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Crítica:DANZA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Las dos caras de Vestris

El ámbito internacional de la danza conoció a Mijaíl Barishnikov en el año 1969, cuando ganó la medalla de oro en Moscú con el solo Vestris, que le creara Leonid Jacobson inspirado en un bailarín del siglo XVIII al que apodaron El Divino. En este solo, Barishnikov jugaba con las dos caras del artista: la risa y la mueca, la máscara y el desnudo facial, la tristeza y la euforia. Al final quedaba la soledad del Divino Vestris en aquel inmenso escenario vacío. Ironías del destino teatral. Ahora, casi al final de su carrera, Misha está en el exacto punto donde comenzó: solo en la escena, dando una de cal viva y otra de arena fina. Veámoslo así.Cara A: El artista está solo. Solo con su belleza, la que aporta ese paso de baile ensimismado, potente todavía en la última contención posible, sabio en su experimento, que es huella. El artista, entonces, nos abre un ciclo de dolorosa inteligencia en la expresión donde conviven, en el instante mismo de la danza, recuerdo y vida, herencia y arrojo, fuerza y ternura. El artista, el bailarín, se hace eco de su brevedad, de ese intenso y tenso arco en el tiempo que da su baile. ¡Qué importa entonces la energía! Pasa tan pocas veces. Han sido tan privilegiados los espectadores del Albéniz anoche (muchos, quizá, no son totalmente conscientes de ello), pues la danza escapa de todo marco, como toda belleza verdadera, cuando es excelente. Y por eso se la persigue, se la loa, se la intenta encerrar.

White Oak Dance Project

MacGuffin or how meanings get lost (Revisited): Neil Greenberg / Bernard Herrmann; Two lies: Lucy Guerin / David Chesworth; Dance with three drums and flute: Tamasaburo Bando / Rosen Tousha; The arguments: Mark Morris / Robert Schumann. Festival de Otoño. Teatro Albéniz, Madrid. 11 de noviembre.

Entrega

Todavía Barishnikov, en su natural agotamiento, hace de sus bailes un acto supremo de entrega, a sí mismo y al resto, pero manteniendo distancia (respetemos al potente Narciso que habita y manda dentro de todo gran y noble bailarín). Es algo frío (lo exigen estas coreografías de alta costura, cosidas a medida sobre sus posibilidades actuales) pero, aun así, el letón vuelve a desgranar algo que, si se quiere, es humilde, secundario, mezzavoce (hay muchas maneras de describir la discreción), que no es otra cosa que la parte reflexiva e interior de la lectura coréutica, donde el intérprete escarba tenazmente en el ánimo de un acto que sabe no repetirá jamás. Actos no por festivos menos finales. El artista no sabe si volverá a pisar ese suelo, y responde así a una leyenda de la que es responsable; alimenta, esmalta su propio mito con la idea parnasiana de que siempre que la danza es verdadera es la última vez.Cara B: Bueno, Misha es bajito. El más bajito de todos los grandes, pero no importa. Lo supera con creces aun cuando juega a comer arroz con palitos de samurai o cuando se toma en serio lo de la pantomima más irónica (MacGuffin). MB conserva un extraordinario control sobre su dinámica, maneja la inercia desde un eje axial fuera de serie, y eso le distingue. Las coreografías vistas anoche, exceptuando Morris, no pasan de ser teloneras al divo, y eso las justifican, las hacen tolerables. Otra cosa es The arguments, donde elegancia, sentido musical y del grupo y tensión dramática interior se funden en una pieza de gran poesía y hondo calado emocional. Hay que decir que las cinco bailarinas que acompañan esta vez a Barishnikov (una especie de pequeño harén, como si necesitara reafirmar su marchamo hetero de sultán) son excelentes, musicales, metidas en el estilo de las obras con soltura y eficacia. Con casi 52 años (los cumple en enero), su forma física es la de un hombre maduro que se mantiene a base de trabajo y de una inteligente explotación de sus dotes de antaño. Ya no hay giros múltiples, ni saltos trepidantes ni quintas posiciones. No las busca. No las pide nadie en él. No las necesita su danza, que no es danza contemporánea, sino ballet moderno, actual, heredero de un código que atomiza desde la sabiduría interna y la experiencia, desde la soledad trascendente del artista.

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