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Una modesta proposición

JOSÉ RAMÓN GINER

Quisiera formular una modesta proposición al alcalde Díaz Alperi, aún en el convencimiento de que no será atendida. Pero estas cosas son así. De sobra sé que si quisiera reclamar con algún éxito la atención de nuestro alcalde, debería exponer alguna idea atrevida y espectacular: un cachirulo gigante aventado desde el Benacantil y que pudiera contemplarse a varios kilómetros de distancia, convertir las calles de Alicante en un bosque tropical, algún nuevo parque temático... En fin, algo que embobase al ciudadano y provocara su asombro, sin que importara demasiado su precio ni, desde luego, su utilidad.

Pero mi proposición es mucho más simple y ello mismo la condena, sin duda, a no ser considerada. Veamos: yo le propongo que adquiera usted, señor alcalde, el edificio de Correos, de la plaza de Gabriel Miró, ahora que ha quedado en desuso, y lo convierta en una gran biblioteca municipal. Me atrevo a sugerirle algo más: no aproveche usted la actual construcción, de mediano valor y, seguramente, de reforma costosa. Levante una nueva, luminosa, moderna, atractiva. Intente, por una vez, que Alicante tenga un ejemplo de arquitectura actual, de los que se halla casi absolutamente desprovista. No ignoraré que las dificultades del empeño son muchas y que sus propios compañeros de corporación, tan coservadores, intentarán disuadirlo. Pero piénselo, señor alcalde. Las ventajas que tal acción reportaría a la ciudad serían diversas y, a mi juicio, todas importantes.

Alicante es una ciudad de escasas bibliotecas. Las pocas que hay se encuentran atestadas y nuestros estudiantes no hallan espacio donde trabajar. De atender mi propuesta, les proporcionaría usted un nuevo lugar que ellos, sin duda, agradecerían. Pero, aunque a usted no le importaran las necesidades de nuestros estudiantes -algo que considero perfectamente lógico-, piense que su presencia daría nuevos aires a una zona ahora deprimida. En muy poco tiempo, veríamos animarse los alrededores de la plaza de Gabriel Miró. Regresaría el comercio. Surgirían nuevos locales. Y ese nexo que ahora falta para enhebrar la zona comercial y el centro histórico, acabaría por desarrollarse, poniendo fin a uno de los problemas más graves que tiene planteados la ciudad.

No crea usted que mi propuesta es arriesgada ni novedosa. Ya se ha desarrollado en otros lugares. Barcelona es el lugar donde la experiencia más veces se ha ensayado y siempre con éxito. Se realizó en los años sesenta, cuando instalaron el Museo Picasso en la calle de Montcada, una zona entonces muy deteriorada que experimentó, a partir de entonces, un cambio radical. Más adelante se probó en Las Ramblas, en cuyo tramo final se estableció la universidad Pompeu i Fabra. En estos años pasados se ha intentado con la construcción del Macba en pleno Raval, una operación de gran calado que todavía sigue abierta.

¿No habríamos de poder nosotros, con todo y ser una ciudad más modesta, llevar a término una experiencia semejante? ¿Deberemos consentir, sin reacción alguna, el deterioro de nuestro centro urbano hasta convertirnos en una ciudad fantasma? Hágame caso, señor alcalde, y estudie esta discreta proposición. No se arrepentirá.

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