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Tribuna
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Tras las catalanas

De acuerdo con las encuestas, sólo uno de cada cinco españoles considera muy importante el resultado de las elecciones catalanas pero casi cuatro de cada cinco ciudadanos de esta comunidad las juzga tan relevantes como las generales. Las pasadas elecciones vascas, celebradas bajo los auspicios coincidentes del entusiasmo y los negros nubarrones de pesimismo producidos por el pacto de Estella, probablemente se plantearon en términos mas dramáticos para el conjunto de los españoles. Pero lo más probable es que para su destino colectivo las que se celebran el domingo próximo tengan una mucho mayor relevancia efectiva. Las vascas ofrecieron la enésima prueba de la pluralidad de un país, nacida de su pasado y constatable una y otra vez en el presente. Todo hace pensar que las catalanas se refieren mucho más al futuro y, además, del conjunto de los españoles.Se dice que cuanto haga Pujol resulta por completo previsible y consistirá en una repetición de la representación que siempre ha hecho con la misma escenografía y gestos ya bien conocidos. Hay razones, sin embargo, para no sentirse tan seguros. Da la impresión, por el contrario, de que el propio nacionalismo catalán, sin repudiar sus antecedentes y estrategias previas, considera agotado el modelo hasta ahora vigente. Fueron catalanes -de Convergència o no- quienes elaboraron, en lo esencial, el TítuloVIII de la Constitución y quienes de esta manera abordaron -de forma que desde un principio se manifestó provisional- una de las cuestiones mas decisivas de la democracia española. De ella ha derivado la organización territorial de España y, desde comienzos de la década de los noventa, un procedimiento para apuntalar los gobiernos de Madrid sin, al mismo tiempo, participar en ellos. Pero ambas fórmulas dan, hoy en día, la sensación de estar agotadas. La primera no satisface a las nacionalidades históricas y la segunda crea más males en roces y tensiones de fondo que los bienes que garantiza, medibles en términos de estabilidad.

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Desde el punto de vista del nacionalismo catalán, en esta elección no se juega un deslizamiento hacia el semiindependentismo, como quiere el PP, ni hacia la coyunda contra natura con Madrid, como afirma Esquerra. El grueso del nacionalismo catalán no ha estado ni estará por esas actitudes aunque deba satisfacer a las primeras con guiños a veces excesivos. Lo que está en lontananza es, en cambio, una reivindicación de solución global y definitiva al problema de la organización territorial de España, incluso con participación en el gobierno (o, por el contrario, una actitud de hosquedad hasta que se consiga ese objetivo). Por tanto se juega en estas elecciones hasta qué punto Jordi Pujol puede liderar un proceso desde Cataluña o, por el contrario, si se le considera superado por identificado con las fórmulas precedentes. Contra sí tiene Pujol el fastidio que convierte en inevitable pelmazo a quien concentra sobre sí los focos durante tanto tiempo. Pero el fastidio no sólo no es una actitud política sino que tampoco parece muy racional.

Maragall no es la vaciedad absoluta, como quiere Convergéncia; ni demasiado igual a Pujol, como asegura el PP, ni un peligroso aliado de comunistas, como interpretan algunos patronos. Su programa tiene atractivo, su federalismo "incluyente" -por utilizar el término de González- resulta prometedor y, aunque le ha faltado compensar más por el otro lado, domestica a los ex comunistas más que estar dominado por ellos. Ni siquiera en su caso se juega un nuevo modelo para replantear una alternativa del PSOE porque es ya evidente que no hay otra. En realidad, lo que se juega en esta elección es también otra forma de proponer la organización territorial de España desde Cataluña con otra inspiración y liderazgo. El inconveniente de Maragall es exclusivamente la propia talla de su antagonista.

En las elecciones celebradas en los últimos tiempos el ciudadano tiene cada vez más en cuenta el resultado de las encuestas. Eso añade imprevisibilidad, mayor aún cuando la distancia entre los candidatos resulta tan sutil y de matiz. De ahí que en incertidumbre y grado de interés objetivo para la mayoría de los españoles estas elecciones resulten todavía mas apasionantes que las vascas.

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