Los obispos alzan la voz contra una Europa "atravesada por nuevas formas de egoísmo"
El mensaje del II sínodo despacha en dos líneas el creciente papel de la mujer en la Iglesia
ENVIADO ESPECIAL El principio, esperanza. Y después, rebeldía. "Alzad la voz", "no calléis" en esta Europa "atravesada por nuevos muros y nuevas formas de egoísmo". Son las palabras clave del mensaje final del II sínodo de los obispos europeos. Falta aún por conocer, hoy, los nombres de los 10 prelados que redactarán con el Papa la exhortación apostólica sinodal, porque ésa será "la última palabra del sínodo", como ayer se encargó de resaltar el cardenal Dionigi Tettamanzi en un intento de conjurar las críticas por el carácter melifluo del mensaje que estaba dando a conocer.
Es probable que Juan Pablo II adelante hoy, durante la clausura, algunas orientaciones de su futura exhortación apostólica sinodal, y que el contenido de éstas revele una mayor severidad que el mensaje conocido ayer."El hombre no puede vivir sin esperanza: su vida, condenada a la insignificancia, se convertiría en insoportable". Es la primera línea del mensaje de esta II Asamblea para Europa del Sínodo de los Obispos que se celebra en Roma desde hace 23 días. Han participado 179 prelados, y muchos ya estuvieron en el de 1991, que duró dos semanas. Pero entonces acababa de levantarse el telón de acero y, convencidos de que el derrumbe del comunismo era mérito del pontificado polaco, los obispos vaticinaban una pronta y más fácil evangelización de toda la Europa oriental. Al fin y al cabo, el viejo continente "siempre ha hablado la lengua el cristianismo", se subrayó en aquel sínodo citando a Goethe.
"Muchas esperanzas han sido infelizmente defraudadas, pero no os engañamos diciendo que la esperanza es posible también hoy, y para todos", añade el mensaje. Los obispos ven a Europa "tan sedienta de esperanza que corre el riesgo de perderse", si bien aclaran: "Pero la vida vencerá sobre la muerte, no cedáis al desaliento".
Después de una treintena de líneas dedicadas a la ascética y a la escatología, redactadas a ras de tierra y con belleza italiana, el mensaje vuelve a los retos europeos para relatar sus "signos de esperanza": la libertad de las Iglesias del Este, los nuevos movimientos y comunidades, y "la creciente presencia y acción de la mujer en las instituciones y ámbitos de la vida de la comunidad cristiana". Es todo lo que se dice sobre la mujer en un sínodo que dice haber tenido a este asunto entre los preferidos.
Porque el problema es Europa, a todas luces. Una Europa de presente sombrío, como han subrayado con tozudez digna de mejor causa los obispos del Este exhibiendo estadísticas desoladoras. Un solo dato para ilustrar las dificultades: en la colosal Rusia hay 350.000 católicos, 74 sacerdotes y 185 religiosas. A punto de cumplirse el décimo aniversario de la reunificación de Alemania, la jerarquía se enfrenta ahora a enemigos que en 1991 no podía imaginar porque están en el corazón de su santuario.
Los prelados protagonistas en este sínodo tienen una década más a sus espaldas y algunos superan ya los 70 años. Por no hablar del Papa, que pronto será octogenario. "La Iglesia debe estar preparada para recoger los despojos [de la Unión Soviética]", dijo un eufórico Juan Pablo II en abril de 1990. Y los despojos han atragantado a los poderes civiles y eclesiásticos de toda Europa.
"Diez años atrás, con la caída el comunismo, estábamos más seguros y, quizás, esperábamos un rápido ordenamiento", explicó el presidente de la Conferencia Episcopal alemana, Karl Lehmann. "Nuestro reto ahora no es convertir para bautizar, sino volver a recuperar a los bautizados", dijo el arzobispo francés Louis-Marie Billé. Son dos visiones evangelizadoras, ambas desde el próspero occidente europeo, que se descristianiza, obsesionado por el mercado y el consumo, por las nuevas sectas, y por dificultades, en fin, bien localizadas por el Vaticano. "Europa necesita el suplemento del alma", expuso el cardenal Paul Poupard, citando a Henri Bergson.
Los franceses trajeron al sínodo a Bergson y a Malraux, pero la condición humana de la Europa de hoy, a juicio de los obispos del Este y de la docena de prelados balcánicos, tiene que ver más con la insolidaridad, el egoísmo y una letanía enorme de crueldades. Para estos prelados el desafío es sobrevivir, y la Iglesia se enfrenta entonces a un proceso de evangelización que choca con las iglesias hermanas de rito oriental, o que irrita sobremanera a las otras religiones. De forma que la voluntad ecuménica expresada por este sínodo puede saltar por los aires, malogrando el ejemplo que la Iglesia quiere dar a las autoridades civiles. Lo expresaban así los obispos británicos en su propuesta: "¿Cómo vamos a reclamar unidad e integración a los gobiernos de Europa si nosotros, la Iglesia, no somos capaces de predicar con el ejemplo de nuestra necesaria unidad?".
Rechazo a un nuevo concilio
Carlo Maria Martini, el majestuoso y culto cardenal de Milán, tuvo un sueño en el sínodo y ayer sus colegas más poderosos se lo estropearon a zapatazos. No habrá concilio, ni ahora ni luego. El cardenal Dionigi Tettamanzi, arzobispo de Génova y un preferido del Papa, fue cruel con su hermano de colegio cardenalicio en la rueda de prensa de presentación del mensaje oficial del sínodo. "La intervención del cardenal Martini no ha tenido ningún eco", sentenció."Tuve un sueño", inició su intervención Martini. Fue una hermosa pieza oratoria, muy vaticanista (si es que vaticano viene de vate, es decir, poeta), al menos en la parte a la que han accedido los periodistas. El sueño de Martini en realidad eran tres, los dos primeros relacionados con la metáfora de los discípulos de Emaús, recurrente en muchos discursos, y el tercero directamente referido a la necesidad de que la Iglesia busque deprisa "nuevas y más amplias experiencias de colegialidad para afrontar juntos, con todos los obispos, los problemas que la vida moderna nos pone delante, aproximando y comparando entre todos los múltiples lenguajes y las varias culturas en las que es vivido hoy el mensaje cristiano".
Martini, evidentemente, se refería a convocar un concilio universal. Les decía claramente a los 179 padres sinodales, sin citar la palabra mágica, que los problemas de la Iglesia y los retos a los que se enfrenta en este comienzo del tercer milenio son de tal envergadura que es probable que sólo los 4.400 obispos convocados a Roma pudieran dar con las soluciones. Y en esa órbita colocaba Martini a los jóvenes, a las mujeres y a los nuevos movimientos sociales y eclesiales que la semana pasada, en un antisínodo a pocos kilómetros del Vaticano, ponían el acento en cuestiones que los obispos marginaban: la comunión de los divorciados, un nuevo enfoque eclesial sobre el control de la natalidad responsable, el acceso de la mujer al ministerio ordenado, la elección de los obispos por los fieles de cada diócesis y otros temas de eterna discusión.
La apelación conciliar de Martini (nacido en Turín en 1927, jesuita y ex rector de la Universidad Gregoriana de Roma hasta que Juan Pablo II lo envió, en 1979, al arzobispado de Milán) no ha sentado bien en el sínodo, pero ha tenido calado en la vida eclesial y social. Ayer, los dos cardenales y los cuatro arzobispos que, con Tettamanzi, acudieron a la sala de prensa, tuvieron que afrontar cinco preguntas sobre el tema. Todas tuvieron las mismas respuestas, jocosas o despreciativas. "La propuesta no ha provocado discusiones en el sínodo", sentenció el prelado esloveno Frank Rodé. "Es una hipótesis que probablemente no se va a verificar nunca", afirmó el cardenal francés Paul Poupard. Y el trallazo de Tettamanzi: "No ha tenido ningún eco". Y eso que Martini es famoso, casi popular. Hace sólo tres años firmó con Umberto Eco un hermoso libro de diálogos de fin de milenio: ¿En qué creen los que no creen en Dios?
16 españoles, incluida una mujer, entre los participantes
La española Juana Carrascosa, perteneciente al Centro Internacional de Comunión y Liberación, se encuentra en Roma para participar en el sínodo, que empezó el 1 de octubre y se clausura hoy. Carrascosa es una de las 16 mujeres invitadas por el Papa a intervenir. Lo hizo el día 5 ante los 179 obispos del plenario, y su discurso figura en el boletín número 10 de los 24 publicados.España ha tenido una participación intensa, pero el protagonismo ha sido para el cardenal de Madrid, Antonio María Rouco, como relator general, el quinto cargo del sínodo tras el Papa, que preside; el secretario general, el cardenal Jan Pieter Scholtte; y los presidentes delegados, los también cardenales Paul Poupard (francés), Joachim Meisner (alemán) y Franiszek Macharski (polaco de Cracovia, la antigua diócesis del papa Wojtyla). Otros dos prelados españoles, el arzobispo de Pamplona, el claretiano Fernando Sebastián, y el obispo de Zamora, Juan María Uriarte Goiricelaya, han destacado. El primero formó parte del comité de redacción del mensaje final, y Uriarte ha ido la mano derecha de Rouco como coordinador del grupo español.
Juana Carrascosa tiene 49 años y en realidad se llama Ione Echari, pero utiliza el apellido de su marido, Jesús Carrascosa, un teólogo asturiano de 60 años al que hace dos años le propusieron, junto a su mujer, venir a Roma a poner en marcha el Centro Internacional de Comunión y Liberación. Juana Carrascosa almorzó con Juan Pablo II el pasado miércoles, junto a las otras 16 mujeres sinodales.
Nombres conocidos
Los otros obispos elegidos por la Conferencia Episcopal son conocidos por los católicos españoles. Se trata del otro cardenal español en activo, el valenciano Ricard María Carles, arzobispo de Barcelona; de los arzobispos de Toledo, Francisco Álvarez (que utilizó en su discurso sinodal la expresión "pensamiento débil"); de Zaragoza, Elías Yanes; de Oviedo, Gabino Díaz Merchán; y de Sigüenza-Guadalajara, José Sánchez. También ha estado el prelado del Opus Dei Javier Echevarría, nombrado por el Papa.
Como expertos han sido llamados a Roma tres teólogos, los profesores Pedro Rodríguez, de la Universidad de Navarra; y los jesuitas Juan Antonio Martínez Camino, de la Pontificia de Comillas, y Cándido Pozo, de la Facultad de Teología de Granada. Entre los 38 auditores convocados de toda Europa, cuatro son también españoles: los citados Carrascosa, Kico Argüello, fundador del Camino Neocatecumenal, y el presidente de la Confederación Española de los Superiores y Superioras Mayores, Jesús María Lecea.
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