Escritoras de culturas remotas conquistan el mercado español
Africanas, indias, caribeñas y chinas se convierten en el filón de varias editoriales
En literatura lo exótico no es un valor. Tampoco lo es el sexo. Pero ambos hechos marcan diferencias. Y algunas editoriales lo han convertido en un filón. La india Kiran Desai, la china Ying Chen, la samoana Sia Fiegel, las caribeñas Jamaica Kincai y Edwinge Danticat, o las africanas Calithe Beyala, Buchi Emecheta y Tsitsi Dangarenbbga, representan otro modo de ver el mundo. Siguiendo la estela de Arundhati Roy estas autoras acercan al lector a paisajes poco explorados en los que, sin embargo, fluyen conflictos de amor o de identidad tan universales como conocidos.
"Aquel verano el calor había envuelto todo Shahkot en una turbia neblina amarilla". Así inicia la india Kiran Desai su refrescante Alboroto en el guayabal, publicado en Emecé. Sahkot no es Nueva York, ni París, ni Berlín. Está en India y la historia que cuenta tiene que ser por fuerza diferente, aunque no resulte ajena. El éxito obtenido por Arundhati Roy (Kerala, 1960), con El dios de las pequeñas cosas (Anagrama) ha abierto el mercado español a sus compatriotas Kiran Desai (Chandigart, 1971), hija de la también escritora Anita Desai (Viaje a Itaca) o a la más veterana Gita Mehta (Nueva Dheli, 1944), entre otras.Había cierto hastío de historias occidentales y una inevitable saturación de escenarios reconocibles. Era el momento de que llegaran nuevas voces. De India, de China, del Pacifico, del Caribe, de África. O del más cercano mundo árabe, aunque sus escritoras hayan tardado en revelarse. Voces emergentes que buscan en Europa y Estados Unidos una habitación propia en la que afincarse. "La casa era pequeña para un deseo tan grande como el suyo", se lee en las primeras páginas de Alboroto en el Guayabal. Desai estudia ahora en Columbia (Nueva York). Por razones más expeditas, la perseguida autora de Vergüenza, Taslima Nasrin, también se exilió de Bangladesh huyendo de los integristas.
Ni siquiera la enigmática China ha podido evitar que sus autoras se abran a otras fronteras. Lulú Wang (Pekín, 1960), narra en El teatro de los lirios, editado por Tusquest, la historia -a todas luces autobíográfica- de una adolescente que crece bajo la China de Mao. En Cisnes salvajes, de editorial Circe, más cerca de las memorias que de la ficción, Jung Chang retrata la última centuria china a través de tres generaciones de mujeres. Ying Chen, nacida en Shanghai en 1961, y ahora residente en Canadá, rompe moldes en La ingratitud al convertir en narradora a una joven que acaba de suicidarse: mientras su alma abandona este mundo, repasa sus conflictivas relaciones con su madre y la opresión que vive la juventud china.
Algunas de estas autoras crecieron en regímenes heredados del colonialismo, vivieron guerras o revoluciones y huyeron de su país al empezar a publicar. Es el caso de la vietnamita Pham Thi Hoài, nacida en Hanoi en 1960 y autora de La mensajera de cristal, una visión de la posguerra poco amable que ha llevado a su autora a vivir en Berlín. Más turbador es el fresco de Vietnan que ofrece en Novela sin título (Circe) Duong Thu Huong, autora que también ha publicado Los paraisos ciegos, en Ediciones del Bronce, el primer sello que creó una colección de literatura étnica.
"No nos cuentan lo que ya sabemos. Sus historias son otras aunque traten temas universales", afirma Mirian Tey, editora de Ediciones del Bronce. "Con ellas se abre una puerta al mestizaje", añade. Respecto a su calidad, Tey sostiene que "al ser las primeras que se traducen al mundo occidental", está aquilatada.
Del Pacífico llega también la voz de Ch´oe Yun, una coreana de 46 años que ha publicado en Circe Él vigila a su padre, tres relatos sobre el exilio, los desajustes familiares y la clandestinidad en la época estudiantil. Una experiencia que contrasta con la que relata Sia Fiegel, nacida en Samoa hace 32 años, en El país en que nacimos (Seix Barral). Una historia llena de desparpajo sobre tres adolescentes que descubren el sexo y las mentiras adultas en una isla de la Polinesia.
"Mi madre murió en el momento en que yo nací, y así, en toda mi vida, no hubo nunca nada entre mí misma y la eternidad". Es el hilo conductor con el que Jamaica Kincai (Antigua,1948), levanta La autobiografía de mi madre, publicada en Lumen. Un drama casi dickensiano traspasado de musicalidad caribeña. La autora publicará próximamente otra novela, Mi hermano, en la misma editorial.
"Aborrezco el término exótico pero ésta es una literatura que irrumpe con fuerza", sostiene Anna Soler-Pont, agente literaria especializada en autores étnicos. "Cuando empecé necesitaba hacerme un hueco sin competir con los grandes y rastreé en la literatura africana", recuerda. "Ahora represento, entre otros, a muchas de las escritoras africanas y del Pacífico que nos están llegando". Rechaza que en aras del exotismo se abra la mano al valorar su narrativa y que los mismos críticos que discuten a un autor español el acierto de una voz narradora admitan que hable un árbol o un cadáver si el relato es de origen remoto. "¿Quiénes son los críticos para juzgar su modo de contar?", pregunta Soler-Pont. "Tal vez sean algo naïf, pero su literatura es igual de válida".
"Llegué a conocer los secretos de la casa igual que conocía los árboles de su jardín". Este inicio corresponde a El árbol de los sentidos, de Oonya Kempadoo. Descendiente de guayaneses, Kempadoo nació en Londres, pero vive en la isla de Granada. Por su parte, la haitiana Edwinge Danticat, de 30 años, emigrada a Estados Unidos y elegida por The New Yorker, como uno de los 20 escritores del siglo XXI, escribe así en ¿Krik? ¡Krak!, publicado en Lumen: "La brea aguanta bien por el momento. Han pasado dos días y no hay escapes. Sí, definitivamente soy africano". Antes, Étnicos del Bronce había editado su novela Palabras ojos, memoria.
Gisèle Pineau, caribeña de tradición francófona, narra en Una antigua maldición, una irónica fábula de amor y muerte en la isla de Guadalupe en torno a Leonce, "un apuesto negro oscuro de tono musculoso". También en Étnicos del Bronce, la africana Tsitsi Dangarembbga publica Las cuatro mujeres que amé. Además de ella, la camerunesa Calixthe Beyala y la nigeriana Buchi Emechieta, pueden leerse ya en castellano. Más cercanas, las árabes Nawal al -Saadawi y Salima Ghezali se unen a la estela abierta por Fátima Mernissi.
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