Heterodoxo Harnoncourt
Para inaugurar el segundo abono de Ibermúsica ha venido a Madrid la Real Orquesta del Concertgebouw dirigida por Nikolaus Harnoncourt, o como dice algún diccionario puntual, Johann Nicolaus Graf de la Fontaine und d"Harnoncourt-Unverzagt que, aunque nació en Berlín, es austriaco y se formó en Viena. A partir de 1953, cuando funda el Concentus Musicus, Harnoncourt se hace con un prestigio que llegaría a alcanzar la popularidad como intérprete de la música histórica, desde Monteverdi a Mozart, pasando por los grandes barrocos, Bach, Haendel, Telemann, Purcell o Vivaldi. A los conciertos sumó una larga discografía así como estudios que han dado la vuelta al mundo -El diálogo musical, 1984, y El discurso musical, 1982, principalmente-. A la hora de revitalizar la música pretérita, Harnoncourt supo conciliar la fidelidad histórica y la necesaria comunicación con el público actual que es quien la escucha.Posteriormente Harnoncourt pasó a Beethoven y Schubert y ahora lo tenemos con Brahms y Dvorak entre las manos. En línea general, me parece una mente y un temperamento heterodoxo -y no lo digo en plan de censura pues suele haber pocas cosas tan enojosas como la ortodoxia integrista-, mas lo cierto es que el público de hoy para el que, como dice Harnoncourt, "la música ya no es el centro de la vida" acepta la belleza que le sirve un amante del primor sonoro aunque en el caso del repertorio romántico haya asumido una nueva ortodoxia, la del disco preferido, y le suena demasiado distinto cuanto piensa y realiza su mitificado director.
Ciclo Orquestas del Mundo
Concertgebouw de Amsterdam. Director: N. Harnoncourt. Solista: R. Buchbinder, pianista. Obras de Brahms y Dvorak. Auditorio Nacional, Madrid, 27 de octubre.
En la ocasión presente, con dos representativas partituras, -el Concierto primero de Brahms y la Sinfonía del Nuevo Mundo, de Dvorak- pudimos estimar muchas cosas hermosas fruto de una sensibilidad original y muy refinada, pero en ocasiones faltó energía, como en la iniciación espectacular del Concierto en re menor o el sosegado curso de los "tiempos" peligraba la frontera del desmayo aireado por unos silencios "descontrolados". En otros casos, el desequilibrio se manifestaba por el protagonismo que alcanzaban voces secundiarias sobre las principales y hasta un unísono de las trompas podía instalarse en el primer plano. En general, asistimos a una suma de bellezas y desestabilizaciones también en la "ligazón" del discurso musical cuando unos instrumentos, o secciones instrumentales, entraban con excesiva diferencia de intensidad. Todo ello, pese a los aplausos si no unánimes, sí prolongados y creaba una sensación de perplejidad. Y me temo que a los excepcionales profesores de la orquesta holandesa pudiera sucederles algo análogo. ¿Qué es preferible escuchar expectantes la sorpresa a seguir una trillada visión conformista y administrativa, como tantas veces? Personalmente, me apunto al primer supuesto.
Un pianista bien conocido aquí, casi podríamos decir "de la casa" como es Rudolf Buchbinder (Leitmeritx, Austria, 1946) todavía discípulo de Bruno Seidlhofer, el maestro de Brendel y Gulda, hizo un Brahms delicado, sutil. El "buen gusto" primaba sobre la comedida e intensa pasión. Acaso coincidían pianista y director en subrayar cuanto en Brahms hay de herencia schubertiana, pero evidentemente sufría la grandeza del mensaje que se tornaba más decorativo que otra cosa. No hubo "propinas" quizá por criterio quizá porque el entusiasmo no era indescriptible. En todo caso, la propuesta de Ibermúsica era válida pese al desencanto que produjo en muchos el resultado final.
Babelia
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