El día en que murió Alberti
28 de octubre. Me despierto contento: mi hijo mayor cumple nueve años. Enseguida me entero de la muerte de Rafael Alberti. Camino del colegio, les hablo a mis dos hijos del gran poeta que acaba de fallecer, de ese viejecito -como ellos dicen- de largos y blancos cabellos que de vez en cuando aparecía en la tele. También les he mencionado el libro que Alberti me dedicó en 1990, poco antes de que se casara.Mi jornada transcurre de forma agridulce, entre la alegría familiar y la inmensa pena por el poeta y el hombre al que tanto he admirado. Este año quería felicitarle por su cumpleaños, algo que hacía tiempo rondaba mis pensamientos. Pero no ha podido ser, Alberti no ha conseguido traspasar la barrera de este siglo que había recorrido de punta a punta. De todas maneras, me consuela pensar que a partir de ahora su obra no sólo se mantendrá viva, sino que crecerá. Porque él ha sido un artesano de la palabra con el talento de un artista, y en el taller de su ingenio ha trabajado con enorme destreza los materiales nobles y los humildes.
Menos mal que la televisión pública ha tenido el detalle de emitir un programa de homenaje a Alberti, en su primera cadena, después de las noticias de la noche. Por una vez han sido capaces de sacrificar los intereses comerciales por la cultura. Voy a acostarme un poco más consolado. Además, ya sé que, a partir de ahora, todos los años compartiré la celebración familiar de esta fecha con el recuerdo del poeta al que se le ha parado el corazón de tanto y tan intensamente haber vivido.-
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