La paz de las colinas
Siria e Israel han comenzado las negociaciones para la devolución de las colinas del Golán a Damasco a cambio de paz y seguridad sin tacha para Jerusalén. La primera ronda de contactos ha concluido en Estados Unidos y el próximo miércoles comenzará la segunda. Durante las semanas venideras se informará por ambas partes, pero no es aventurado deducir que las conversaciones sufren graves altibajos. Hay motivos, en todo caso, para confiar en que sirios e israelíes saben muy bien que, junto a la coreografía inevitable para tanto recelo histórico, la paz se vislumbra en la disputada línea del horizonte.Lo que se discute parece a primera vista diáfano. Retirada total de cerca de 1.000 kilómetros cuadrados de una montañosa meseta que los israelíes conquistaron en la guerra de 1967, con la firma de una paz que entrañe reconocimiento mutuo, intercambio de embajadores, fronteras abiertas, y disposiciones de seguridad como zonas desmilitarizadas, tecnología para la advertencia de peligros por doquier y el posible estacionamiento de fuerzas neutrales en tierra de nadie.
Todo muy geométrico, pero no sin precisas notas al pie. Para Jerusalén, el Golán se define por la divisoria de 1923 entre el mandato francés de Siria y el británico de Palestina; y para Damasco, por la de 1949, al término de la primera guerra árabe-israelí. Y entre la una y la otra hay una diferencia de 20 kilómetros cuadrados de más para la parte siria en el segundo caso, y algunos puntos en los que la raya se queda a unos 10 metros de distancia del lago Tiberíades en el primero, con todo lo que ello significa de acceso o no al agua para regar, beber o dedicar a diversos usos industriales. Tan cerca y a la vez tan lejos.
De igual forma, en el apartado de la seguridad, Israel exige contar con un retén propio de vigilancia en el monte Hermón, en caso de que éste quedara en territorio sirio, y los árabes aducen que toda concesión a su lado de la frontera habrá de tener réplica exacta en el del prójimo, lo que irrita a los israelíes, porque es como decir que tampoco son de confianza.
Finalmente, Jerusalén, que tendrá que repatriar a la totalidad o gran parte de los 17.000 colonos que ha instalado en las colinas, le hace la competencia al Gran Capitán al pasar factura de todo lo anterior, mayormente a la tesorería norteamericana. Hay soluciones para todo ello, como compensar con agua turca de la frontera con Siria al que se quede sin toda la que quisiera del Tiberíades. El presidente sirio, Hafez el Asad, sabe que ahora, o quizá nunca, es el momento de tomar el Golán y correr; y el líder israelí Ehud Barak está persuadido de que, con las condiciones debidas, Israel puede permitirse el lujo del repliegue. Por eso hay que creer y celebrar que la paz de las colinas no es ya una quimera.
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