El orejero
Los presidentes no han de ser orejeros, como el del día de autos. Ni tampoco antiorejistas. Con tener las orejas bien puestas, basta. No debe ser tan sencillo que los presidentes tengan las orejas bien puestas, a juzgar por lo que se ve. Dentro del lamentable panorama de la fiesta los presidentes son un dolor. Se salvan excepciones, naturalmente. Pero son mayoría los que están por el orejismo, los que les hacen el caldo gordo a los taurinos, y se sabe de algunos que se van a cenar con ellos, en plan compadre. Y, mientras, al respetable público ya le pueden ir dando.Claro que el respetable público da pie a estas situaciones. Una parte del público, por supuesto absolutamente respetable, en cuanto muere el toro ya está pidiendo la oreja, mejor si son dos. Ver orejas peludas, a parte del público es que le priva. Y esta inocente predilección a los presidente orejeros les viene de maravilla: en cuanto ven a los orejistas sacar el pañuelo y emprenderla a gritos, se apresuran a conceder la oreja.
Pereda / Jiménez, Moreno, Dávila
Tres primeros toros de José Luis Pereda, terciados aunque con trapío, encastados. Tres restantes de La Dehesilla, regordíos, uno devuelto por inválido, inválidos, manejables. 4º, sobrero del Conde de la Maza, bien presentado, bravo. Pepín Jiménez: pinchazo y estocada, ambos perdiendo la muleta (oreja con escasa petición y con protestas); pinchazo y estocada corta ladeada (algunas palmas y bastantes pitos cuando saluda). José Luis Moreno: pinchazo -aviso-, tres pinchazos y cuatro descabellos (protestas); dos pinchazos, otro hondo tendido, media estocada tendida y descabello (silencio). Dávila Miura: estocada contraria (silencio); media atravesada baja (silencio). Plaza de Las Ventas, 3 de octubre. 3ª corrida de feria. Cerca del lleno.
Da igual que la petición sea minoritaria. La del día de autos fue incluso insignificante y al presidente de turno le trajo sin cuidado porque concedió la oreja. De manera que esta es la noticia: Pepín Jiménez corta una oreja en la primera plaza del mundo.
Lo que hizo Pepín Jiménez no fue para tanto, si bien se mira. Hubo algo importante: la variedad de su toreo. Bendita sea la variedad. Pepín Jiménez, que toreó por derechazos y por naturales, mostró cómo se pueden repetir esas suertes sin incurririr ni en reiteración ni en monotonía. No hizo la faena de pegapases que se lleva. Alternando las series en redondo y al natural, las ejecutó distintas, de frente u ofreciendo el medio pecho, juntas las zapatillas o abierto el compás. No obstante la calidad de los muletazos se contemplaba con reservas: pocos salieron reunidos y limpios, casi todos los resolvió con enganchones o rectificando terrenos.
El epílogo de la faena sí fue de categoría, al engarzar Pepín Jiménez el pase de la firma, la trincherilla y el kirikikí con una torería excelsa. Finalmente mató a la segunda de feas maneras, soltando en ambos encuentros la muleta. Luego premiar esa labor con una oreja -y en Madrid, primera plaza del mundo- habría resultado inimaginable si no fuera porque nunca faltan orejistas desaforados ni presidentes orejeros que tienen confundida Las Ventas con una plaza de pueblo.
Y no hubo más corrida. Los espadas de la terna no estaban por la labor. A Pepín Jiménez le salió un segundo toro bravo que le desbordó. A los toros bravos ahora los llaman peligrosos. Bueno, nadie dijo nunca que los toros bravos pertenecieran a la congregación de la Madre Teresa de Calcuta. Ya se sabe lo que le dijo el maestro al principiante que deseaba le saliera un toro bravo el día de su debú en la Maestranza: "Hijo, como te salga un toro bravo vas dao".
Los toros bravos descubren a los toreros, es axioma de la fiesta. Y les pueden pegar una cornada. El toro bravo embiste codicioso y si el torero no se embragueta (con perdón), y templa y manda, acaba acosándole y corriéndole por la plaza, que es justo lo que a Pepín Jiménez le sucedió.
José Luis Moreno y Dávila Miura tuvieron unos toros manejables a los que intentaron aplicar la técnica pegapasista, sin hondura ni templanza, y consiguieron irritar a la afición. Se irritó menos la afición con Dávila Miura pues su toro de Pereda se caía mucho y el de La Dehesilla sacó media casta. Más con Moreno porque sobre torear metiendo pico y otros trucos y sufrir desarmes, estuvo mal con el acero. Claro que los desaciertos con el acero y los desarmes son susceptibles de premiarse con orejas. Depende de quién sea el artífice. Y de que haya un presidente orejero dispuesto a practicar la elegancia social del regalo.
Babelia
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