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Reportaje:

Destellos de Navidad en el Palacio Real

Una exposición muestra dos belenes napolitanos y piezas de arte suntuario atesoradas en monasterios de Madrid

La tradición navideña regresó ayer al Palacio Real de Madrid. Regresa con sencillez y belleza. Apenas dos belenes, cinco cuadros, siete relicarios y tres textiles de ceremonial bordados en oro. No son cantidades fastuosas, pero la cualidad de tan exigua relación de objetos artísticos compone un pequeño todo que permite evocar fiel y cálidamente, hasta el próximo 2 de febrero, el relato de un misterio religioso cristiano celebrado desde hace dos milenios. Ni falta ni sobra nada. Hay, además, una pequeña charada para los niños: deben encontrar un paje de los Reyes Magos oculto entre otras 157 figuras.El escenario de la exposición es una de las confortables salas recién estrenadas, tras los fríos muros de piedra del palacio, para albergar exposiciones temporales. Patrimonio Nacional ha querido reunir una pequeña muestra de lo mejor del arte navideño que atesoran los monasterios madrileños de las Descalzas Reales, de la Encarnación y de El Escorial.

La tarea le ha sido encomendada a Leticia Sánchez, especialista en arte, que desde el mes de marzo ha seleccionado aquellos motivos que mejor pudieran señalar la Navidad. Así ha sido. Ha querido brindar algunas sorpresas. Y parece haberlo conseguido: junto a un tríptico de Peter Cock van Aelst, joya de la pintura flamenca, y dos cuadros de Lucas Jordán, la más llamativa es la que muestra un lienzo de José de Ribera, Adoración de los pastores, que procede del monasterio herreriano; allí cuelga de un muro situado fuera de los circuitos visitables. Data de 1640. Según los expertos, irradia la mejor luz ceñida de sombras que destelló de la paleta de El Españoleto, el más italianizante de los pintores españoles. Italiano es también el autor de la Natividad, Bernardino Luini, uno de los discípulos favoritos de Leonardo da Vinci. Fechada en 1525, esta tabla, con una sobrellave a sus pies y su reverso también pintado, describe con sus delicados trazos la emoción callada de la que el toscano supo impregnar las obras que surgieron de su taller.

De Nápoles procede el denominado Belén del príncipe, encargado para su heredero por el rey Carlos III a los artistas meridionales italianos en torno a 1760. A ellos cabe atribuir una singular transformación: la que consistió en hacer salir del rigor de los templos la conmemoración navideña para permitir su llegada hasta los hogares. Y ello a base de una rica estatuaria menuda donde la vida irrumpe diáfanamente entre enseres cotidianos en el misterio del nacimiento de Cristo. La popularización de la Navidad cobra en este belén una de sus más detalladas expresiones. Son 89 figuras de pastores, arrieros, campesinos y pajes.

Los animales reciben aquí una atención especial. Pero no sólo los habituales jumentos. La cercanía a Italia de la cultura otomana causó en su día una conmoción plástica sin precedentes cuando el sultán effendi Hajj Hussein visitó Nápoles con su vistoso séquito de chambelanes, palafreneros sudaneses y criados etíopes: con sus polícromos turbantes abombados, guiaban los elefantes del sultán. Sobre el belén, la estatuaria animalística exhibe magníficos proboscídeos cuyos colmillos ebúrneos y oscuros lomos parecieran hechos para que los niños abran sus ojos llenos de admiración. Admirable es asimismo la hechura de las efigies con rostros y extremidades visibles de sus cuerpos esculpidos en madera; ojos de cristal llenos de brillo y viveza; torsos trabados con un entramado oculto de cuerdas que les brinda movilidad; en los pies, dos orificios a los cuales se fijan clavos sin cabeza que, aplicados bajo sus plantas, los sujetan al corcho que tapiza también el suelo del espléndido belén napolitano del Museo de Escultura de Valladolid, adquirido por Patrimonio a los hermanos García de Castro: 157 figuras, 44 animales y 220 finimentti, accesorios de la vida cotidiana que, con su realismo, aproximan el misterio navideño.

Pujantes Países Bajos

Puerta con puerta de la exposición navideña, el Palacio Real exhibe una espléndida colección del arte acuñado en los Países Bajos meridionales bajo el mandato de la infanta Isabel Clara Eugenia y Alberto de Austria, a principios del siglo XVII.La hija de FelipeII y su esposo, ambos nietos del emperador Maximiliano, afrontaron la tarea de regir unos territorios donde la presencia española llegó a ser duramente impugnada. Los archiduques intentaron, a la sazón, dotarse de una corte que pudiera rivalizar en esplendor con otras centroeuropeas. La exposición reúne así pinturas, tapices, grabados, arte religioso, armaduras y labores de impresión de artistas neerlandeses y españoles. Un Sánchez Coello retrata excelsamente a la hija predilecta de FelipeII, a la que Rubens y Brueghel, El Viejo, rinden también homenaje. Escenas campestres, fiestas civiles y desfiles de gremios revelan con exquisito detalle la vida de la pujante burguesía de los Países Bajos, visión hoy al alcance de los madrileños.

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