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44º FESTIVAL DE VALLADOLID

Otra prueba de gran fuerza de Marta Belaustegui

Ayer llegó el turno de la tercera película española en concurso. Marta y alrededores está escrita y dirigida por Nacho Pérez de la Paz y Jesús Ruiz, dos debutantes en el largometraje que dejan ver su condición de primerizos en la viveza casi espontánea que proporciona a lo que hacen la falta de dominio de los tiempos largos, carencia que tiene su revés en los inevitables vaivenes que sufren el hilo de interés y la continuidad del filme. La película comienza de manera plana, en una sucesión de escenas excesivamente dilatadas y cuyo tiempo no está bien gobernado y se estanca en una serie de tanteos, de balbuceos y de altibajos que poco a poco se van atenuando, hasta que, a mitad de metraje, la película experimenta un brusco giro hacia arriba y comienza a crecer hasta hacerse completamente firme su secuencia. Va de menos a más y al final está viva y se hace corta sin serlo.Otro indicio de que es una obra de principiantes lo encontramos en que De la Paz y Ruiz ceden (ignoro si voluntariamente o no, es lo mismo) las riendas del relato a los intérpretes y les dejan, o no pueden impedirles, componer libremente sus personajes, por lo que cada uno de ellos ha de defenderse a sí mismo, y debido a esto el conjunto, aunque no es homogéneo, es bueno, da indicios de solvencia, aunque de él salta un rostro mejor que bueno, el de Lola Dueñas, y otro no bueno sino de fuerza excepcional, el de Marta Belaustegui. Apoyadas por el resto del reparto, ambas actrices dan vida de comienzo a fin a la película y la segunda logra elevarla en algunos momentos sorprendentes a gran cine.

Es Marta Belaustegui una actriz dotada de un enorme y extraño vigor magnético. Su fotogenia y la capacidad de concentración de sus actitudes y sus miradas no tienen equivalencia en el cine de ahora. Si su trabajo en Cuando vuelvas a mi lado es complejísimo y lo resuelve de manera eminente, el que borda en Marta y alrededores, siendo de menor alcance, se desata de pronto en vuelos de una pasmosa, por inesperada, intensidad emocional. Es dueña esta joven actriz del don de los elegidos, de los aristócratas de su oficio, el don de la transfiguración, y esta es una palabra mayor -tal vez la mayor de todas- en estos imprecisos territorios, porque una actriz de este poderío expresivo, capaz de convertirse por decreto de su mirada en el eje de la imagen, vacía la pantalla cuando sale de ella y la hace estallar de plenitud cuando entra. Y un nombre repentinamente indispensable de nuestro cine invade esta pequeña película y la hace grande, tal vez porque sin proponérselo la hace suya.

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