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Reportaje:

San Lorenzo de El Escorial, yacimiento de reyes

Acaban de finalizar en Madrid los siete días de luto oficial por la muerte de la Condesa de Barcelona, doña María de las Mercedes de Borbón. Ante su féretro, instalado en el Palacio Real de Madrid, decenas de miles de madrileños le rindieron afecto por su personalidad amable y su significación histórica. Por su condición de madre de rey de España, los restos de doña María descansarán perpetuamente en uno de los 26 sarcófagos de mármol que alberga el panteón de reyes, la cripta real horadada en las entrañas del monasterio madrileño de San Lorenzo de El Escorial, hacia donde se han vuelto estos días casi todas las miradas.Felipe II había pergeñado en torno a 1570 la construcción de una sobria cripta para albergar los restos de los miembros de la dinastía de Austria en San Lorenzo de El Escorial. Pero su heredero Felipe III modificó aquel rígido canon con una idea mucho más generosa de sus proporciones y de su ornamentación. Encomendó pues el panteón de reyes de El Escorial al arquitecto Juan Gómez de Mora, discípulo de Juan de Herrera. Corría el año de gracia de 1617.

La cripta presentó problemas de filtraciones de agua y humedades desde su primera excavación, por discurrir bajo su basamento un potente manantial que a la sazón fue hallado. Un fraile jerónimo residente en el monasterio, Nicolás de Madrid, dedicó años a resolver los graves problemas de drenaje, ventilación e iluminación que el recinto funerario subterráneo presentaba.

Las obras quedaron interumpidas en 1621 y se reanudaron en 1645 por orden del Felipe IV, quien encomendó su prosecución al arquitecto de la corte Carbonnell. Empleó nueve años en culminarlas. El 16 de marzo de 1654, el panteón de reyes del monasterio de El Escorial fue solemnemente inaugurado. Dos marmolistas, Pedro de Lizargárate y Bartolomé de Zumbigo, participaron junto con el italiano Juan Baustista Crescenci en la cuidada ornamentación de la capilla funeraria. Ésta fue hecha a base de mármol oscuro y jaspes rojizos y rosáceos, fileteados en oro, que enmarcan sobre sus paramentos las oquedades donde se incrustan los sarcófagos regios, soportados por garras de león, con sus cartelas y herrajes también en bruñido bronce.

La base de la cripta se halla situada a once metros de profundidad, justo bajo el altar mayor de la basílica. Consta de una sala de planta octogonal, de unos diez metros de diámetro, ochavada por pilastras pareadas cuyo entablamento soporta una cúpula provista de ocho lunetos, por donde se filtra luz procedente del denominado patio de Mascarones. De ella pende una araña de bronce obra del genovés Fenelli, con apliques del lombardo Censore que ilumina una capilla de altar central decorado con un conmovedor crucifijo de Domenico Guidi.

A la cripta se desciende por una escalera de cadencioso metro que se abre tras una puerta de rejas en bronce dorado a fuego, con dos hojas rematadas por un lema latino, en letras de oro. El lema anuncia la naturaleza sacra y real del recinto. La escalera tiene dos repechos y está flanqueada por cuatro puertas de madera de ébano y caoba. En el primero, las puertas son fingidas. En la segunda meseta, la cancela de la derecha corresponde a la entrada al denominado pudridero real. En este habitáculo de techo abovedado y muros también de piedra, contiguo a la vieja sacristía de la basílica, los restos mortales de los reyes de España y los de las madres de reyes reinantes, como es el caso de doña María de las Mercedes, han de permanecer un periodo de entre 20 y 30 años.

Este plazo se considera el apropiado para que culmine el proceso biológico de su reducción natural. Para ello, a los féretros, depositados sobre angarillas, se les abren orificios en distintas partes y se colocan encima de promontorios de cal viva. Quedan luego sellados tras de un murete de ladrillo donde permanecerán depositados para ese largo periodo, según explica Javier Trueba, especialista de Patrimonio Nacional. Lo mismo sucede en el contiguo pudridero de infantes. Consumido el tiempo de descomposición biológica, los restos, ya reducidos, se introducen en un cofre de plomo de tres milímetros de espesor, de casi un metro de longitud y unos cuarenta centímetros de anchura.

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En una operación solemne y privada, con presencia de miembros de la Casa del Rey, Patriomonio Nacional y el Ministerio de Justicia, las cajas se depositan en el macizo interior de los sarcófagos, que están dispuestos en hileras, sobre los paramentos de la capilla a la que la magna escalera conduce. Las urnas tienen en su interior compacto un hueco irregular al que ha de adaptarse cada cofre emplomado.

Pese a la feroz erosión que la muerte a todo le procura, el panteón de los reyes de España de El Escorial es considerado, por diversas razones, como uno de los enclaves más fascinantes de cuantos dibujan el mapa histórico-artístico de la Comunidad de Madrid. Y ello porque en su hechura se combina armoniosamente la sobria impronta clasicista -y castellana- de los discípulos de Herrera con la voluptuosa riqueza del barroco italinizante más puro. Tan deslumbrante es su conjunción que el visitante parece verse guiado a un paraje de estricto recogimiento donde sólo cabe contemplarlas en toda su plenitud. El silencio propio espolea la admiración hasta llevarla a una ensoñación majestuosa. Entonces, en la cripta funeraria el espanto de la muerte desaparece y sucumbe, siquiera un segundo, ante la belleza eterna del arte.

Monarcas, personas regias, infantes

En la capilla del panteón de reyes, a la izquierda del altar, se encuentran enterrados 12 reyes de España, desde Carlos I y FelipeII hasta AlfonsoXIII, éste depositado en su urna en 1980. En el lado derecho se encuentran los restos de las reinas que fueron madres de reyes, a excepción de Isabel de Borbón, que figura como matriarca de la dinastía borbónica española. Hay dos urnas más, vacías, encima de la puerta. En el pudridero regio de El Escorial se encuentran en la actualidad los féretros de la reina Victoria Eugenia, don Juan de Borbón y doña María de las Mercedes, abuela y padres del rey Juan Carlos, respectivamente. En el pudridero correspondiente a los infantes de España se encuentran los restos de don Alfonsito, hermano del Rey; don Jaime, su tío paterno; don Alfonso, su tío materno; su primo Luis y las infantas Eulalia e Isabel Alfonsa.

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