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Reportaje:

Desde la otra orilla

Superar los desequilibrios de todo tipo existentes hoy entre las orillas norte y sur del Mediterráneo requerirá un trabajo "duro", mucho diálogo y, sobre todo, que los países más desarrollados aparquen su vicio de frivolizar cuando se refieren al mundo islámico. Las relaciones entre ambas orillas del Mare Nostrum, con vinculaciones comerciales desde hace más de 3.000 años, están muy lejos de ser las aconsejables y deseables.Para profundizar en este debate, los embajadores en España de Egipto, Túnez y Libia, la encargada de negocios de la delegación diplomática argelina y el consejero-jefe del servicio de cooperación con la UE de Marruecos, participaron ayer en Alicante en una mesa redonda que, bajo el título Diálogo euro-Mediterráneo a las puertas del siglo XXI, puso en evidencia que la seguridad es un concepto tan amplio como indivisible, por supuesto no limitado a cuestiones puramente armamentísticas, que exige la aceptación y respeto a las diferencias de cada pueblo.

El Mediterráneo, cuna de civilizaciones, eje comercial de primer orden y escenario permanente de enfrentamientos, está condenado a entenderse. "Tendremos que resolver de una vez todos los conflictos de este siglo, la era de los extremos, y ponernos de acuerdo en que ni el poder ni la religión pueden ser utilizados para usurpar los derechos del pueblo". Así de categórico se presentó Hussein Haridy, embajador de Egipto, que alertó del peligro que corren el diálogo y la cooperación por el resurgimiento de la sinrazón y la xenofobia.

Contra estos males, Haridy aportó su receta: utilización masiva de Internet y otras nuevas tecnologías para invertir la tendencia, e implicar a la sociedad civil en la necesidad de alcanzar una alianza que lleve a una paz y a una estabilidad duraderas.

El testigo de la idea lo recogió Habib Mansour, el embajador tunecino. "Nos hemos comprometido con el proceso de globalización y la desaparición de las fronteras, pero eso requiere un equilibrio de las economías mediterráneas".

Mientras no se llegue a esa situación, los flujos migratorios, legales o ilegales, se mantendrán, porque frente al hambre y paro del sur, el norte se observa como paraíso de riquezas y bienestar. Y eso nos lleva directamente a la colonia de magrebíes asentados en Europa, cada vez más numerosa.

"¿Pero cómo se les recibe? ¿En qué condiciones viven?". La respuesta a estas preguntas que se lanzaron ayer están en la mente de todos. Desde luego, no con la comprensión, no desde la solidaridad, y muy pocas veces con predisposición a una interacción entre culturas.

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La diversidad cultural, religiosa y social del Mediterráneo es un diamante en bruto, pero no hay joyero que lo vea. ¿Pero cómo vencer la desconfianza si no se consigue asociar a todos en aras de una obra común y, peor aún, se traduce acercamiento con asimilación y dependencia? Fue el embajador libio, Kassem Shelala, quien expuso esta teoría: "Configuremos un espacio libre de armas de destrucción masiva". Lo demás vendrá rodado, porque las dos orillas se han querido, y odiado, desde siempre.

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