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Campanadas y milenios

Ya viene el año 2000: "La espada se anuncia con vivo reflejo, ya viene, oro y plata...". Nos lo están recordando todos los días. Un cambio aritmético, de numeración, se ha convertido en fenómeno trascendente. Lo del eclipse no fue nada con lo que ahora nos espera. Nuestro alcalde, Álvarez, va a obsequiarnos con no se sabe qué pirotecnia mágica, y ya el obispo ha anunciado que todas las campanas de la diócesis tocarán celebrando el comienzo del tercer milenio de nuestra era.La juerga puede ser, en efecto, inaudita, al pie de la letra, lo nunca oído, o hace mucho tiempo oído: ¿sonaron las campanas también el primero de abril del 39? Los cuentos aquellos con los que se mecían los sueños del hombre, según dijo el poeta, van a estar, están ya particularmente en auge. Las fiestas más insoportables del año pueden alcanzar en esta ocasión un nivel de insoportabilidad espeluznante. La paz, la fraternidad, los langostinos, las carnes, los turrones, los champanes -perdón, los espumosos- y encima el milenio. Para que no se diga que somos poco. Aunque a muchos africanos, a muchos asiáticos, a muchos latinoamericanos y gente así les va a dar igual. No, no seguiré por este camino; veo ya el dedo admonitorio que lo acusa a uno de hacer demagogia. Hay a quienes les parece que recordar lo desagradable es hacer demagogia: "Si no se va usted a la India, cállese". Me callo.

Pero dígame por qué tengo yo que escuchar las campanadas de todas las iglesias de Madrid a una hora tan intempestiva. Por qué he de dejar mi lectura de lo que me dé la gana o mi peli para escuchar por narices las campanas. A mí me gustan las campanadas que a medianoche suenan en el cine de Wells, me gusta ver y oír, en los viejos documentales, las campanadas de París y de Londres el día de la liberación, o bien las campanadas suntuosas de la ciudad vieja de Bérgamo donde suenan sobre el valle como si fueran los mensajes de las viejas deidades mitológicas. Pero hay otras campanadas que no me gustan; tampoco le gustaban a Antonio Machado, quien así lo dijo: "Yunque, sonad; enmudeced, campanas". Animaba al poeta al escribir eso un espíritu jacobino que no me anima a mí, aunque yo sienta un inmenso respeto por su jacobinismo ("Hay en mis venas gotas de sangre jacobina..").

Uno ya, a sus años, lo que quiere es que le molesten lo menos posible, uno defiende la privacidad y todo eso. Si el primero de enero es fiesta, ¿por qué no me dejan tranquilo al menos la noche de ese día? Ya no basta con no ir a la Puerta del Sol; ahora hay que ponerse tapones en los oídos para no escuchar las campanadas múltiples, abrumadoras, pesadísimas, que saludan alborozadas -¿por qué?- el nuevo milenio, como si el milenio fuera una medida humana, cuando si es algo es un certificado de nuestra irreparable brevedad.

Siglo tampoco es medida escasa, pero, en fin, con un poco de suerte se puede al menos vislumbrar. Parece ser que este 2000 no significa cambio de siglo, según señalan los cómputos más rigurosos. Eso quiere decir que sólo nos perseguirán con sus campanadas las campanas del milenio. Las del siglo se reservan, si se reservan, para el año que viene. Pero el calendario es abrumador: a mediados de noviembre comienzan los alumbrados y las navidades comerciales, que nos desean compras y felicidad; viene luego el puente prenavideño de la Constitución, tan laicoeclesial; después vienen las navidades de verdad, con los angelitos que cantan en los grandes almacenes; antes venía el fin de año; ahora viene el fin de año y el nuevo milenio. Y aún quedan los Reyes, que son los más agradables de todo este teatro, pero que lo cogen a uno ya semiarrasado.

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