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Nuevos liderazgos

JAVIER UGARTE

Abenduko eguna, argitu orduko iluna, dice el refrán, y debe ser tan cierto como lo son todos los refranes: día de Adviento (diciembre), antes de amanecer ya oscurece. El pasado día 1, las cosas parecían clarificarse: el lehendakari, dejando a un lado pugnas partidarias, concertaba con el presidente José María Aznar. Al fin las instituciones asumían su liderazgo ante el anuncio del fin de la tregua por parte de ETA y se disponían a hacer un gesto unitario. Incluso EH se sumaba a la pequeña movilización convocada desde Ajuria Enea. El escenario se ordenaba, el día amanecía. Sin embargo, la franqueza de la situación daba paso a la confusión y la incertidumbre en cuanto el EBB del PNV hacía pública su declaración institucional, que más parecía una concesión a las exigencias de ETA que una toma de postura libre, como se pretendía. A las doce del día 3, de nuevo el día clareaba por cinco minutos. Luego, un largo puente con turbulencias verbales que han terminado en ruptura.

Es éste un tiempo de situaciones complicadas en que la palabra vale lo que vale -que no es poco- y los hechos concretos apenas si se intuyen. Un momento en el que se presiente la desaparición de instituciones cuya existencia, sin embargo, es sólida, mientras que otras aparentemente inamovibles desaparecerán sin remedio. Son tiempos de cambio para todos, pero especialmente para nosotros que debemos quitarnos de encima la pesadumbre y la amenaza que produce la violencia de ETA. Eso, y no otra cosa, es lo que introduce confusión e incertidumbre en nuestra política. Especialmente estos días en que unos y otros maniobran ante la amenaza más inmediata.

La situación es complicada, cierto. Pero ni de lejos lo complicadas que pudieron ser otras con las que gustan compararnos: especialmente, Irlanda del Norte. ¿Dónde hay aquí algo parecido al obstáculo estructural que supone para aquéllos su división en dos comunidades segregadas y con trato desigual; dónde la multiplicidad de grupos armados y en abierta guerra civil? ¿Dónde tenemos nosotros las complicaciones que se produjeron tras la ruptura de la tregua en 1996, con su serie anual de marchas protestantes progresivamente violentas, su Portadown, o el terrorismo no sangriento pero masivo del IRA ese año? Aquí apenas hay algo parecido al "no reivindicando, no hay condena" de los grupos armados protestantes. Pero, incluso eso, afortunadamente en tono menor. Tenemos, eso sí, la amenaza de sangre sobre nosotros, pero eso es en principio todo, que aún no siendo poco, está bien identificado. ¿De dónde procede entonces nuestra dificultad? ¿Qué es lo que produce esa atmósfera tensa e incierta entre nosotros?

A mi modo de ver, aparte de la amenaza de ETA que todo lo comprime y agrieta, la confusión proviene del quebradizo liderazgo que padecemos. Cuando las palabras son inevitablemente lábiles y ambiguas (véase la declaración institucional del PNV, que admite tanto una lectura estatutista, no necesariamente ingenua, como otra radical o claudicante), sólo los liderazgos bien establecidos son capaces de fijar una situación y sacarla de la incertidumbre (piénsese en Mitchell, Trimble, Hume o Adams). Aquí hemos aspirado a un liderazgo institucional y unitario. En otro tiempo fue posible. Pero hoy el lehendakari se debe a una coalición de parte y ha renunciado en la práctica al ejercicio de cualquier liderazgo. La comunidad nacionalista, incluso su sector más moderado (véanse las declaraciones de Alfonso Basagoiti el pasado domingo), sí parece haber encontrado a sus líderes en Arzalluz, a quien todo se le permite con la coartada de la paz, y en Otegi (limitado por ETA). Tal vez Mayor Oreja lidere a otro sector.

Pero ¿qué instancia articula a un amplio colectivo de ciudadanos que aspira a una Euskadi no sectaria o nacionalista y que rechaza la permanente incertidumbre constitucional? Quienes podrían hacerlo están hoy paralizados, políticamente inactivos. Todavía hoy, todo se fía a una vuelta al centro del PNV o a la recuperación de los sectores estatutista de ese partido. Y sin embargo, es tiempo de que nazcan nuevos liderazgos, de que se haga política y se tomen iniciativas que contraponer a los esencialismos étnicos de hoy. Sólo entonces se podrán tender los tan necesarios puentes entre unos y otros.

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El lehendakari Ibarretxe, en una imagen de archivo./ SANTOS CIRILO

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