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Trisha Brown reinventa el barroco

El Festival de Danza de Cannes logra interesar al público más joven

La XII edición del Festival de Danza de Cannes discurre entre éxitos y sorpresas. Las ruedas de prensa se han convertido en mesas de debate profesional, y la región se vuelca en los espectáculos, que registran un lleno total, con un elevado porcentaje de jóvenes. La programación, para todos los gustos y variantes, empezó con el éxito de Mijaíl Barishnikov y se ha prolongado en la norteamericana Trisha Brown y su reinvención del barroco.

Cannes ha reunido este año a un grupo de observadores y críticos que no cesan de reconocer con asombro la circunstancia peculiar, quizá única en la Europa mediterránea, de la disposición de un público que noche tras noche y tarde tras tarde llena los teatros, aplaude a los mejores y se interesa por la danza moderna de una manera apasionada. Las habituales ruedas de prensa se han convertido en foros de debate profesional alrededor de la globalización estilística, el uso del sonido contemporáneo y los cambios acelerados en la estructura de la coreografía actual, provocándose a veces jugosos diálogos como el que tuvo lugar entre la norteamericana Trisha Brown y Mijaíl Barisnikov, encargado de abrir el sábado pasado el evento.Con el Gran Auditorio repleto hasta la bandera, Barishnikov comenzó la noche con algo de su inveterada timidez saltando a la vista, hasta el punto de que se le veía más pequeño, si cabe, en aquel inmenso escenario. Pero poco a poco se sobrepuso a ese efecto inicial de embarazo y dio todo de sí. Por la tarde, la compañía Castafiori que dirigen Marcia Barcellos y Karl Biscuit habían presentado su Almanach Bruitax, cuidadoso fresco surrealista capaz de ser entendido y disfrutado por grandes y chicos, un recorrido cosmogónico y esperanzado por detallados microuniversos poéticos en los que el hombre sigue asombrado del curso de los astros, el desarrollo científico, las modas, la vejez, la degradación ambiental y, por fin, las guerras.

Denso vocabulario

En la segunda jornada, Trisha Brown mostró toda su madurez, su estilo carente de solemnidad, pero poseedor de un denso vocabulario pleno de expresiones propias y de ideas elevadas. La danza abstracta norteamericana es convertida por ella en una sucesión lírica, inspirada y con sello propio. Del programa, Canto pianto (1998) fue la más aplaudida. En ella la coreógrafa hace síntesis del Orfeo de Monteverdi que dirigió el año pasado en Aix-en-Provence y en la que resaltan un sólido conjunto de bailes encadenados por los bailarines metidos en una atmósfera atemporal y donde el sueño barroco se plasma en el vuelo de las bailarinas como si surgieran de una cúpula de Tiépolo. La más reciente Five part weather invention (1999) dejó literalmente boquiabierto al público por su energía y adecuación a los sonidos actuales.

El lunes no fue tan glorioso. Bruno Jacquin presentó dos piezas ambiciosas pero no redondas y el Ballet Nacional de Marsella se puso de largo bajo la égida en escena de su flamante nueva directora, Marie-Claude Pietragalla. El martes 7 hubo maratón, primero con Georges Appaix y su grupo La Liseuse, después el joven norteamericano John Jasperse mostró un duro cuarteto conceptual, rígido heredero del minimalismo que exasperó a un sector del público y encantó a los más vanguardistas. En el Teatro Debussy, por la noche, la Compañía Nacional de Danza presentó un programa con tres coreografías de Duato: Remansos, Self y Por vos muero. Ayer miércoles Dominique Boivin en solitario, alma de la compañía ya legendaria Beau Geste, hizo un verdadero recital de humor con La danse, une histoire à ma façon, donde ironía, cultura coréutica y hasta intención didáctica se unen en una deliciosa carcajada. Ahora en la recta final, ya no queda una sola entrada para William Forsythe y su Ballet de Frankfurt.

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