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Ya estamos

IMANOL ZUBERO

Ya estamos en el 2000. El nuevo milenio ha venido y nadie sabe cómo ha sido. ¿O no ha venido aún? ¿Ya estamos en el 2000 o todavía estamos en el 2000? El énfasis tenía su importancia antes del día 31, pero en la pasada Nochevieja cientos de millones de personas han decidido que un nuevo siglo y un nuevo milenio se habían iniciado. Y la televisión dio testimonio de ello, acompañando en tiempo real al astro rey en su periplo a lo largo y ancho de todo el globo terráqueo, desde Papúa hasta el Cabo Norte, convirtiéndose durante día y medio en una privilegiada ventana abierta al más colorista muestrario de diversidad en las formas de celebrar la llegada del año 2000.

Cantaba en sus inicios Kortatu: "La asamblea de majaras he decidido: mañana sol". Y una asamblea mundial de majaras ha resuelto por aplastante mayoría que el nuevo milenio ha comenzado su cuenta atrás.

Ya lo dice uno de los grandes principios de la sociología: si una situación es definida como real, es real en sus consecuencias. Eso sí, que nadie se preocupe si es de los que creen que en la puerta de entrada al siglo XXI figura el número 2001: además de ser el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra, el hombre va a ser el único animal que celebre, si quiere, dos veces el cambio de milenio.

Ahora bien, siendo como soy miembro del reducido pero prestigioso grupo de los dosmilunistas, no deja de asombrarme la fiebre por anticiparse a los acontecimientos que se ha extendido en las sociedades industriales avanzadas. Se ha perdido la capacidad de disfrutar con la espera (el que espera desespera), como se ha perdido la capacidad de relacionarse durante largo tiempo con la realidad. Esa extraña enfermedad llamada progeria (vejez acelerada) está afectando hoy a las sociedades más desarrolladas en todos sus ámbitos. Todos nuestros productos -tanto materiales como simbólicos- sufren de igual manera este prematuro envejecimiento: a todos ellos se les pasa el tiempo cada vez antes. Ya sean ordenadores o escuelas artísticas, cualificaciones o demandas de consumo, iniciativas de solidaridad o conflictos bélicos: cada vez duran menos. Dickson lo denomina caída en desuso incorporada: "Muchos productos están concebidos de modo que cesen de ser útiles después de un cierto periodo de tiempo con la exclusiva finalidad de estimular la corriente mercantil de artículos de consumo". Otros autores se refieren a este proceso como obsolescencia planificada, obsolescencia incorporada o también obsolescencia moral. El caso es que las cosas -todas las cosas- cada vez duran menos. También en esto se confirma la poderosa caracterización del impulso burgués que, casi como si de un canto épico se tratara, hicieran Marx y Engels en el Manifiesto: todo lo sólido se desvanece en el aire.

El recientemente fallecido escritor norteamericano Joseph Heller, autor de la celebrada Trampa 22, nos ofrece en una obra posterior que lleva por título La hora del recuerdo un delirante diálogo con el que ejemplifica magistralmente nuestra ambigua relación con el tiempo:

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-Podemos darte un avión -prometió Wintergreen- que lo hará ayer.

-¡Shhhh!- dijo Milo.

-¿El ¡Shhhh!? -dijo el experto en nomenclatura militar-. Es un nombre perfecto para un bombardero silencioso.

-Entonces el ¡Shhhh! es el nombre de nuestro avión. Va a mayor velocidad que el sonido.

-Supera la velocidad de la luz.

-Puedes bombardear a alguien antes de decidirlo. Decídelo hoy, ya está hecho ayer.

El año 2000 ha llegado. Cierre o abra un siglo, cierre o abra un milenio, mucho me temo que lo viviremos tan aceleradamente -¡shhh! - como lo hemos anticipado.

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