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Tribuna:CRÓNICAS
Tribuna
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Jerez del cincuenta

Juan Cruz

Caballero Bonald ha juntado a compañeros suyos del grupo poético de los cincuenta en Jerez de la Frontera para celebrar con ellos la inauguración de la Fundación que lleva su nombre. Él ha dicho que una fundación así, que nace para custodiar el legado del poeta y para avivar la cultura en aquella zona de Andalucía, le convierte en un poco póstumo, aunque el honor le produzca satisfacción.Nada póstumo. Caballero acaba de cumplir 72 años, ha publicado ahora una recopilación de sus poemas amatorios (Poesía amatoria, Editorial Renacimiento, Sevilla) y está a punto de concluir sus memorias. Aunque la edad le hace estar un poco antes en casa, sigue siendo un campeón de la noche y de la madrugada, y nadie le vence, todavía, en la sabiduría del bebedor de caldos de color: manzanilla, whisky o vino. Alguien le vence, quizá, Ángel González, que también ha estado en Jerez en esa inauguración de la Fundación Caballero Bonald, como integrante del grupo de los cincuenta; pero el poeta González compite sólo cuando está en España, porque en Alburquerque, Nuevo México, donde vive desde hace más de veinte años, apenas bebe.

Son dos maneras de beber: Caballero lo hace de pie, hablando, en vasos generalmente cortos, que toma diestramente con una mano a la que siempre parece faltarle un dedo, pues lo lleva fuera del vaso, como si señalara. González bebe sentado, y generalmente silencioso, siempre al borde del asiento, dando la impresión de que está a punto de llegar o de irse; a pesar de la paciencia de ambos, y de cierto silencio velazqueño que tiene Caballero Bonald, los dos son muy curiosos, y siempre te sorprenden con alguna pregunta acerca de sus contemporáneos o sobre los más jóvenes. Desde siempre tuvieron colegas, poéticos o no, de generaciones posteriores, y eso quizá ha tenido consecuencias estéticas importantes: ninguno de los dos ha asumido la vestimenta de los viejos, ni tienen las obsesiones de los que temen perder su lugar en el universo. No son como aquel personaje pulcro de Qué noche la de aquel día, al que los Beatles hacían desaparecer por un inodoro, y da gusto estar con ellos, porque nunca te cuentan tangos, sino boleros.

Los dos cantan, pero Caballero Bonald lo hace mucho mejor; en realidad, incluso ha compuesto canciones de flamenco, y ha llegado a ser una autoridad en esta materia; Ángel González, en cambio, ha escrito poemas que han sido canciones (Pedro Ávila le puso música a una muy bella, Alga), pero en lo que se refiere a su propia interpretación, ha de ser muy de madrugada y está especializada, tan sólo, en boleros o en agudísimas letras procaces que los demás celebran como si fueran suyas y que él acompaña con un rasgueo de guitarra que sirve muy bien tanto para un roto como para un descosido.

Beben, pero se ríen; tenía Gabriel Celaya un hermoso poema en el que explicaba que ya conocía por qué bebían sus amigos; a veces lo ha dicho Caballero Bonald de los suyos: acaso para huir de aquel tiempo que parecía un nubarrón. Cómo habrá sido esa pareja, ahora, bebiendo en Jerez...

Se llevan bien desde hace un siglo, más o menos, y se siguen llevando bien: en la república procelosa de las letras, donde los celos se parecen a los celos de la bolsa y de la vida, esa relación es un milagro, como la que mantienen con Pepe Hierro o Francisco Brines, o con Carlos Bousoño, poeta también de ese tiempo que no sólo ha escrito sus versos, sino que ha pasado su mano académica, sin reticencia, con conocimiento, por la poesía de los otros; hablando de bebida, hay una anécdota de Bousoño: llevó a su hijo de pocos meses -ya tiene que haber ido al cuartel- a una fiesta donde estaban esos poetas, en un sótano de la Dehesa de la Villa, en Madrid; a la hora de las bebidas, él pidió ginebra, y al creer que era agua, ése fue el primer trago que le dio al chiquillo, que no lo recibió con agrado, sino con llanto.

Hablando de otras bebidas, Caballero Bonald ha contado muchas veces las consecuencias que el alcohol ha tenido para su generación, y en la memoria están Ignacio Aldecoa, Barral, Gil de Biedma, Claudio Rodríguez... Manuel Padorno, otro gran poeta de ese grupo, nos decía el otro día desde Las Palmas, donde vive otra vez, a la luz de la playa de su infancia: "Ya no bebo nada, pero está tan hermoso el mar".

Esta gente siempre ha tenido un verso a mano para ser feliz, y para decir mientras tanto: "¡Que me quiten lo bebido!".

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