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La identidad de aquí

PACO MARISCAL

¿Con qué o con quiénes nos identificamos o reconocemos los valencianos? ¿Qué pueblo, país, nación, comunidad, región, tierra, mar, aldea o alquería nos une con su sustancia y accidente, de forma que nos permita ser una realidad social única y distinta de otras realidades sociales y políticas? ¿Somos localistas falleros, provincianistas que degustamos sabrosas paellas, españolistas taurinos, valencianistas al son de dulzaina, europeos atendiendo a nuestros turistas, o el rosario de la aurora? El Centro de Investigaciones Sociológicas ofrece números y estadísticas en torno al localismo, regionalismo, valencianismo, españolismo y otros ismos de por aquí. Se publicaron en estas páginas y son palabras de grueso calibre que apuntan al sentimiento de identidad que tenemos los valencianos con nosotros mismos, apuntan a conceptos como banderas en esta franja larga y estrecha de tierra, donde faltan mástiles para colgar banderas.

Los conceptos y las banderas de identidad suelen ser espinosos por doquier. Aquí no lo son demasiado. La identidad valenciana es una cuestión de futuro, y el futuro, decía el filósofo Heidegger, está en nuestro origen y procedencia. Así pues, nuestra identidad y futuro es celta e íbera, judía y cristiana, blasquista y antiblasquista, católica y hereje, liberal y conservadora, beata e iconoclasta, gitana y mora. Que al cabo por ahí están los orígenes, como procedentes del norte y del sur, del interior y el litoral. La identidad o identidades generan chorros de palabras, de nombres, de conceptos con mayúscula y minúscula, con humor o con ira.

En ocasiones sería conveniente que las encuestas sobre identidades descendieran del ámbito de las palabras y conceptos al suelo de los hechos reales. Porque lo real es lo empírico, lo que enseña la experiencia, y lo que la experiencia construye y altera. En esas encuestas sobre identidades no se nos pregunta por el apego de los valencianos a lo real que es el progresivo deterioro del entorno en esta tierra, que es el cemento como política, que es el desarrollismo como progreso, que es un patrimonio lingüístico maltratado, que no es un crecimiento económico sostenido, que no es una escuela pública de calidad, que es un consumismo que no siempre se traduce en calidad de vida, que es la realidad tan distante de conceptos y banderas como el aterramiento de humedales o el dinero público gastado en cuanto de cutre tiene la televisión autonómica.

Esas encuestas en torno a conceptos e identidades nacionales, regionales o locales son vaporosas y rozan con frecuencia una sensibilidad superficial cuando no rozan la sensiblería. Ni muestran toda la realidad que el cuerpo social valenciano representa, ni la realidad que podría ser y no es. Porque lo que podría ser y no es, es decir, el futuro, no se incluye en dichas encuestas. Y aquí y ahora, el País Valenciano moderno, europeo e hispano está por hacer. Un País Valenciano ni moro ni cristiano, ni liberal ni conservador, ni de derechas ni de izquierdas sino de todos, para cuando vayamos a entrar en el siglo XXI y todos nos preparemos para evitar el llamado efecto del 2100.

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