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Exceso de celo JOSEP RAMONEDA

Josep Ramoneda

CiU ha sido siempre una coalición a palos. Los periodos preelectorales acostumbran a estar llenos de tensiones por las cuotas y los lugares en las listas. Durante meses se habló de la ubicación de Duran Lleida. Acabó en el lugar número ocho. Las pláticas de la familia nacionalista forman ya parte con toda naturalidad del paisaje político catalán. Y, sin embargo, al empezar septiembre, cuando las encuestas ratificaron que esta vez la cosa iba en serio, se produjo la gran transfiguración. Duran Lleida, el diferente, el que siempre introducía algún pero a los designios pujolistas, el que se presentaba como encarnación del pactismo ya fuera con la derecha o con la izquierda, asumió de pronto el papel de hombre de mano, de mamporrero para todo exceso verbal al servicio del candidato Jordi Pujol. Y lo ha hecho con garbo, descaro y eficacia, hasta el punto de que, día a día, ha ido tapando a todos lo demás nombres ilustres de la lista de la coalición. La polémica sobre el número dos de CDC que había sido entretenimiento de precampaña ha quedado súbitamente abortada. Porque en la campaña de la coalición sólo aparecen dos. Y el segundo no es Artur Mas, el elegido, sino Duran Lleida.Pero el sacrificio de Duran, que ha renunciado momentáneamente a la identidad de partido para entregarse al servicio de la coalición, no es gratuito. Los denodados esfuerzos de ahora han de servir para poder cambiar el rumbo con mayor eficacia más tarde. Dentro y fuera de Convergència todo el mundo está especulando ya cuántos meses después de las elecciones Duran dará el primer paso para romper la coalición. Predecirlo ahora es difícil porque todo dependerá de los resultados, es decir, del escenario después de la batalla. Una victoria holgada de Pujol prolongaría la tregua, una derrota obligaría guardar el duelo durante unos meses, una victoria mínima actuaría como catalizador de las diferencias. Pero el exceso de celo de Duran es el anuncio más inequívoco de que la coalición tiene los años contados.

Si los conflictos entre CiU hubiesen seguido, un mal resultado siempre habría pesado sobre las espaldas del hermano menor de la coalición. Duran Lleida sabe que cualquier empeño de futuro pasa por demostrar que nadie ha hecho tanto como él por ganar estas elecciones. Después, todo lo demás se dará por añadidura. De lo que el electorado disponga depende el tiempo que Unió tarde a lanzarse por la senda de la ruptura. La política es así. Étienne de La Boètie lo explicó hace muchos años: complicidad sin amistad. Las circunstancias obligan ahora a Duran Lleida a escenificar la máxima complicidad, pero en cualquier momento las circunstancias pueden inducir a lo contrario, a mayor gloria propia, que es el criterio de conducta del que quiere gobernar. Y en estos casos la amistad resulta mala consejera. Los doses potenciales de Convergència -Mas y Trias- dejan hacer a Duran, optan por la discreción. Quizá está discreción les dé dividendos el día en que Duran considere que ha llegado su hora, rompa la baraja y se vaya con la música a otra parte.

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