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Un pintor menospreciado

La exposición sobre Lorenzo Tiepolo, abierta al público en el Museo del Prado desde el 21 de octubre, constituye una maravillosa sorpresa para un público que ni siquiera sospecha que pudiera haber otro brillo que el plenario y cegador de Giambattista Tiepolo, el genial pintor veneciano, nacido en 1696 y muerto en Madrid en 1770, tras haber pintado en las mejores cortes europeas. Todo lo más, los muy aficionados conocen quizá la obra muy sólida e interesante del hijo mayor, Giandomenico (1727-h. 1804), pero de Lorenzo, el segundo, nacido en 1736 y muerto como su padre en Madrid en 1776, apenas si sabían que había ayudado a su padre en algunos de sus encargos importantes, como en la decoración de Würzburg y que le había acompañado a Madrid, donde se conservaban algunos grabados que reproducían temas paternos y, sobre todo, una colección de pasteles, la mayor parte conservados en las colecciones del Patrimonio Nacional.Pasteles

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Pues bien, lo que ahora se nos muestra es precisamente este conjunto de maravillosos pasteles, la mayor parte retratos y escenas populares, que ratifican un talento injustamente preterido. La técnica de pastel alcanzó un gran predicamento en el XVIII a través de figuras especializadas de la importancia de la veneciana Rosalba Carriera o el suizo Lyotard. Es una técnica muy apta para captar los detalles, de gran luminosidad y de efecto sensual muy grato. El uso que hace de ella Lorenzo Tiepolo posee todas estas cualidades, pero además sorprende por su originalidad compositiva y su vigor penetrante.

El pastel alcanzó un alto rendimiento en el retrato y Lorenzo le supo sacar un máximo partido, como se destaca en el hermosísimo que realizó de su madre, pero, vista su obra desde la actualidad, las escenas populares nos producen comparativamente un mayor impacto, con sus extraños encuadres y la penetrante manera con que nos proporciona la gracia de los detalles más significativos. Es ahí donde se nos revela la categoría artística de este pintor, siempre condenado a estar a la sombra, no sólo del padre y del hermano, sino de toda una saga familiar que parecía dejarle definitivamente condenado al olvido.

Afortunadamente, la visión de este preciso conjunto le hace una justicia postergada a lo largo de más de dos siglos. Ahora sabemos que no es posible prescindir de Lorenzo como de ese hijo segundón que no llegó a cuajar con luz propia. Es cierto que su obra personal conocida es corta, no sólo por trabajar la mayor parte de su vida como ayudante, sino también por su muerte prematura -sólo sobrevivió a su longevo padre media docena de años-, pero este breve testimonio posee una contundencia memorable.

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