La transformación del independentismo
Esquerra Republicana ha renovado a sus dirigentes y aspira a erigirse en el árbitro de los comicios
"Antes del año 2000, Cataluña proclamará su independencia". A principios de los años noventa, en plena vorágine independentista en Europa del Este como consecuencia de la desintegración de la URSS, Àngel Colom irrumpió en la política catalana con la buena nueva del independentismo, hasta entonces condenado a una situación extraparlamentaria. Colom se hizo con el control de las históricas siglas de Esquerra Republicana de Catalunya (ERC) -fundada en 1931-, rompió con su viejo ideario federalista y atrajo hacia el partido a un puñado de jóvenes activistas del nacionalismo radical. Con el entusiasmo juvenil, el salto en las autonómicas de 1992 -ERC pasó de 6 a 11 diputados- y la posterior influencia de Pilar Rahola en los centros mediáticos de Madrid, los dirigentes de ERC llegaron a creer que la independencia de Cataluña sería una realidad con el cambio de siglo.En el umbral del año 2000, de aquellas profecías ni siquiera quedan los profetas. Colom y Rahola se encuentran hoy sin partido y las elecciones autonómicas no se celebrarán marcadas por la agenda independentista, sino por el pulso entre Jordi Pujol y Pasqual Maragall, que ofrecen fórmulas distintas para culminar el encaje de Cataluña en España. La propia ERC ha hablado muy poco de independencia. Y es que el independentismo político catalán ha vivido una transformación en los últimos años. Como les gusta recordar a sus líderes, ERC ha dejado de tener la mirada puesta sólo en el horizonte de la independencia y ha construido un discurso también para el presente.
Colom y Rahola encabezaron en 1996 una de las operaciones más atípicas de la historia de la democracia española: se escindieron de un partido del que eran los máximos dirigentes y del que controlaban el aparato. Ambos creyeron que su carisma personal cotizaba más en el mercado político que unas siglas con 65 años de historia y confiaron en que su popularidad sería suficiente para levantar una nueva formación: el Partit per la Independència (PI). Se equivocaron.
El PI tuvo su bautizo electoral en las municipales y europeas del pasado 13 de junio y cosechó unos resultados catastróficos. Rahola, buque insignia del PI en el Gobierno progresista del Ayuntamiento de Barcelona, se quedó por debajo del 1%. El partido obtuvo menos de 12.000 votos en toda Cataluña e incluso Euskal Herritarrok logró más sufragios en esta comunidad que el PI en los comicios europeos. Tras el naufragio, el PI se disolvió y Colom y Rahola hicieron público su divorcio político. Colom ha creado un lobby adosado a CiU y pide el voto para Jordi Pujol, mientras que Rahola se ha situado claramente en favor del polo progresista que encabeza Pasqual Maragall.
Paradójicamente, ERC salió reforzada de la escisión de sus principales caras públicas e hizo añicos el axioma de que todos los partidos pagan sus escisiones con un retroceso en las urnas. En las pasadas municipales, Esquerra creció el 1,5% respecto a 1995, entró por primera vez en las cuatro diputaciones catalanas, tuvo un buen resultado en la ciudad de Barcelona y penetró, aunque modestamente, en su cinturón, que tiene un alto porcentaje de ciudadanos de origen inmigrante. En los comicios, ERC no sólo sobrevivió sino que presentó sus credenciales como fuerza emergente y como aspirante a erigirse en árbitro entre Pujol y Maragall, rechazando sumarse al frente de izquierdas que quiere acabar con 19 años de Gobierno de Pujol.
El artífice de la nueva Esquerra es su actual secretario general y candidato a la presidencia de la Generalitat, Josep Lluís Carod, ex marxista, ex delegado de Cultura de la primera Administración de Convergència i Unió (CiU) y ex estrecho colaborador de Colom. Él encabezó junto al hoy todopoderoso vicesecretario de Organización, Joan Puigcercós, la rebelión interna contra Colom, y ambos han impulsado el giro hacia la cotidianeidad en ERC.
Bajo su liderazgo, las alusiones a la identidad y a los símbolos nacionales han dado paso a una visión mucho más instrumental del independentismo, con más apelaciones a la cartera que al corazón: cualquier mejora en el autogobierno y en el sistema de financiación, razonan, mejoraría la situación económica de Cataluña y de todos los catalanes, hayan nacido o no en Cataluña, unas tesis coincidentes con las prioridades que CiU ha marcado para la próxima legislatura.
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