Ocaso del mercado
Me escribe un lector -cosa que, sinceramente, ocurre muy de tarde en tarde- a propósito de un pasado artículo sobre los mercados de barrio. Carta larga, rigurosa, bien escrita en ordenador. Este corresponsal se llama Andrés Jiménez Pardo, informa que tiene 23 años, es hijo de un carnicero con el que ha trabajado como un empleado más, en la empresa familiar, y, con cierta lúcida amargura, piensa que hay poco porvenir para los jóvenes en esa actividad: la venta en los mercados que aún existen. Opinión valiosa por objetiva, pues el negocio -gracias a la tenacidad paterna- mantiene a la familia, al parecer, con desahogo.Malos augurios, de los que ofrece un amplio abanico, en el que destacan, en primer y amenazador término, los grandes centros comerciales. De ello hace cumplido análisis: más cómodos, los empleados son jóvenes, los impuestos individualizados "machacan" (sic) al pequeño comerciante y las ventajas fiscales y crediticias están del lado de los grandes, que, a la hora de comprar al mayorista, deciden el precio. "Detrás", dice Andrés, "hay hombres de estudios, abogados, economistas, expertos en márketing" que inducen a la clientela a recorrer la superficie con el carrito de la compra. "Mientras", sigue, "los mercados se han quedado para ancianos que viven solos y consumen poco". Agudas observaciones psicológicas, bien ciertas. Los viejos comemos poco y suelen ser ellas quienes acuden al mercado. Malo si es de dos plantas, para acarrear el carrito de la compra, por modesta que sea. En las vastas superficies los ascensores y las escaleras mecánicas resuelven el problema motriz.
Está bien enfocado y analizado el problema, al que no ve otra salida que una generalizada extinción, en plazo no más largo que los diez años. Es la lucha de la organización contra el individuo, el trabajo racional, pertrechado de medios, contra el esfuerzo y el sacrificio personal. La descripción es pesimista, con un trasfondo de amor desesperado hacia algo que puede, irremediablemente, desaparecer y va a vivir para verlo. No lo siente por él -deduzco que el joven Andrés circula por otros caminos-, aunque reclama mejor atención hacia la etapa terminal de un oficio que empezó con el hombre y lleva trazas de acabar con algunos hombres.
Reivindica la tarea. "Algunos apenas saben leer y escribir, aunque son grandes comerciantes", de los que ya no hay, pero se han quedado anticuados y lo único que esperan es jubilarse dentro de poco, cuando alguna empresa grande se proponga comprar el terreno de los mercados para construir plazas de garaje o algo por el estilo. Quizá es el acto más antiguo -tras la reproducción- éste del comercio. Alguien dijo que era una de las cosas que mejor distinguían al ser humano de las bestias, porque un perro puede enterrar el hueso para roerlo más adelante, pero no se le ocurre cambiárselo a otro perro, ni ganando.
¿Es irremediable? No lo sé. A veces pensamos en algunas cosas a extinguir para siempre, pero hay rescoldos que difícilmente se apagan en la nada. El mismo gigantismo de las ciudades ha creado las grandes superficies, la tentación del consumo, ese invento de las rebajas, que no ha sido otra cosa que eliminar y deshumanizar a una de las partes del contrato de compraventa y que se llamaba regateo. Ahora los súper chalanean con su propia contabilidad y cuenta de resultados, encandilando a los ciudadanos hasta el paroxismo del comercio, que es adquirir lo que no se necesita.
En los mercados de barrio el trato sigue el camino de la calidad, de la simpatía del vendedor, del gesto humano de entregar la pierna de cordero, el solomillo, el cuarto de merluza envueltos en papel de estraza; la bolsa de naranjas, el manojo de berros, en la mano, y cobrar el importe con la otra. O cuando -eso no ocurre jamás en los grandes almacenes- se "le apunta" a la clienta que ha olvidado el monedero o, quizá, aún no ha cobrado la pensión.
¿Puede hacer algo la Administración, la sociedad? La primera, considerando que esa excesiva presión fiscal es necia, porque estrangula y acaba con el contribuyente. Los demás, cuando pensemos que es mejor comprar en el mercado de barrio o en la tienda de la esquina, en "nuestra" tienda.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.