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El número de lo nunca visto en el hemiciclo

Miquel Alberola

Eduardo Zaplana llegó a las diez con la cartera de los asuntos importantes en la mano, arropado por una órbita muy adicta de satélites que revoloteaban sobre su cara del mismo modo que las moscas acosaron a los asnos antes de su extinción pública. Mientras la sirena llamaba al pleno, él se sentó en su trono azul, abrió la cartera, desplegó papeles y pidió un boli a José Luis Olivas, quien pese a dar la sensación de estar diseñado sólo para cortar jamón, lo llevaba. Cuando Marcela Miró dio el mazazo, el popular Alejandro Font de Mora salió a preguntar sobre Marruecos, pesca y naranjas. Y Zaplana se alegró de que le hicieran esa pregunta, y así poder responder que iba a hacer toda la presión política para evitar un acuerdo de frutas por peces. Tras este desayuno patriótico, subió el socialista Antonio Moreno, bebió, puso cara de encontrar mala el agua y entró al detalle de los avales del Ivex y el quebranto económico. Y encañonó al presidente: "¿Conocía usted lo que estaba pasando?". Entonces el mago Zaplana sacó su chistera de la cartera y con la venia dijo que el Ivex había funcionado muy bien, provocando la hilaridad del Grupo Socialista e insuflándole una inopinada cohesión a través de las carcajadas. Moreno aprovechó la coyuntura, sacó pecho y embistió de nuevo: "Pelotazo al canto". Manifestó que el truco de hacer desaparecer 1.400 millones a través de un organismo público le parecía un escándalo y que el patio ya no estaba para cuentos.

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Mientras tanto, Zaplana tensaba el músculo zigomático para forzar una risotada como si disfrutase con la intervención de Moreno, y José Joaquín Ripoll se sacudía los hombros y las mangas de la chaqueta con la mano para estar impecable, que era de lo que se trataba. Moreno continuó hurgando con Julio Iglesias y advirtió que iba a pedir una comisión de investigación sobre el "Ivexgate". El mago se fregó las manos, hizo unos movimientos de antebrazo para dar solemnidad al número y sacó un as de la manga: "El contrato es del 6 de julio de 1995 y nosotros tomamos posesión del Gobierno el 7 de julio". Desplazó el cubo de la basura hacia la antigua Procova, apeló a la justicia y le asestó: "Pida razones a sus compañeros de partido". Y el alborozo llegó a las dos orillas parlamentarias porque ese número era lo nunca visto bajo el cielo de pavés del hemiciclo.

Enseguida subió el comunista Joan Ribó con la mano en el bolsillo, y sin sacarla le tiró de nuevo el tiesto. Zaplana insistió en la treta de la cortina de humo y volvió a su escaño azul. Ribó regresó con cara de estafado y lo apedreó con una batería de interrogantes puntiagudos. El mago empezó a restregarse los muslos y a mover la pierna derecha como si su sistema nervioso se hubiese desconectado del encéfalo. Manuel Tarancón, en cambio, hacía el molinillo con los pulgares como un canónigo y Rita Barberá rompía papeles y los ponía a montoncitos. "¿Por qué no hicieron caso a la Sindicatura?", le golpeó una vez más Ribó.

Zaplana se abrochó la capa, puso otra vez la chistera sobre la tribuna y empezó a sacar conejos, pañuelos, palomas y globos: "¿Qué se puede hacer más de lo que hemos hecho", se desafió. En ese momento tenía la vena yugular inflamada y el esternocleidomastoideo congestionado, síntomas exclusivos de los grandes hechiceros. Llenó el pulmón y remató la actuación: "Las irregularidades no pueden ser de quien las denuncia". Recogió su chistera, la metió en la cartera de asuntos importantes y a su alrededor se formó una órbita de adjuntos muy nutrida, aunque no dejó ni rastro de los 1.400 millones.

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Sobre la firma

Miquel Alberola
Forma parte de la redacción de EL PAÍS desde 1995, en la que, entre otros cometidos, ha sido corresponsal en el Congreso de los Diputados, el Senado y la Casa del Rey en los años de congestión institucional y moción de censura. Fue delegado del periódico en la Comunidad Valenciana y, antes, subdirector del semanario El Temps.

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