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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Iglesia y perdón

Una vez más, los obispos españoles han eludido hacer la más somera autocrítica sobre el papel desempeñado por la Iglesia -el grueso de la jerarquía de entonces- en la guerra civil que ensangrentó España hace sesenta años. En un documento que pretende ser una especie de examen de conciencia sobre la actuación de la Iglesia en el pasado, en la línea de reflexión autocrítica marcada por el Papa en el cambio de milenio, los obispos piden perdón no por lo que hizo la Iglesia, sino por lo que hicieron otros en aquella cruel contienda, y hacen una llamada al arrepentimiento general.Para este viaje sobraban las alforjas. Si la Iglesia no es capaz de individualizar sus propios errores, analizar sus causas, rectificar y pedir disculpas por el daño causado, sobran los discursos moralizantes sobre los errores de los otros, como si la Iglesia no formara parte de la historia y hubiera estado ausente de algunos de los más negros episodios del milenio. Los obispos se escudan en que "la Iglesia fue también víctima". Lo fue, como atestiguan los 6.000 sacerdotes y 13 obispos asesinados, que se unen a las decenas de miles de funcionarios republicanos, militantes de partidos, sindicalistas y ciudadanos en general fusilados durante y tras la contienda. Pero también fue corresponsable de graves injusticias: al tomar partido por la sublevación militar, legitimándola como cruzada, y dar su amparo moral a la represión posterior y al régimen dictatorial nacido de la victoria, la Iglesia se hizo cómplice de hechos terribles.

Así lo entendió la asamblea conjunta de obispos y sacerdotes celebrada en Madrid a principios de los setenta, con Franco vivo. Y por eso aprobó por mayoría, aunque no la suficiente para su incorporación como conclusión definitiva, una propuesta de perdón -"no supimos ser ministros de reconciliación en una guerra entre hermanos"- que nunca fue asumida por la cúpula episcopal. Ello explica que los procesos de beatificación de los llamados mártires de la cruzada, frenados por Pablo VI para no abrir viejas heridas, se sucedan en Roma sin que nuestros obispos los hayan cuestionado.

Lo más grave no es que la Iglesia española se muestre incapaz de reconocer sus errores pasados, sino que esta actitud complaciente -a diferencia de la francesa con Pétain o la de Juan Pablo II respecto al silencio vaticano durante la persecución nazi- se proyecte en nuevas actitudes de una parte de los obispos: con tendencia a un silencio selectivo o a la equidistancia entre agresores y víctimas.

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