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LA CARRERA HACIA LA CASA BLANCA

La estrella frente al robot

El ex jugador de la NBA Bill Bradley amenaza las aspiraciones de Al Gore para suceder a Bill Clinton

Tras ignorarlo durante meses, Al Gore busca ahora el choque directo con Bill Bradley. Mal orador ante las masas, por frío y mecánico, pero excelente en el debate cara a cara, por su rigor expositivo, su prodigiosa memoria y su profundo conocimiento de los temas, Gore quiere tener a Bradley solo y ante las cámaras de televisión. Propone una fecha: el 4 de noviembre, en New Hampshire. Bradley no ha recogido aún este guante. ¿Por qué tendría que apresurarse a hacerlo, si las cosas le van tan bien? Considerada insignificante a comienzos del pasado verano, su amenaza a las ambiciones de Gore es ahora tangible y creciente. Tanto que Gore ha tenido que despertar de su sopor. Por consejo de Bill Clinton, ha trasladado el cuartel general de su campaña a su Estado natal de Tennessee, lejos de la politiquería de Washington a la que el vicepresidente está tan asociado.Sería toda una novedad que Bradley rompiera la tradición que concede casi de oficio al vicepresidente la candidatura de su partido a las siguientes elecciones a la presidencia. Es obvio que Gore desea esa candidatura con todas sus fuerzas, desde su nacimiento ha sido criado y educado, precisamente, para ser inquilino de la Casa Blanca. Lo que ya es menos seguro es que, en contra de lo que creía hasta hace un par de meses, tenga garantizada esa candidatura.

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Gore ha comprendido que tiene que sudar mucho la camiseta. Las últimas encuestas son alarmantes para él. La de USA Today del martes afirma que el vicepresidente es el candidato preferido por el 51% de los votantes demócratas, mientras que el 39% opta por Bradley y el resto se declara indeciso. Eso le supone a Gore una pérdida de 12 puntos y a Bradley una ganancia de 9 en relación a la encuesta del mismo diario efectuada un mes atrás. Según el sondeo de USA Today, cualquiera de los dos perdería frente al republicano George Bush, aunque la derrota de Gore sería mayor.

Bradley está subiendo como la espuma. Puede ser desconocido internacionalmente, pero no para sus compatriotas. Entre 1967 y 1977 fue una estrella de la liga de baloncesto de la NBA, que ganó dos veces con su equipo de los New York Nicks. Antes, como capitán de la selección estadounidense, había conquistado la medalla de oro de baloncesto en los Juegos Olímpicos de Tokio de 1964. Tampoco es un pardillo en política. Tres veces se presentó como candidato a senador por el Estado de Nueva Jersey y las tres veces ganó. Su imagen de hombre alto, desgarbado, honesto y preocupado por los más débiles encuentra en el imaginario norteamericano una cierta relación con Gary Cooper.

El ex baloncestista comenzó su carrera hacia la Casa Blanca solo ante el peligro. Ahora, según una encuesta de Reuters, le ganaría a Gore las elecciones primarias de New Hampshire, las que el próximo febrero abrirán oficialmente el largo y complicado procedimiento de designación popular del titular de la Casa Blanca. Bradley cuenta ahora con el 45% de las intenciones de voto en New Hampshire frente al 36% de Gore.

Bradley está explotando a fondo la desilusión de los norteamericanos con la presidencia de su correligionario Clinton, plagada de escándalos como el caso Lewinsky y de fracasos como el reciente rechazo por el Senado del Tratado de Prohibición Completa de Pruebas Nucleares. Ese fenómeno, bautizado por los politólogos como "fatiga de Clinton", daña a un Gore asociado estrechamente durante los últimos siete años al pícaro político de Arkansas.

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Cuando su segundo mandato entra en su recta final, Clinton sólo tiene un activo que ofrecer a su pueblo, uno, eso sí, de muchísimo peso: un largo periodo de prosperidad económica. Pero Bradley entiende que no sólo de pan vive el hombre y que los ciudadanos esperan de sus dirigentes algo más que una buena cuenta de resultados. "El pueblo", dice, "tiene todo el derecho del mundo a ser escéptico respecto a la política y los políticos, pero yo también tengo todo el derecho a intentar cambiar ese escepticismo".

Ahí está tocando Bradley una fibra sensible. Se presenta como ajeno a los líos de la Casa Blanca de Clinton y las zancadillas politiqueras de Washington; cultiva con mimo su imagen de integridad personal; emplea un lenguaje idealista, que se niega a aceptar las desigualdades sociales y raciales, las injusticias y la violencia; cultiva el mito del deportista que sale a ganar jugando limpio y que no da por perdido el partido hasta haber intentado la última canasta.

Gore carece de esa capacidad de ilusionar. Bradley, por el contrario, ilusiona. No se presenta como el robot perfecto que encarna Gore. Predica que sus compatriotas tienen "demasiada soledad, demasiado aislamiento, demasiado miedo", y reconoce que él mismo ha pasado por fases de depresión. Y cuando Sam Donaldson, el periodista de la cadena ABC que es el martillo de Clinton, le preguntó en directo sobre su relación con las drogas, dijo: "He consumido marihuana varias veces en mi vida, pero nunca cocaína. ¿Y usted?".

Bradley cita mucho menos a Dios que Gore o Bush, pero predica un humanismo que conecta con todo el mundo. "Hay que vivir para las pequeñas cosas", dice, "para la pregunta de un niño, el color de la hoja de un árbol, un paisaje en el que uno nunca se ha fijado pese a pasar frente a él cada día al ir al trabajo".

Es un discurso tremendamente efectivo frente a un vicepresidente al que la gran mayoría identifica con la tecnocracia y el aburrimiento. Daniel Patrick Moynihan fue el primer patriarca del Partido Demócrata en comprenderlo. El mes pasado, Moynihan, el senador por Nueva York al que aspira a suceder Hillary Clinton, anunció su pleno patrocinio a la candidatura de Bradley, y dijo en voz alta lo que todo el mundo sospecha: "Gore no tiene nada malo, excepto que no puede ser elegido presidente". Esta brecha se está ensanchando. Bob Kerrey, otro prominente barón del Partido Demócrata, y el senador demócrata Paul Wellstone han optado por apoyar a Bradley.

Las aspiraciones de Bradley frente a Gore van cuajando. En el tercer trimestre de este año, su campaña recaudó más fondos (6,7 millones de dólares) que la de Gore (6,5 millones).

Pese a todo, el vicepresidente sigue viéndose ganador. Y no sólo frente a Bradley en el pulso por la candidatura demócrata, sino frente a Bush o cualquier otro republicano en el duelo final de noviembre del 2000. El miércoles, Gore, nacido en Tennessee hace 52 años, casado y con cuatro hijos, recibió un importante patrocinio: el de la central sindical AFL-CIO, que no sólo tiene 13 millones de afiliados, sino que puede aportar a las arcas de la campaña del vicepresidente un mínimo de 40 millones de dólares. Antes lo habían hecho muchas personalidades y organizaciones, desde el actor Bill Cosby hasta la Asociación de Representantes Electos y Funcionarios Hispanos.

Lo que queda por ver es si Gore tiene posibilidades de ganar. Aún falta tiempo para las elecciones, pero su arranque ha sido muy malo. Y Bradley aprendió en las canchas de la NBA que se puede ganar al campeón y que es posible hacerlo hasta en los últimos segundos del partido.

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