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Empleo y comunicación

Uno de los mayores desafíos para la Europa del Euro es la creación de empleo. El derecho a un puesto de trabajo debe llevar siempre unida, como contrapartida, la obligación de adecuarse al perfil que inicialmente podríamos definir como "empleabilidad". Pero, ya que el desempleo es un fenómeno que afecta a toda la sociedad, no parece razonable que el problema se deje exclusivamente en manos de los propios desempleados. El crecimiento del PIB en la UE y en EE UU acumulado durante los últimos 30 años ha sido casi el mismo, habiéndose prácticamente duplicado en ambos casos. Sin embargo, el nivel de desempleo en EE UU es significativamente más bajo que en la UE.EE UU y la UE tienen dos modos distintos de entender la realidad. En un caso se prima el empleo sobre el crecimiento salarial e incluso sobre la estabilidad social (resulta evidente que el decrecimiento de los salarios reales del personal no cualificado y la inferior protección social crean bolsas importantes de pobreza y marginación). También la mayor inversión de capital por puesto de trabajo produce aumentos de productividad, que podemos asociar a la idea de un empleo más intensivo. Pero ambos modelos producen efectos no deseados: la tendencia al pleno empleo conduce a la disminución de estabilidad social y el incremento de los salarios reales acarrea desempleo estructural. Ante tal situación cabría preguntarse por la existencia de una tercera vía que pudiese conciliar ambas posiciones. Y sólo se nos ocurre examinar el caso de Japón. Un país que a mediados de la década anterior había logrado, aparentemente, las ventajas de unos sin caer en los inconvenientes de los otros, basándose en un modelo muy tradicional de relaciones sociales y laborales que se encontraba definido por una fuerte implicación entre empleadores y empleados. Esta situación nos lleva a afirmar que la creación de empleo se encuentra fuertemente vinculada al mayor o menor grado de libertad del mercado.

Es posible que la principal consecuencia de la rigidez sea que los ajustes derivados de la lógica evolución del ciclo económico se realicen a través de la cantidad de empleo ofrecido (despidos masivos y ausencia de nueva contratación) en lugar de utilizar su cauce normal mediante los salarios (considerados como precios). De tal forma, el coste de la crisis agrava la situación de las empresas, que en la fase de auge cuentan que de nuevo llegará la crisis. Tal visión es consecuencia de la naturaleza de los contratos y del importe de las indemnizaciones. La empleabilidad es definitiva para lograr un trabajo, entendiendo por tal la adecuación del propio perfil laboral al demandado por los empleadores. En relación con tal concepto, podemos identificar distintas problemáticas. En primer lugar, en caso de acceso por primera vez a un puesto de trabajo, la empleabilidad dependería básicamente de la formación adquirida en el sistema educativo, que se mide por su calidad y por su adecuación a la realidad de la demanda. En segundo lugar, en caso de acceso a un puesto de trabajo, procedente de un trabajo anterior desfasado en relación con la actual demanda, la empleabilidad dependerá de la posibilidad de acceder a algún sistema de formación especializado en reciclar. Y, en tercer lugar, en caso de acceso a un puesto de trabajo, procedente de otro que se encuentre vigente, permitirá al candidato presentar un perfil adecuado.

Así, la consecución de un puesto de trabajo se encuentra en función de dos factores: la aptitud para el desempeño del mismo y la actitud para adaptarse a la cultura del empleador. Pero ¿es la única vía? No. Cada vez toma mayor auge la posibilidad del autoempleo. Para ello sería necesario contar con las premisas de aptitud y actitud, pero notablemente reforzadas.

Hemos contrapuesto la UE con EE UU, pero es bien sabido que de todos los países europeos, precisamente España es la que tiene una posición mucho más débil con respecto al empleo. Si se trata de economías homogéneas, ¿cuál es la razón de la diferencia?

El caso del Reino Unido debería resultar esclarecedor. En la década de los setenta cobró conciencia de su propio declive, sirviendo la publicación del Informe Bolton (1971) como comienzo del cambio de tendencia. Dicho informe determinó la necesidad de la existencia de pequeñas empresas como motor para dar nueva energía a la economía británica, creando el inicio de una cultura peculiar en la que se primaba la creación de nuevas empresas, rodeándolas de una enorme legitimación social, ya que se suponía que de ellas iba a depender el futuro desarrollo, la reposición de su destruido tejido industrial y como consecuencia, el mantenimiento y la creación de empleo. Todo esto fue posible por el apoyo que los medios de comunicación prestaron a la idea, que cobró carta de naturaleza en la sociedad británica.

En España, lejos de darse las circunstancias apuntadas para el Reino Unido, nos encontramos con un periodo en que la condición de empresario merecía un amplio rechazo social, lo cual es incongruente, ya que se clama por la obtención de un puesto de trabajo, pero se desanima a quien pudiese tener capacidad y valía para ofrecerlo. La postura sensata residiría justo en lo contrario, estableciéndose las bases para "el movimiento emprendedor". Resultaría fácil terminar con un requerimiento para que desde el gobierno se tomen las medidas oportunas para la creación de pequeñas empresas. Pero es preciso ir mucho más lejos: es labor de la sociedad en su conjunto. Por eso he pretendido relacionar los conceptos "creación de empleo" y "comunicación", pensando que los medios de comunicación deben prestar su colaboración para crear el clima social adecuado para el nacimiento de nuevas empresas y lograr así la reducción de nuestro inaceptable nivel de desempleo. Pero tampoco sería justo descargar la responsabilidad en los medios de comunicación. Es un tema que nos afecta a todos y a todos nos toca resolverlo, en caso contrario, parece poco probable que reduzcamos en el futuro una situación insostenible por injusta, que nos priva individualmente del desarrollo de nuestra propia personalidad, y colectivamente del concurso y aportación de muchas personas que indudablemente tendrían mucho que hacer y que decir si se les brindara la oportunidad para ello.

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El único atajo posible reside en el autoempleo y en su inmediata consecuencia del nacimiento de innumerables pequeñas empresas con una gran capacidad de optimar los recursos de los que dispone nuestro sistema económico. Para que ello sea posible, se requiere el apoyo del gobierno, tomando las medidas oportunas, de los medios de comunicación, contribuyendo a la creación de un clima social favorable a la condición de empresario, y de toda la sociedad en su conjunto resolviendo por sí misma lo que es realmente su propio problema.

Rafael López Lita es director de Publicidad y Relaciones Públicas de la Universidad Jaume I de Castellón.

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