; pero lo cortés no quita lo valiente, y no es malo para empezar a dialogar reconocer lo que han conseguido los vascos en estos 22años de vigencia de la Constitución española, que estructuró jurídicamente nuestra democracia y nuestra libertad (y con ella la de los partidos nacionalistas vascos democráticos).

Pero el problema vasco, el gran problema al que se enfrentan los nacionalistas democráticos y los que no lo son o no actúan como tales, es el de la división, el de la profunda fractura de los vascos en dos bloques antagónicos, a su vez divididos, sobre el tema de la autodeterminación y su corolario de la independencia. El conjunto de las elecciones que se han celebrado desde 1977, generales, autonómicas, municipales, ha puesto continuamente de manifiesto esta división, esta fractura. Además, según las encuestas, muchos de los vascos que votan al PNV se declaran satisfechos con la Constitución y el Estatuto de Gernika. El propio Arzalluz ha dicho que no sabía si su electorado apoyaría la propuesta independentista. No voy a entrar en el análisis del porqué del cambio de actitud del PNV a partir de Estella. El hecho es que, hoy por hoy, se ha formado un bloque nacionalista compuesto por el PNV, EA y Euskal Herritarrok que defienden la autodeterminación, el ámbito vasco de decisión y la independencia; que en el programa de este bloque se incluyen en ese ámbito vasco, Navarra y lo que llaman Euskadi Norte, territorios en los que los nacionalistas no tienen más del 20% de los votos, en la primera, y parece que no más del 10% en el segundo.

Puestas así las cosas y en el clima de crispación y enfrentamiento que se vive en el País Vasco, agravado por el clima electoral en el que estamos viviendo, lo único que, a mi juicio, cabe hacer es, hoy más que nunca, insistir y aplicar los principios básicos de la democracia; es decir, el respeto a la ley y el diálogo; que la confrontación política se vuelva diálogo permanente, ante todo, en los Parlamentos y, además, en los foros sociales; y que las cuestiones planteadas en el País Vasco se puedan solucionar por el voto de los ciudadanos, emitido libre y pacíficamente, nunca por la amenaza y la violencia. El criminal y trágico error de ETA es creer que podrá imponer por la fuerza lo que los vascos no quieren, o imponerse por la fuerza al Gobierno español, o que depende del Gobierno español lo que los vascos quieran.

El problema planteado por el nacionalismo vasco y, en general, por los nacionalismos, va a requerir una gran capacidad de diálogo y de consenso entre todas las fuerzas políticas. El mismo espíritu de consenso y diálogo que presidió nuestra transición y la redacción de los Estatutos de las nacionalidades históricas. Es mal momento el de las campañas electorales para hablar de consensos. Pero las elecciones se celebrarán el 12 de marzo y, antes y después, éste es uno de los grandes problemas que esperan al que las gane; y un problema que exige, para plantearlo adecuadamente y para buscar sus posibles soluciones, el consenso previo de los partidos nacionales, sobre todo entre el PP y el PSOE, que ahora se están tirando trastos electorales a la cabeza. Si no buscan el consenso para enfrentarse al problema, más tarde o más temprano, el problema del nacionalismo vasco, y el de los demás nacionalismos, puede originar una grave crisis en nuestra democracia y en nuestra libertad que, no lo olviden los nacionalistas vascos demócratas, son condición necesaria de las suyas.

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