La cumbre de Estambul confirma la crisis de las relaciones entre Rusia y Occidente
La cumbre de la Organización para la Seguridad y Cooperación en Europa (OSCE) concluyó ayer sin el fracaso que muchos habían temido nada más escuchar el jueves el virulento discurso del presidente ruso, Borís Yeltsin, contra las injerencias en los "asuntos internos rusos", en referencia a las críticas occidentales a la campaña militar en Chechenia. Pero ha concluido con la convicción de que las relaciones entre Moscú y las democracias occidentales en esta organización, de 54 miembros, no recuperarán en mucho tiempo el carácter idílico que tenían cuando, hace diez años, se firmó la Carta de París como gran documento histórico del final de la guerra fría.
Europa entra en el próximo milenio con antagonismos políticos y culturales que se creían entonces, tras la caída del muro, superados definitivamente. Estambul ha demostrado lo contrario, según coinciden muchos observadores, mientras los líderes políticos multiplicaban ayer sus intervenciones para limitar daños y minimizar las contradicciones surgidas.La cumbre de la OSCE firmó por consenso, como es preceptivo, tres documentos que crean al menos la impresión de que todos siguen considerando su base común en la cooperación a la democracia, la necesidad de resolver los conflictos por vía pacífica y el respeto a los derechos humanos. El documento final de la conferencia, la Carta Europea de Seguridad y la actualización del Tratado sobre Fuerzas Convencionales en Europa son la prueba, según los máximos representantes de la OSCE, su presidente saliente, el ministro noruego Knut Vollebaek a la cabeza, de que el proceso de cooperación, integración y confianza continúa en Europa.
Pero, como no podía ser de otra forma, Chechenia ha dominado toda la cumbre y ni Vollebaek ni su sucesor, Wolgang Schüssel, de Austria, ni su antecesor, Bronislaw Geremek, de Polonia, pudieron ayer mitigar la impresión de que la cumbre había acabado de una forma frustrante para aquellos que creían en el poder de la presión de la OSCE y sus miembros para acabar con una campaña bélica que remueve las conciencias tanto como la habida en Kosovo hace apenas un año.
Rusia dejó ayer mismo claro que no se sentía ni mucho menos obligada por la letra impresa que la OSCE, y especialmente Occidente, han intentado presentar como una cesión rusa. "No ha habido cesión rusa alguna", declaró ayer el ministro de Asuntos Exteriores ruso, Ígor Ivanov, que recordó, frente a las interpretaciones de otros, que se mantiene "el rechazo ruso a una mediación política" en Chechenia.
Ivanov reiteró que la solución final habrá de ser política, pero que Rusia no está en absoluto dispuesta a la mediación política que la OSCE ha ofrecido. Ayer continuaban los combates, y en Estrasburgo, la máxima autoridad moral rusa que queda desde la muerte de Sajarov, Serguéi Kovaliov, que en su día ya muy lejano fue encargado por Yeltsin de defender los derechos humanos, habló en la ciudad belga de la violación sistemática de estos derechos en Chechenia.
De ahí que las palabras de Vollabaek en la conferencia de prensa de clausura de la cumbre sonaran ante todo a buenos deseos. "Considero que cuando se me ha invitado al Cáucaso norte he sido invitado [por los rusos] a Chechenia. Es cierto que no tenemos compromiso alguno por parte rusa para la apertura de una oficina en Ingushetia (vecina y receptora de la oleada de refugiados chechenos)".
Posiblemente por su condición de historiador, Geremek fue más claro al enjuiciar que tan sólo pasaron 30 horas desde el virulento discurso de Yeltsin hasta la firma de una declaración en la que se vuelcan todos los conceptos humanistas, de cooperación y compromiso en la evolución de los principios de la OSCE en todos los países integrados en ella.
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