La hermosura del color
JOSU BILBAO FULLAONDO
Para terminar el año, Xabi Otero (Pamplona, 1953) acaba de presentar un libro sobre la transformación del hábitat en Euskal Herria financiado por el Departamento de Ordenación del Territorio. Es una narración gráfica de la historia donde se consideran aspectos geológicos, huellas de la prehistoria, puertos y aldeas, que se cierran con una imagen del monumento lúdico-cultural del Guggenheim, uno de los últimos vestigio de la morfología paisajística vasca. Nueve escritores comentan las 400 fotografías en color donde se descubre, con estética preciosista, por momentos rebuscada, una manera peculiar de mirar geografía, pueblos y ciudades vascas con su mobiliario urbano.
Su relación con la fotografía llegó desde la niñez. La abuela y cuatro nietos hicieron un viaje por Andalucía y Norte de Africa. Fue Xabi, entonces con ocho años, quien se encargo de registrar con su cámara los acontecimientos y recuerdos de aquel recorrido. Pudo encontrar alguna influencia en el interés de su padre por el cine aficionado, pero lo suyo fue por otros derroteros. Inició estudios de sociología, de periodismo, pero no terminó y se inclinó por la ilustración, el diseño gráfico y la fotografía. Sin cumplir los veinte años publica sus primeros trabajos desde las agencias Delfos y Keystone de Madrid. Realiza las primeras portadas de discos para EMI, Movieplay y otras casas similares. A partir de ese momento su carrera no se detiene. Llegan toda una cascada de viajes y exposiciones que le sirven para penetrar en el medio y darse a conocer. En su estancia en Londres trabaja para la Photographer"s Agency y amplía su bagaje de conocimientos fotográficos. De esta forma queda listo para trabajar en un mercado cada vez más amplio.
La evolución de su obra puede seguirse a partir de los libros que viene publicando periódicamente desde 1984. Siempre en color, a partir de cámaras de formato universal (24x36), sobrepasan largamente la decena. Su diseño, realizado por él mismo, es impecable. No es de extrañar que algunos de ellos hayan sido premiados por el Ministerio de Cultura. Son de temática muy variada y revelan lo más notable de una larga trayectoria plagada de éxitos y menciones. Anastasio Ochoa, Ikaskina, Carboneros y Martiartu, Kupelgileak, Toneleros recopilan ordenadamente, paso a paso, la manera de hacer de estos artesanos cuya actividad esta en vías de desaparición. Son fotografías clásicas con una gran variación de planos y puntos de vista, donde los detalles explican con precisión los recovecos de estos oficios. Algunas estelas provocadas por el movimiento rápido de algún gesto de herramienta y el difuminado conseguido por algunos contraluces parciales suavizan el ambiente de la dureza laboral. Saharahui herria realza majestuosamente, con el sugerente colorismo que permite el sol del desierto, personajes, paisajes y situaciones de un pueblo en lucha por su libertad. Labrador descubre innumerables matices de la vasta península canadiense donde siglos atrás acudían a pescar los balleneros vascos. El litoral, las bahías, los fiordos, playas y montañas de hielo se deja acompañar por unos pigmentos impactantes, conseguidos en ocasiones por superposición de imágenes, para ofrecer planos rematadamente bellos. Euskal Herria. Esentziak repite colorismo, superposiciones de cielos nublados, en escenas envueltas de ternura romántica. El pastoreo, las ferias, las danzas típicas hacen olvidar la realidad tecnológica e industrial.
Se trata de una fotografía documentalista, la mayor parte de ellas pueden considerarse como tales. Un concepto que legitima el espacio-lugar-tiempo registrado, pero cargado de intervenciones personales, de selección sesgada. Preñadas de lirismo romántico se podrían encuadrar en un neopictorialismo efectista, repleto de guiños melancólicos que insiste en el reconocimiento de la fotografía como imagen entre otras imágenes. Una formula muy recurrente en nuestra tierra y afectada por connotaciones patrióticas acicaladas de un cromatismo apaciguador.
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