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Ciudadanos

JOSÉ RAMÓN GINER

El Ayuntamiento de Alicante no derribará el templete de la Explanada, que sirve de escenario a la banda municipal de música en sus conciertos. La construcción amenaza ruina y se había anunciado el derribo, que todos daban por inminente. Sin embargo, ante el asombro de los alicantinos, el concejal Suárez se ha comprometido a restaurarlo. Es una medida plausible. Indica, además, que nuestro Ayuntamiento se va civilizando. En buena hora. Alicante tiene una extensa tradición de consistorios especuladores, devotos de la piqueta, que han hecho desaparecer prácticamente cualquier rastro del pasado en la ciudad.

Ya sé que salvar este templete es poca cosa cuando el exiguo patrimonio que nos queda se encuentra amenazado. Pero aceptemos que había que iniciar la actuación por algún lado. A mí me parece bien que haya sido por este quiosco -la Concha, como se la conoce popularmente- que es una edificación muy querida por los alicantinos y forma parte del paisaje entrañable de la ciudad. Y ello, al margen de su estricto valor estético que es siempre algo delicado de atribuir. Particularmente, yo no haría una defensa encendida del valor estético del templete. Otra cosa es que los señores arquitectos afirmen que se trata de una obra valiosa, de gran alarde técnico, que debemos preservar. Ahí, no tengo nada que objetar.

De cualquier modo, más que la conservación de la Concha, lo importante es que ésta se haya producido gracias a la intervención de los alicantinos. Que los alicantinos se agrupen para reclamar por algún asunto urbanístico, me resulta admirable. Las gentes de esta ciudad tienen una bien ganada fama de practicar el m"enfotisme, un encogimiento de hombros generalizado ante las cuestiones públicas, con siglos de tradición. Pues bien, nada de esto ha habido en el caso de la Concha. Aquí, desde los primeros momentos, se han manifestado los arquitectos y a ellos se han sumado decenas de ciudadanos que, con sus cartas en los diarios, han exigido la conservación del templete como una parte necesaria de su ciudad sentimental.

Alguna vez he escrito que la política del alcalde Díaz Alperi cambiaría algún día el carácter de los alicantinos. Pues bien, parece que tal cosa está ocurriendo. Los ciudadanos reclaman -por el momento tímidamente, es cierto- un protagonismo que vaya más allá del voto. Quieren que se escuche su voz en los asuntos de la ciudad, influir en las decisiones que les preocupan. ¿No es natural que la gente acuerde qué clase de ciudad desea? Si el alcalde Díaz Alperi fuera un gran alcalde, uno de esos alcaldes extraordinarios cuyo nombre preserva la historia, aprovecharía esta energía que ahora muestran los alicantinos para acometer el gran cambio que la ciudad precisa. Alicante necesita con urgencia recuperar su orgullo y dejar de ser esa ciudad pasiva, desnortada, sometida permanentemente al arbitrio de los constructores. Y esto no se logra ni multiplicando las zonas de ocio, ni urdiendo pamplinas como la Ciudad de la Luz o la Ciudad del Cine, sino devolviendo el protagonismo a los ciudadanos. Esa es la tarea.

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