"Dulce y canalla"
La nueva película de Woody Allen ha requerido un presupuesto más importante que cualquiera de las suyas, lo que el cineasta considera un error porque le hizo estar pensando todo el tiempo si iba a poder compensar semejante desembolso. Desde luego que sí. Aunque Sweet and lowdown (término jazzístico que alude a la forma de tocar, dulcemente, y a la vida canalla que llevan los hombres del jazz) haya resultado costosa, por la reconstrucción de época, permite a Allen, después de Celebrity (que muchos consideraron banal, sin considerar que era el Satyricon de nuestra época), cambiar de registro para meterse a fondo en la biografía de un músico admirado y lo bastante desconocido como para poder condensar en él tics y anécdotas de otros ídolos del género.Emmet Ray (incorporado por Sean Penn, que se convierte en inconmensurable carne de Oscar, si hay justicia) es el segundo mejor guitarrista del mundo, después de "ese gitano francés, Django Reinhardt", y es también el paradigma del creador solitario, egoísta, políticamente incorrecto, ordinario y excéntrico, que no da nada a nadie porque toda su emotividad, su sensibilidad, está enredada en las cuerdas de una guitarra. Allen, que desde su juventud fue un fanático del jazz de Nueva Orleans, se enreda en esta peripecia con una impresionante entrega personal, sin renunciar a su cáustica visión de los contemporáneos que le han tocado en suerte, y magnificando la grandeza y amargura del personaje al tiempo que no nos ahorra sus miserias.
Gran película de madurez, Sweet and lowdown posee el atractivo de un Cotton Club en camiseta, mucho más realista, en donde se toca jazz con mucho alcohol y chile picante, en tugurios de mierda, y en donde el protagonista (flanqueado por una casi desconocida y fascinante Samantha Morton y la, en este caso, pedante y estupenda Uma Thurman) mata ratas a tiros y ve pasar los trenes sin darse cuenta de que es su propia vida solitaria la que ve pasar mientras se va convirtiendo en una rata.
La película tiene el tono de un falso reportaje, con personajes reales, incluido el propio director, Allen, contando por qué hizo la película, hablando a la cámara en primer plano. Pero posee también el tono fabulador de alguien que quiso vivir aquella época y que seguramente vuelve a ella cada vez que escucha una vieja música en un microsurco rasposo.
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