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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Independencia sobrevenida

LA COMBINACIÓN entre la amenaza de ETA y el giro del nacionalismo tradicional vasco hacia el independentismo está creando gran confusión y una considerable inquietud. Las elecciones no indican que se haya producido un crecimiento de la adhesión al nacionalismo ni los sondeos detectan cambios en el muy afianzado pluralismo de la sociedad vasca. Y sin embargo, algunos dirigentes nacionalistas dan por supuesto que las cosas han cambiado radicalmente y que lo que era válido hasta ayer ha dejado de serlo.Por ejemplo, el Estatuto de Gernika. Se ha convertido en "algo inservible", asegura Garaikoetxea. HB desarrolla la propuesta de proceso constituyente que ETA sometió a la consideración de PNV y EA, y que estos partidos rechazaron en su día. A Egibar le sigue pareciendo "estrambótica", pero a la vez considera que ofrece las "bases mínimas" para un acuerdo de superación del marco autonómico. Arzalluz se confiesa partidario de la independencia y aventura que lo mismo dirían todos los afiliados de su partido, aunque no está claro si entre ellos estaría Anasagasti. Demasiadas novedades sin que haya motivos aparentes que lo justifiquen. A no ser que se considere como tal la exigencia de ETA.

La situación es confusa. El PNV se adaptó a los clichés y manías de los radicales para favorecer su renuncia a la violencia y su integración en las instituciones. Ahora ETA anuncia el fin del alto el fuego y HB dice que hay que sustituir las actuales instituciones autonómicas por otras que propone crear ex novo, y que difícilmente podrían integrar a la mitad no nacionalista de la población. Pero el PNV (y EA) mantienen su alianza con el brazo político de ETA porque, según dijo ayer Egibar, "el proceso es irreversible". Un proceso destinado a que ETA dejase de matar ¿puede seguir aunque ETA mate? El problema no es ya que los terroristas engañasen a sus interlocutores presentando como proceso de paz lo que era otra cosa, sino que el nacionalismo democrático quede atrapado en ese proceso no de paz iniciado con el pretexto de que garantizaría la renuncia a la violencia.

El PNV nunca ha renunciado explícitamente al ideal independentista. Pero hace muchos años que su corriente mayoritaria ha desplegado una política autonomista, manteniendo la independencia como un horizonte simbólico más que como un objetivo materializable. Desde los años cincuenta, además, ese horizonte ha venido planteándose no como separación, sino como superación: de las soberanías de los Estados en el marco de la Europa unida. A ello se refería seguramente Anasagasti al rechazar la idea de una Albania del Cantábrico.

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Pero es cierto que la ruptura de varios Estados en la Europa Central y del Este sugiere que lo que hace 15 años parecía sobre todo imposible es hoy menos inverosímil (aunque sigue siendo difícilmente imaginable en un país miembro de la UE). Pero que algo no sea imposible no significa que sea deseable, como enseña la terrible experiencia yugoslava, por ejemplo. Quien proponga la independencia tendrá que demostrar (antes, y no después de demoler lo que hay) que es una solución deseada por la mayoría, no condicionada por la amenaza de ETA, y más integradora que la autonómica actualmente vigente. De momento, ni Arzalluz, ni Garaikoetxea, ni Egibar, ni Otegi lo han logrado.

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