Voces teatrales
En un plazo de muy pocos meses, y tras el paréntesis inaugural del Orfeo de Monteverdi procedente del Liceo de Barcelona, el Teatro Real ha pasado de Werther a Otello, las dos óperas cuyos papeles protagonistas han sido los estandartes de los dos tenores españoles más emblemáticos de las últimas décadas, Alfredo Kraus y Plácido Domingo. En estos relevos tan significativos han comparecido en Madrid dos de los tenores más estimados del momento actual, el mexicano Ramón Vargas y el argentino José Cura. Sin entrar en inútiles comparaciones, los dos han pasado la difícil prueba con holgura.José Cura es un tenor teatral. Tiene presencia, resuelve las diferentes situaciones en función de la intensidad dramática, es joven y tiene hambre de éxito. Vino a dejarse la piel en Madrid y quizá esta imperiosa necesidad de convencer le jugó que se deslizasen momentos de nerviosismo o de vacilación o de indefinición en la forma de emisión. Cuestiones menores. Lo fundamental de su actuación estuvo en la composición de un personaje que irá madurando más conforme el tiempo pase, pero que ya de momento tiene fuerza y credibilidad. No es poco en un papel como el de Otello, del que se alimentan a partes iguales resonancias shakesperianas y la quintaesencia de la madurez vocal verdiana. Hay que recordar, con Bernard Shaw, que "no es que esta obra de Verdi sea una ópera italiana escrita en el estilo de Shakespeare, sino que la tragedia de Shakespeare es un drama escrito en el estilo de la ópera italiana". José Cura entiende esto muy bien y así potencia por encima de todo unos valores expresivos, teatrales, de galán cinematográfico si se quiere, que ayudan a definir a Otello desde la integración de las diferentes fuentes. No arrebató -tampoco creo que lo pretenda-, pero sí al menos convenció.
Otello
De Verdi. Libreto de Boito, basado en el drama de Shakespeare. Con José Cura (Otello), Elena Prokina (Desdémona), Renato Bruson (Iago), Vicente Ombuena (Cassio) y Marina Rodríguez-Cusí (Emilia). Orquesta Sinfónica de Madrid. Director: García Navarro. Director del coro: Martin Merry. Producción de la Royal Opera House, Covent Garden de Londres 1987. Director de escena: Elijah Moshinsky, realizada por Richard Gregson. Escenógrafo: Timothy O"Brien. Figurinista: Peter J. Hall. Teatro Real. Madrid, 29 de octubre de 1999.
Renato Bruson
Sí arrebató, sin embargo, Renato Bruson, sobre todo a los que valoran especialmente la línea estilística, la dicción o la claridad del fraseo. Su voz es también teatral, de barítono lírico a la vieja usanza. No está en su mejor momento de facultades, pero las que tiene las aprovecha a la perfección. En el segundo acto tuvo momentos de auténtica lección de canto verdiano. La forma de resolver sus limitaciones fue asimismo ejemplar. En conjunto, una actuación de altura.
La soprano Elena Prokina es también una voz teatral. Dulce, intimista, con gusto y musicalidad, utiliza con equilibrio sus recursos técnicos, las medias voces, los filados, los crescendos o diminuendos. Su acentuación dramática no es nunca excesiva, aunque sí muy eficaz. En el dúo con Otello del primer acto o en la canción del sauce y el posterior Ave María del cuarto, encontró los instantes de mayor calado melódico y comunicativo.
Del resto del reparto es imprescindible destacar la magnífica prestación de dos voces valencianas, el tenor Vicente Ombuena y la mezzosoprano Marina Rodríguez-Cusí. También son voces teatrales. El primero ya había cantado el papel de Cassio con Claudio Abbado en Berlín y Salzburgo; la segunda, con una voz quizá más ancha que en sus últimas actuaciones, hace una Emilia llena de matización.
La ópera es un espectáculo de la memoria. Por ello cuentan mucho en su valoración los aspectos de mezcla de estímulos artísticos y por ello cuentan también mucho las evoluciones interpretativas. García Navarro dirigió Otello en Madrid en 1985, en una producción de Piero Faggioni, con Plácido Domingo y Pilar Lorengar, que después del Teatro de la Zarzuela se llevó al campo de fútbol del Atlético de Madrid.
Interiorización
Lo que yo recuerdo de aquella lectura y lo escuchado ayer en el Real es radicalmente distinto. Fue entonces una versión brillante, extrovertida, llena de contrastes, tal vez superficial pero vistosa. La de ayer fue una lectura en muchos momentos apagada, sin tensión, pero con escenas o actos de gran interiorización. El último, por ejemplo, con un diseño cuidadísimo, casi camerístico, de las sonoridades, pasando con maestría de una situación a otra, volcando la capacidad concertadora en función de la emoción de las voces o resaltando primorosamente algunos detalles orquestales. El dúo del primer acto o los acompañamientos a Iago en el segundo estuvieron especialmente conseguidos. En muchas de las escenas más espectaculares faltó, sin embargo, un poco más de fuerza, de vibración, de energía. García Navarro quizá miró menos que nunca a la galería y se centró en los conflictos de los personajes. La representación tuvo fases de desvanecimiento y gozó de un último acto muy emotivo que explica seguramente todo el planteamiento general.
Se presentaba el coro de la Sinfónica de Madrid. No es Otello el mejor título para una puesta de largo. Demasiadas dificultades para un coro aún muy verde, que se mostró con más rigidez y atropello de lo aconsejable.
La puesta en escena del Covent Garden de Londres es convencional y funcional. Utiliza la capacidad evocadora de unas grandes columnas, los espacios abiertos para una narración teatral transparente y algunos efectos de movimiento con banderas de color u otros recursos muy trillados. Es una puesta en escena correcta y, sin embargo, pasó bastante iandvertida. La atención estaba en otros lugares. En las voces, especialmente. Voces teatrales, algo imprescindible para que la ópera mantenga su irresistible atractivo.
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