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Pagar para torear

Desciende el número de novilladas y cada vez más empresarios exigen dinero a los novilleros

El lugar común dice que los novilleros lo son por aquello del cortijo. Es decir, por el deseo de alcanzar un futuro de gloria tapizado con las cabezas de sus mejores toros. El tópico, una vez más, miente. A juzgar por los hechos, para ser novillero es preciso empeñar un cortijo. Desearlo no basta.Con respecto al año pasado, el número de novilladas ha descendido en casi un centenar y más de dos tercios del escalafón inferior (207 novilleros de 302) no han conseguido vestirse de luces más de cinco veces. Es más, la institucionalización del sistema de pagar para poder torear obliga en la mayoría de los casos a un desembolso mínimo de 300.000 pesetas. Una cantidad que se va en los gastos de cuadrilla y desplazamiento. "Eso si sólo tienes que costearte los gastos. Si además tienes que pagar al empresario para que te deje figurar en el cartel, entonces ni hablamos". El lamento corre a cuenta de Enrique Martínez, Chapurra, un novillero de 28 años que, pese a debutar con caballos en 1994, la mayor parte de su carrera la ha pasado en funciones sin picadores.

José María Sotomayor, presidente de la Asociación Taurina Internacional de Documentalistas y Estadistas (ATIDE), no es mucho más optimista que Chapurra. "Con los datos que hemos ido recopilando surge una pregunta: ¿dónde queda el esfuerzo de las escuelas de tauromaquía?", dice, e improvisa una respuesta: "En nada. No hay continuidad".

El Cid, novillero de 25 años a un paso de tomar la alternativa, aporta un punto de vista diferente: "Cada vez somos más y las escuelas tienen mucho que ver en ello. Es la ley de la oferta y la demanda. Los empresarios se aprovechan de ello: el que más paga, más torea". Para este fajado espada se ha registrado un ligero cambio en el asunto de los ponedores, y a peor. "De toda la vida ha habido festejos montados . Sobre todo a principio de temporada. El objetivo es coger sitio en el escalafón y luego torear más. Hay que tener en cuenta que el público sólo quiere ver a los primeros. Lo que sí se nota es que ahora, desde hace seis o siete años, hasta en septiembre, con la temporada lanzada, se sigue poniendo", afirma, a la vez que da parecidas cifras que su compañero: "Cuarenta mil duros como mínimo".

El testimonio de Fernando Robleño, segundo en el escalafón después del El Fandi, es revelador: "Pese a terminar donde lo he hecho , no he ganado dinero. He salido comido por servido. Lo que gané al final de temporada lo utilicé en pagar lo perdido al principio".

Nicolás Varón, secretario de la Escuela de Tauromaquia de Madrid y antes empresario, aporta más cifras, y todas ellas con un único punto de llegada: el caos. "Montar una novillada sin caballos tiene unos gastos mínimos de tres millones de pesetas. En taquilla se puede hacer como máximo un millón y medio. Esto no tiene solución".

Con números similares se maneja Íñigo Fraile, de la Nueva Agrupación de Matadores y Rejoneadores (asociación que ampara a los novilleros), a la vez que aporta un nuevo aspecto de la corruptela: "El problema es que las licitaciones de las plazas cada vez se hacen más a la baja. Los ayuntamientos adjudican a la oferta que menos gastos les acarrea sin parar en otro tipo de argumentaciones. La consecuencia es evidente: un empresario calcula primero sus beneficios y luego ajusta los gastos. ¿Quién sufre? La parte más débil".

¿Posibles soluciones? "En este mundo cada uno va a lo suyo. No hay que olvidar que en la mente de todos los novilleros sólo hay un deseo: ¡A ver si alguien confía en mí y pone dinero para que triunfe!", termina Chapurra.

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