Esperando a Cristo
Yo no espero a Cristo, pero estoy esperando desde hace días que los cristianos se pronuncien. Todos los políticos madrileños enzarzados últimamente en una discusión acerca de las condiciones en las que el centro de la ciudad debe recibir el nacimiento de Dios en el asfalto y, sin embargo, los cristianos (que siempre he pensado que también eran políticos y ahora me hacen dudar) no han dicho ni esta boca es mía (la de Cristo, supongo).El Gobierno regional, el Ayuntamiento, Izquierda Unida, el Partido Socialista Obrero Español, la Confederación de Pequeñas y Medianas Empresas, los portavoces del sindicato UGT en la Policía Municipal, CCOO, Prisciliano Castro, Cecoma... Ante tan milagrosa e inminente llegada, todos los políticos se han unido, devotos, con las pequeñas diferencias propias de una civilización basada en el libre albedrío que Dios nos otorgó personificado en ése su hijo que va a nacer otra vez dentro unas semanas. Pequeñas diferencias que no pasan de un quítame allá esas pajas del pesebre.
Todos los políticos están muy preocupados por las dificultades que va a encontrar en Madrid la multitud de pastores, lavanderas y arrierillos que querrán acercarse en masa a adorar al Niño haciendo cola en Doña Manolita, muy preocupados por si los camellos de los Reyes Magos de Oriente podrán superar el tráfico rodado del populacho más próspero y llegar a tiempo al Portal de El Corte Inglés.
Cada uno con lo suyo: como es lógico, Álvarez, alcalde por obra y gracia (obra de la piqueta y gracia de lúcido chascarrillo), se preocupa más por el sector regio y no le parece bien que Sus Majestades tengan que aparcar el camello en los alrededores y seguir a pie Preciados arriba; la oposición, por su parte, siempre tan populista, considera que pastorcillos y demás mano de obra peatonal tienen tanto derecho a consumir su fe como los Reyes y que la justicia social que viene Cristo a proclamar al mercado comienza por que todos sin distinción se acerquen andando a lo de los regalos.
Cada uno lleva su parte de razón, porque Dios siempre ha sido muy ecuánime y le ha dado un poquito a cada uno, y argumentos para su poquito. Álvarez argumenta: "Mi filosofía es no prohibir nada. Ésa es la maravilla de esta ciudad, que el peatón tiene libertad para andar con dificultades si quiere".
Álvarez practica la mentira paradójica, que consiste en mentir cuando afirma que su filosofía es no prohibir nada y en sincerarse en lo que se refiere a las dificultades para andar por la zanja madrileña. Menos mal que en un par de semanas llega Cristo de nuevo a perdonarle, a recordar a Álvarez uno de los mandamientos, después de lo de santificar las fiestas, honrar al padre y a la madre y tal, que era el de no levantar falso testimonio, aunque sea paradójico con su cargo.
En contrapartida antiprohibicionista, el Ayuntamiento reforzará el transporte público y pondrá en marcha una línea especial que recorra las zonas comerciales (sugiero a los editores que revisen su diccionario de sinónimos, pues en la entrada "comercial" no aparece la palabra "cristiano"), línea a la que podrá accederse con un billete usado de autobús, lo que constituye a todas luces un anticipo de los milagros por venir de la mano de Cristo.
Por su parte, la oposición es muy consciente de que la religión es el opio del pueblo y teme que el fervor popular provoque un caos en el centro, por lo que propone que la peregrinación se haga a pie como toda la vida y que cada uno cargue con su oro, su incienso o su mirra.
Pero los obispos, nada. Que no se pronuncian. Cristo a punto de nacer, los Reyes Magos en camino y los obispos ocupándose del sexo, de las drogas y del techno-pop.
Yo siempre pensé que la especialidad de la Iglesia era precisamente el Nacimiento y no el aborto, las vírgenes y no las golfas sin remisión, el vinillo de la celebración y no las pastis de la fiesta, así que deberían ocuparse de lo suyo, como buenos políticos que se supone son, y pronunciarse sobre qué hacer con el tráfico de tantas almas dispuestas a rodar y a atascarse y a abrirse paso a empujones para ver a su Rey y a llenar de regalos con la extra su viejo zurrón. Ropopompón, ropopompón, pon, pon.
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