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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La apuesta del Ulster

Si el desarbolado barco norirlandés ha comenzado una singladura definitiva hacia la paz, pronto lo veremos. De momento, en el Ulster esta semana se han dado en cadena casi todas las circunstancias que auspician la esperanza. Un Gobierno de 12 miembros compartido por rivales históricos dirige ya la política y la administración de la provincia. Enemigos aparentemente irreconciliables, se han sentado codo con codo en el Parlamento de Stormont, donde hasta 1972 la mayoría protestante hizo y deshizo a su gusto. Un ex activista del IRA es ministro de Educación. Fanáticos protestantes del partido de Paisley forman parte del Ejecutivo. Los titulares de los periódicos norirlandeses -Los pacificadores, El primer día de nuestro futuro- transmiten cabalmente la idea de cuánto capital de esperanza hay depositado en la situación, alcanzada en buena medida por la tenacidad y el afán integrador del mediador estadounidense Mitchell.Hay grandes interrogantes en el horizonte. Desde la buena voluntad del IRA para iniciar su desarme (el primer encuentro de su "interlocutor" con la comisión De Chastelain está previsto para la semana próxima), hasta las profundas divisiones en el partido mayoritario unionista de Trimble, pasando por la reforma imperativa de la policía, sobre la que unos y otros tendrán que ponerse de acuerdo. Pero hay un elemento nuevo crucial. El foco de Irlanda del Norte ha pasado a la política, y sus responsables tendrán ahora que esforzarse para satisfacer las expectativas de la gente corriente; la que espera, por fin, solución a cuestiones de su vida aparcadas casi por generaciones: la escuela, la vivienda, el trabajo.

Los mecanismos para atajar la postración de tres décadas de sangre y más de 3.600 muertos son complejos y meticulosos. Y frágiles. Londres y Dublín han establecido consejos ministeriales de enlace entre Irlanda y el Ulster y entre Gran Bretaña e Irlanda. Dublín ha eliminado de su Constitución sus reclamaciones territoriales sobre el norte de la isla. Todo está medido para que las dos comunidades compartan poder y cargos. No hay partido gobernante, y el nuevo Gabinete ha sido designado en proporción a la fuerza electoral de los partidos protestantes y católicos. Irlanda del Norte no será segregada del Reino Unido mientras no lo quieran la mayoría de los votantes de la provincia. Los católicos ven la demografía como su aliada.

Permanece, sí, la raíz del conflicto desde la partición. La mayoría de los católicos quiere unirse a Irlanda, y la mayoría de los protestantes, permanecer en Gran Bretaña. Pero si unos y otros son capaces en los meses venideros de ir sustituyendo la amenaza y el odio por un esbozo de diálogo político, en Irlanda del Norte se habrá dado un paso de gigante. La irrupción de las necesidades y rutinas de la vida cotidiana tiene un efecto balsámico imparable en todas las sociedades que han sido poseídas por la cultura de la muerte.

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