_
_
_
_
_
Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Espera en Pakistán

EL GENERAL Pervez Musharraf, autoproclamado dueño de los destinos de Pakistán, sigue manteniendo silencio sobre sus planes para el dislocado país islámico. El Ejército paquistaní, probablemente la única institución con cierta estabilidad en la turbulenta nación asiática -pobre, superpoblada, dividida étnicamente y por el conflicto entre secularismo y religión-, ha suspendido la Constitución y el Parlamento y decretado, bajo el nombre de estado de urgencia, una ley marcial atenuada. Aparte de prometer que extirparán una atrincherada corrupción, las Fuerzas Armadas dilatan el anuncio de sus intenciones concretas.Los militares, árbitros de los acontecimientos en el medio siglo de vida del país, han derrocado sin sangre y con la complacencia ciudadana un Gobierno impopular. Se nota en las calles y lo corroboran encuestas según las cuales hasta el 75% de los consultados está a favor de la destitución de Nawaz Sharif, acusado de corrupción y abuso de poder. Medidas como la congelación de bienes de los políticos prominentes han sido bien recibidas por una población harta de los dos partidos que han gobernado en la última década. La realidad es que ni Sharif ni Benazir Bhutto, cada uno con dos oportunidades como primer ministro, han mejorado sustancialmente la vida de sus conciudadanos. Más bien han degradado la teórica democracia paquistaní e hipotecado su desarrollo. El país surasiático sufre una pobreza rampante, está endeudado hasta el tuétano y en sus ciudades predomina la ley del más fuerte. Este estado de cosas se ha reflejado en una alarmante apatía electoral.

La momentánea luna de miel entre los generales y los ciudadanos explica la tímida reacción de condena internacional ante el golpe. Washington, para el que Pakistán es un aliado geoestratégico clave, se ha limitado a advertir sobre la necesidad de volver rápidamente a la representatividad. La Unión Europea dio ayer un mes a Islamabad para que presente un calendario democrático antes de iniciar represalias económicas. Pakistán necesita renegociar 3.000 millones de dólares de deudas con Gobiernos occidentales y espera ansiosamente otros 280 millones del Fondo Monetario.

Musharraf -con fama de occidentalizado y alejado de fundamentalismos- está buscando un marco que legitime el golpe castrense. Ha conseguido que el ceremonial presidente del país, Rafiq Tarar, siga en su puesto y que le apoyen relevantes jueces del Supremo. Aparentemente los militares consultan a intelectuales, políticos y economistas sobre las posibilidades de un Gobierno interino. Pero el tiempo vuela y la historia muestra hasta la saciedad que aun los más modestos soldados suelen sentirse tentados por el trono. Urge, pues, que el general que se ha arrogado todo el poder deje claro que intenta devolver a Pakistán al camino de las urnas. Y que asegure a la comunidad internacional que su Ejército, el de un país con capacidad nuclear, no emprenderá una nueva aventura en Cachemira como la que este verano estuvo a punto de desatar la cuarta guerra con la India, el otro poder atómico del subcontinente.

Cuando un tema da mucho que hablar, lee todo lo que haya que decir.
Suscríbete aquí

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_