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Crisparse y descrismarse

Sencillamente, no llega a entenderse la razón por la que el PP empieza la campaña electoral con tanto tiempo de carrerilla y tanta agresividad. Dirán los portavoces del partido que sólo se quiere informar de forma objetiva sobre un aspecto concreto de la gestión del Gobierno, pero eso resulta chocante que se intente a sólo cinco meses de las elecciones. Afirmarán, además, que no se meten con nadie, pero eso está en contradicción con la utilización del nombre y apellido del candidato adversario. Lo curioso del caso es que por estos procedimientos, idénticos a los que se achacaron al adversario, el PP corre todo el peligro de hacerse un torpe favor a sí mismo.Sólo quien esté muy desinformado o sea muy partidista -circunstancias que suelen coincidir- puede pretender que su enemigo político quiere dejar sin pensión a la mitad de España. Únicamente quien tenga un conocimiento muy epidérmico de las cosas llega a creer que la situación financiera de la Seguridad Social depende de la brillantez de los gestores y no, en parte, del ciclo económico. Convertir a Almunia en culpable de las huelgas generales de la época socialista sólo va a lograr que los sindicatos se apresuren a renegar del adulador abrazo que quiere propinárseles. Y con un género de propaganda como ésta, más propia de cuando se está en la oposición, se corre el peligro de acabar en ella.

La sabiduría convencional informa de que resulta casi tan peligroso adelantar en exceso las campañas electorales como no hacerlas. Uno de los mandamientos que cualquier político debiera tener inscrito en su peculiar decálogo es "no molestar", y ya se dirá qué va a suceder si el principal competidor parte tan pronto. Va a actuar como liebre para avivar la carrera de los demás, pero, como es bien sabido, la suya propia puede acabar a las pocas vueltas, cumplida ya su misión.

Lo peor del caso, con todo, no es la prontitud, sino el tono, y en esto también tiene la sabiduría convencional su doctrina. Empezar una campaña con la descalificación personal del contrario ha sido siempre algo muy contraproducente. En una biografía reciente de Nixon, escrita por Ambrose, se cuentan las razones por las que perdió su elección ante Kennedy: no fue porque actuara mal en televisión ni porque su adversario le gustara más a las mujeres, sino porque a él le gustaba en exceso la confrontación y la exageración, los dos errores cometidos ahora. No son, sin embargo, nuevos. En 1993, contra todo pronóstico, el PSOE volvió a ganar las elecciones. ¿Fue porque el PP actuara con blandura? En absoluto: se pasó la campaña contándonos acerca del Gobierno lo que ya perfectamente sabíamos. Su problema fue que no visualizó ante los ojos del elector lo que quería hacer con el país. El fin de fiesta consistió, entonces, en acusar al adversario de hacer trampas.

Ahora, por tanto, los dirigentes del PP se están equivocando y más valdría que rectificaran en beneficio de todos y también de ellos mismos. El estilo de la campaña de un partido y un líder de perfil bajo no puede ser el trueno y el relámpago desde la primera estación. ¿Cómo diablos se va a vender así a un Aznar cuyos méritos esenciales han sido mantener unido al partido y agazaparse a esperar el error del contrario? De tanto crisparse, los dirigentes del PP van a acabar por romperse la crisma ellos mismos.

Lo que menos se entiende del caso es que a los políticos del PP de procedencia centrista se les tenga que poner cara de Álvarez Cascos al iniciar una campaña. Se puede tolerar la existencia de hombres públicos que parecen vivir perpetuamente en otra galaxia: tal parece la vocación de Anguita. Aunque suelen ser unos pelmazos, también hay que aceptar a algunos que buscan la confrontación por la confrontación. Lo que parece ya demasiado es aceptar a algunos que pretendiendo ir a un sitio acaban en otro. Eso les pasa hoy a algunos nacionalistas. Javier Arenas fue un buen ministro y parecía una esperanza de moderación y buen sentido. Ahora sacando gruesos cañones para una guerra todavía no declarada recuerda lo que Theodore White escribió acerca de Romney en la campaña norteamericana de 1968. Se cree tan poco lo que dice que parece un pato tratando de hacerle el amor a una pelota de fútbol.

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