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Reportaje:

Siete claves para abrir el Museo de Colecciones Reales

Los proyectos, expuestos sin el nombre del autor en el Palacio Real, prevén rampas, emplean cristal e integran ruinas

Son siete grupos de hombres y mujeres. Su vínculo, la arquitectura. Su propósito, crear un museo subterráneo de arte suntuario regio. Su identidad es aún desconocida. Bueno, solo a medias. Se sabe quiénes son: los equipos de Zaha Hadid, David Chipperfield, Ricardo Bofill, Guillermo Vázquez Consuegra, Emilio Tuñón, los hermanos Cano Pintos y Oriol Bohigas. Pero se desconoce a cuál de ellos o ellas pertenece cada uno de sus flamantes proyectos de ideas. Los han presentado rubricados con claves anónimas formadas con tres consonantes.Todos y todas tienen un mismo desafío: poner rostro arquitectónico a una caja del subsuelo de Madrid, en forma de codo, 125 metros de longitud por 13 metros de profundidad, en su trazado longitudinal y 165 metros de frente por 25 de hondura, en su trazado transversal. La superficie sobre la que se asentará acaba de ser excavada bajo la plaza de la Armería y la catedral de la Almudena. Allí se construirá el futuro Museo de Colecciones Reales. Su fisonomía será la del proyecto más completo de los siete, que será designado el próximo 15 de noviembre.

El reto consiste en que el Museo Real tendrá que albergar en sus salas objetos de formatos y presencias tan dispares como los de carruajes, tapices, textiles, pinturas, grabados, esculturas, cristales, porcelanas, cerámicas, ornamentos religiosos, instrumentos musicales y otras piezas de arte suntuario, procedentes todos de las colecciones regias. Además, el Museo deberá cobijar, integrándolas y eludiendo riesgos estéticos de anacronismos, las ruinas de algunos paños de las primitivas murallas que cercaron la almendra donde nació Madrid en la Alta Edad Media y otros restos arqueológicos hallados en la excavación de la explanada.

Los siete equipos de arquitectos fueron seleccionados por Patrimonio Nacional el pasado mes de julio, de entre 47 equipos más, para culminar una obra de evidente envergadura.Contaron con tres meses para idear sus propuestas. Han consumido su tiempo y su imaginación para armonizar todo un laberinto de variables, volúmenes, espacios y servicios. Les han sido dadas unas dimensiones de espacio tratable, hasta 40.000 metros cuadrados aproximadamente, y se les ha dicho que deben necesariamente integrar en ese espacio al menos 900 metros cuadrados de las ruinas madrileñas recién halladas.

Desde el lunes, los siete proyectos permanecen expuestos, cada uno sobre cinco paneles más su correspondiente maqueta, en la primera planta del interior del Palacio Real de Madrid.

Recorrer la exposición permite descubrir cómo han resuelto tantos desafíos los arquitectos. Han debido adaptar sus proyectos a un paisaje singular que se abre sobre el Campo del Moro, flanqueado por el Palacio Real y la catedral madrileña. Las siete propuestas, ninguna de las cuales podrá chirriar ni desentonar en tan singular entorno, han de tener muy en cuenta que el futuro museo se erguirá sobre un basamento pétreo dispuesto al modo de un enorme zócalo que flanquea la auténtica acrópolis de Madrid, según informa desde uno de sus paneles la propuesta firmada por el equipo VHC.

Hay rasgos comunes en casi todos los proyectos. El primero es el sentido descendente del futuro museo. Se verá de arriba hacia abajo, hasta una profundidad hábil y visible de unos 17 metros. La coincidencia es aquí casi plena. Se da asimismo una predilección por jerarquizar el acceso al recinto mediante cuerpos acristalados en los que se situarán vestíbulos, taquillas, guardarropía y tiendas. La mayoría de los diseños emplea pues el cristal y el hormigón como elementos dominantes de construcción y ornato. Algunos, como el proyecto rubricado por el equipo LTM, reparan en que el techo del futuro museo es asimismo un suelo, el de la explanada, cuyo carácter público abierto habrán todos de mantener. Para ello, facilitan distintas fórmulas de transparencia que permitirán a los viandantes acceder al museo desde la plaza mientras ven los vestigios más puros de la historia de la ciudad abiertos bajo sus pies. Unos han proyectado tragaluces, otros linternas; muchos, vitrinas y lunetas. FKG propone un acceso directos e independientes desde el interior del Palacio Real. Otros prevén ascensores con capacidad para cien personas.

Todos han colocado los almacenes, las reservas de objetos, los talleres y los muelles de carga y recepción de fondos en la zona más baja, a unos 25 metros de profundidad desde la cota del suelo de la explanada.

Sensibles a la delicadeza del paisaje y a su orientación, los arquitectos atraen la luz cenital y esquivan la exposición frontal de tapices y cuadros a la luz que en el ocaso baña cegadoramente de añil, naranja y granate los atardeceres más bellos de Madrid.

Cristal, oro, milhojas y diagonales

La imaginación del arquitecto se ve en la plaza de la Armería sometida a limitaciones volumétricas y funcionales que, una vez satisfechas, permiten desplegar la invención creativa de cada proyecto. Así, para salvar el escollo de una fachada necesariamente subalterna, dada la proximidad monumental del palacio y la catedral, algunos arquitectos han ideado rampas exteriores descendentes que surcan en zig-zag el murallón que forma el gran talud de la cornisa sobre el Campo del Moro. Otros, como RSN, han ideado una estructura exterior similar a los dulces de milhojas, fórmula que sugiere una armonía acorde con la estratificación del terreno. BJP prevé un revestimiento almohadillado similar al de las cercanas fachadas monumentales.En la entrada, donde no ha faltado una propuesta de embocadura cajeada y dorada, ni otra rematada con un rótulo áureo con la palabra Museo, las preferencias de los diseñadores se han orientado hacia la edificación de cubos acristalados de una altura no superior a la línea de cornisa del ala contigua del palacio, así como hacia pérgolas y atrevidos dinteles para jerarquizar los accesos. Buena parte de los proyectos elevan dos plantas detrás de la fachada de la catedral a poniente para permitir una percepción casi completa del ocaso en la explanada que techa el recinto.

En el interior del futuro museo, las rampas definen no sólo el relato del trayecto de la visita, sino también la colocación de grandes objetos, señaladamente carruajes, cuya disposición lineal macizaría en exceso su presencia ante el visitante.

Algunos proyectistas han decidido incorporar escaleras mecánicas diagonales para permitir la contemplación del detalle más nimio de la cenefa de un gran tapiz, como los que serán exhibidos. Para otro arquitecto, tapices y cuadros levitarán suspendidos del techo.

Los siete equipos percibirán 3.480.000 pesetas, brutas, por su esfuerzo y su tiempo, apenas tres meses en los que se han mantenido atentos a la naturaleza y cualidad de los hallazgos arqueológicos que iban siendo encontrados en el subsuelo excavado.

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