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Se llama Jesse Helms

Emilio Menéndez del Valle

Se llama Jesse Helms y es, desde hace años, el principal responsable de que la política exterior de su país avergüence a muchos de sus conciudadanos, dañe el interés nacional de Estados Unidos, incluida su imagen, y crispe las relaciones internacionales. Oriundo de un Estado sureño donde la convivencia racial continúa siendo delicada; es presidente de la Comisión de Asuntos Exteriores del Senado. Su poder es inmenso, aunque, como sostiene Flora Lewis, es imposible explicar a alguien que no sea norteamericano por qué lo ostenta con tal desmesura. En cualquier caso, el origen del mismo no se halla en el derecho norteamericano, sino en el reglamento de la Cámara a la que Helms pertenece, que otorga al presidente de una comisión la facultad de convocar o no una audiencia, lo que multiplica su capacidad de incidir en un tema concreto.Es el prototipo de las convicciones más reaccionarias -afortunadamente no mayoritarias- en el seno de su sociedad. Concibe la política exterior como una mera prolongación de la interna y no duda en servirse de ésta -para sonrojo de propios y extraños- con el fin de bloquear asuntos fundamentales para la Administración demócrata, para la mayoría de los ciudadanos e incluso para la minoría liberal republicana, que, de no ser por el control reglamentario que Helms ejerce, se comportaría de otra guisa.

La influencia de este senador y de un grupo de incondicionales se viene haciendo notar en diversos asuntos, de los cuales la negativa a que Washington ratifique el Tratado de Proliferación de Pruebas Nucleares es sólo el más reciente y más grave. Es Helms un experto en bloquear tratados internacionales importantes para la política exterior de su país y de suma trascendencia para la supervivencia de la humanidad. Así, durante varios años se opuso con éxito a que el Tratado START II (que pretendía limitar los arsenales nucleares de Washington y de Moscú) entrara en el Senado para su ratificación.

Blanco predilecto del senador es la ONU, que abiertamente desprecia. Ha escrito que EE UU debe abandonarla y durante mucho tiempo ha bloqueado los fondos de casi mil millones de dólares en cuotas impagadas que la única superpotencia del planeta debe a la organización. Tuvo un papel preponderante para impedir la reelección del anterior secretario general, el egipcio Butros Gali, y exigió negociar personalmente con su sustituto, Kofi Annan, antes de considerar pagar una mínima parte de la deuda a la ONU. Ahora que vuelve a estar de actualidad la existencia de la pena de muerte en Estados Unidos, es oportuno recordar que en octubre de 1997 Helms buscó la confrontación con Naciones Unidas a propósito de la misma. El pretexto fue una misión de la organización que investigaba determinadas prácticas en la aplicación de la pena capital en aquel país. El senador arremetió contra un informe de 1996 del presidente de dicha misión, el senegalés Waly Ndiaye, donde se afirma que algunas sentencias de muerte se derivan de procedimientos "alejados de las garantías internacionales para un juicio justo", algo reiterado en 1998 por Amnistía Internacional. Sin embargo, ello constituía para Helms "una absurda charada onusiana, ejemplo de por qué la ONU es despreciada por el pueblo americano", algo que las encuestas no confiman, pues, por ejemplo, en una de 1998, en obvio contraste con muchos políticos y líderes de opinión, los ciudadanos preferían la cooperación de EE UU con las Naciones Unidas y otros países en lugar de la acción unilateral de policía internacional de aquél.

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Es especialidad del senador convertir cuestiones de política interna o, más aún, del ámbito moral de la persona, en arma arrojadiza contra la actividad exterior de la Administración de Clinton. Así, el año pasado, un Helms que también había vociferado contra un acuerdo onusiano sobre los derechos de la mujer decidió que su visión del aborto debía trasladarse a las relaciones internacionales. En 1997, la mayoría republicana de la Cámara de Representantes había pretendido imponer en la legislación relativa a las deudas de la ONU y las asignaciones al Fondo Monetario Internacional (FMI) una enmienda que prohibiera financiar organizaciones internacionales de planificación familiar que incluyera el aborto. Al ser ello rechazado por la Administración, Jesse Helms desenfundó su artillería pesada y anunció que, sin acuerdo sobre el aborto, no habría dinero para el FMI o la ONU. El pasado 16 de noviembre de 1999 ha impuesto el acuerdo a Clinton, dado que, para conseguir levantar el veto sobre el dinero para la ONU, el presidente ha aceptado excluir a dichas organizaciones.

La relación de despropósitos de un personaje como el que en estas líneas dibujo podría hacerse interminable, pero todavía hay un aspecto que considerar, Lo hasta ahora expuesto ilustra "el daño hecho por el modo estrecho, vengativo e ideológicamente parcial con que Helms preside la Comisión de Asuntos Exteriores" (Jim Hoagland). Si además de la arrogancia e intransigencia puestas de manifiesto desvelamos las facetas del "ignorante Helms" (William Pfaff), el retrato, patético, será completo. A veces, una anécdota lo dice casi todo. Es preceptivo que los embajadores designados por el presidente de Estados Unidos se sometan a una audiencia de la Comisión de Asuntos Exteriores del Senado, que puede confirmarlos o no. Sabedores de que han de vérselas con nuestro héroe, los candidatos suelen prepararse a fondo para hacer frente a la actitud inquisitorial de Helms, obsesionado por encontrar algún desliz o mácula en el pasado del entrevistado. De modo que, cuando en 1994 Pamela Harriman, aspirante al puesto en París, fue preguntada por el senador si era cierto que había entregado dinero a "Monnet, ese grupo de izquierda?", no pudo salir de su asombro durante algunos instantes. En efecto, años atrás, la futura embajadora había hecho una donación para restaurar el estudio del impresionista Claude... Monet, a quien Jesse Helms confundió con uno de los padres fundadores de la Comunidad Europea, Jean Monnet, persona, en cualquier caso, alejada de veleidades izquierdistas. Por otro lado, en un artículo sobre Cuba publicado en EL PAÍS (27 de julio de 1996), Helms se refería al comisario europeo Manuel Marín como "ministro español de Asuntos Exteriores."

Como es sabido, el presidente mexicano Porfirio Díaz llegó a exclamar: "¡Pobre México, tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unídos", algo que en 1997, y a manos de nuestro senador, experimentó en su propia carne el candidato de Clinton a la Embajada en el vecino país, William Weld. Los mentideros de Washington relatan que sólo Felix Rohatyn, quien sucedió a Harriman en Francia, se libró del acoso del senador porque su audiencia coincidió con un funeral al que éste tuvo que asistir. Todo ello podría clasificarse de tragicómico si no fuera por la naturaleza e importancia del tema en cuestión. Que una potencia como EE UU, a la hora de ratificar un tratado tan trascendental como el de prohibición de lo nuclear, dependa de una figura como Jesse Helms produce frustración, vergüenza y ridículo, sobre todo cuando en junio de 1999 el 92% de los ciudadanos se manifestó a favor de dicha ratificación (encuesta Mellman).

Un debate de estos días distingue entre actitudes aislacionistas y unilateralistas de EE UU en las relaciones internacionales. Muchos de sus senadores ni siquiera tienen pasaporte y algunos se jactan de ello o exhiben con estúpido orgullo su condición de ombligo del mundo ("ya he estado una vez en Europa y no pienso volver, Dick Armey, republicano, líder de la mayoría en la Cámara de Representantes) y, lamentablemente, es un hecho, como deduce un estudio del Henry Stimson Center (agosto 1997), que "el Senado dirigido por los republicanos desconfía de la política exterior en general". Nunca en la era moderna, dice el informe, "ha tenido la dirección republicana del Senado y los presidentes de comisiones clave tan poca experiencia personal en asuntos internacionales". Se trata, no obstante, y a pesar de la elevada abstención que suele registrarse en EE UU, de un Senado elegido con los votos del pueblo. Según otra encuesta de 1998, el 74% de los preguntados afirma desear que "Washington comparta el poder internacionalmente", mientras que Jesse Helms, bestia negra para Cuba y coautor de la ley que pretende castigar a quienes inviertan en la isla, afirma en el citado artículo de EL PAÍS que "nuestros aliados no tienen criterios morales". Corresponde al pueblo norteamericano aclarar democráticamente sus preferencias en las próximas elecciones al Senado.

Emilio Menéndez del Valle es eurodiputado socialista.

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