Los cambios universitarios y el dilema de Buridan
En los últimos meses se ha puesto de moda el gobierno de las universidades. Su eficiencia, su endogamia, su reforma. Muchas voces se hacen oír al respecto: conferencias, artículos, informes se acumulan en las mesas de los estudiosos. Unas para urgir su modificación, otras para dudar de la bondad del cambio. Se decantan dos actitudes opuestas, y extremas: quienes vinculan un futuro saludable de nuestra universidad con una alteración radical del presente y aquellos que, por el contrario, consideran que se dañaría la autonomía universitaria alcanzada -que impulsó la LRU, en 1983- si se redujese la participación de la comunidad académica en las tareas de gestión y gobierno de las universidades.Si se continúa así planteado el debate, al cabo de un tiempo puede conducir a la parálisis. Si se contraponen valores esenciales, eficiencia o autonomía, gestión profesionalizada o libertad académica, se puede llegar a un dilema de elección que recuerda el dilema de Buridan. Jean Buridan, famoso filósofo francés del siglo XIV, rector por dos veces de la Universidad de París, enunció un dilema que lleva su nombre, según el cual "un asno hambriento, situado a igual distancia de dos montones de heno, sería incapaz de decidirse por uno de ellos, y moriría de hambre".
En cuanto a qué innovaciones institucionales pueden mejorar la gestión universitaria, una solución centrada en la reforma del gobierno no será suficiente. De poco valdrán cambios que no alteren también aspectos que hacen la vida universitaria rígida, poco flexible, poco adaptada a una sociedad en transformación; son necesarios cambios en las normas que rigen la función docente con espíritu burocrático, en los sistemas de selección de profesorado cerrados y clientelistas o en la creación de partidas presupuestarias específicas para la investigación.
La raíz de los problemas universitarios alcanza a la estructura y la organización de las universidades. Diversas titulaciones de tipo profesional (Marina Mercante, Turismo, Enología) han ido incorporándose al catálogo de enseñanzas universitarias, adaptando sus planes de estudio a las pautas y exigencias formativas universitarias. Ello origina dos clases de "perturbaciones": una alteración de contenidos académicos, sustituyendo incorrectamente su carácter marcadamente profesional por otro más preocupado de aspectos teóricos, y un aumento innecesario de costes de la plantilla docente, pues el profesorado correspondiente se ve impulsado a desarrollar tareas de investigación que le permitan realizar una carrera académica, siguiendo el habitual modelo universitario. El pobre e insatisfactorio desarrollo de la formación profesional superior sirve de excusa, también, para que la Universidad española dé cobijo a todos.
La educación superior no ha ocupado un lugar prioritario en la acción política desde que gobierna la derecha. En estos casi cuatro años se han dado unas circunstancias propicias -aceptación generalizada de la conveniencia del consenso, disminución de la presión demográfica, cierto interés social- para mejorar la calidad del sistema e introducir correcciones en sus puntos más débiles. Pues bien, nada se ha hecho; sólo dejar pasar el tiempo, cuando no propiciar confrontaciones por motivos nimios o artificiales.
En el horizonte se atisban las próximas elecciones generales, ya se habla de programas electorales. En la discusión política deben tener cabida los cambios universitarios. Es preciso que se aborden sus principales problemas, que se formulen propuestas para una política universitaria. Se tiene que profundizar en las reformas emprendidas hace 15 años mediante cambios concretos y claros. Pocos cambios, aunque profundos. Quizá el de mayor calado deba consistir en diversificar y flexibilizar las estructuras actuales. Objetivos profesionales y objetivos más científicos necesitan respuestas distintas. Planteamientos diferentes precisan de instituciones diferentes, en su organización, en su pedagogía, en la importancia que otorguen a las actividades investigadoras. No sirve la misma estructura para una facultad de ciencia experimental que para una de derecho, y mucho menos para formaciones más profesionalizadas.
Hay que eliminar rigideces formales y el carácter excesivamente homogéneo que representa el marco único de campus universitario, dotándole de una estructura en holding que haga posible dentro de una misma universidad la existencia de centros "más científicos" y centros "más profesionales". Tiene que desterrarse todo corsé uniformador en la ordenación de los estudios universitarios, que han de ser reflejo de la realidad social, compleja y variada.
La diversificación temática y de enfoque entre las universidades tiene que aumentar, con estructuras flexibles y centros distintos, pero integrados en un proyecto educativo común. La excelencia ha de estimularse, siempre que las oportunidades se distribuyan equitativamente y la Administración desarrolle programas para corregir las debilidades. Es un cambio concreto y transcendente, que debe formar parte de un nuevo impulso en la política universitaria española.
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