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Talismán

Manuel Vicent

La expedición de los argonautas en busca del vellocino de oro, la conquista del Santo Grial por los caballeros de la Tabla Redonda, la bajada de los alquimistas hebreos al fondo del crisol en cuyo alvéolo pensaban fundir la piedra filosofal, éstos son algunos caminos de perfección que antiguos héroes y sabios emprendieron con el deseo de hallar un talismán que les diera la inmortalidad. El conquistador Juan Ponce de León navegó a Florida desde Puerto Rico para descubrir la fuente de la eterna juventud que manaba en Bimini, según la leyenda. Hoy el viaje hacia ese manantial se realiza pasando primero por las clínicas de cirugía estética donde el mito de la inmortalidad se celebra a cuchillo sobre el rostro de los expedicionarios, pero más allá de este sueño que impone el bisturí, la crema de belleza o el bronceado caribeño, la fuente de la eterna juventud existe realmente, sólo que es muy peligroso beber en ella a causa del veneno que contiene. Ponce de León volvió a Puerto Rico sin haberla encontrado, pero cualquier profesor la tiene ahora a su merced. Esa fuente mana en las aulas del instituto y de la universidad. Allí se reproduce cada curso el mismo prodigio y la misma tragedia. Los alumnos se renuevan cada año. Tienen siempre la misma edad. El único que envejece es el profesor en la tarima. El próximo curso será un año más mayor; en cambio, el agua corporal de sus alumnos adolescentes seguirá brotando siempre pura entre las bancadas sin que se desvanezca nunca la fascinación de su piel, la incipiente turgencia de los senos, la primavera absoluta de la carne. Frente a este manantial sólo la vida del profesor representa la maldición del tiempo y si intenta liberarse bebiendo correrá el mismo peligro que afrontaron los héroes que buscaban talismanes prodigiosos. El vellocino era un imposible sexo femenino situado en la raya del mar que se alejaba a medida que los argonautas navegaban hasta el naufragio. También el Santo Grial cuya búsqueda servía sólo para encender el corazón de los caballeros habría desatado su codicia mortal si lo hubieran encontrado. Y es sabido que la piedra filosofal conducía a la suprema pureza que es la locura. Si desde la tarima el profesor quiere reflejarse en el agua perenne de sus alumnos sólo hallará en el fondo la imagen de su rostro cada vez más destruida, y si acerca los labios para beber de ella será conducido a prisión por la justicia.

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Sobre la firma

Manuel Vicent
Escritor y periodista. Ganador, entre otros, de los premios de novela Alfaguara y Nadal. Como periodista empezó en el diario 'Madrid' y las revistas 'Hermano Lobo' y 'Triunfo'. Se incorporó a EL PAÍS como cronista parlamentario. Desde entonces ha publicado artículos, crónicas de viajes, reportajes y daguerrotipos de diferentes personalidades.

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