Corazón futbolero
La cultura del fútbol y la cultura del corazón se están cruzando, están tonteando, están estrechando lazos y hay rumores de boda. No se sabe para cuándo es la boda, pero quizá no esté muy lejana la fecha. Reconozco que parecían dos campos opuestos, el fútbol para los chicos y el corazón para las chicas, pero, como ocurre a veces con los opuestos, se están revelando complementarios. Cada vez con mayor frecuencia me encuentro en la sección de deportes de los medios televisivos en especial, pero también de muchos radiofónicos y de prensa, con la sensación de estar viendo, oyendo o leyendo lo que se llama "mundo del corazón". No siempre, claro; otras veces veo tratado el fútbol como una de las ciencias más complejas de la historia de la humanidad, con tan sutiles análisis de su juego y de su esencia que me río yo de la semiótica y los fractales. Pero este alto nivel es para mentes muy cultivadas. Por lo general, el noble pueblo futbolero lo que quiere es "furbo, mucho furbo". Y con tanto furbo ha caído en algo de lo que somos advertidos ya desde la Biblia: ha caído en el pecado de idolatría. Y, claro, donde hay ídolos populares, el pueblo pone corazón, mucho corazón, corazón futbolero. ¿O es que los hombres no iban a tener la posibilidad de acceder a sus programas y sus revistas de chismes, como cualquier señora de su casa? La cultura del fútbol está produciendo material informativo como nunca antes lo había hecho.Me llamarán ustedes raro, pero cada vez me cuesta más distinguir a Anelka de Rociíto. Hay momentos -y son cada vez más frecuentes- en que no sé quién es el que se ha separado y quién el que tiene depresión; de quién es el salón que muestra en su reportaje central la revista tal y de quién el comedor que aparece a todo color en la revista cual; quién tiene problemas con su pareja y quién está a punto de separarse de su club; quién se ha cortado el pelo y a quién han tenido que hacerle un empaste.
A los periodistas del corazón, el público les demandaba el parte de sus ídolos según la acreditada fórmula melo de "los famosos también lloran"; con eso les ponían altarcito en casa, los hacían suyos; lo cual enaltecía al respetable público, doraba y elevaba a los protagonistas, y los intermediarios, los periodistas del corazón, se sacaban un dinero y un poco de brillo sin tener que utilizar el cerebro. La necesidad de llenar páginas ayudó a subirse al carro a hijos, sobrinos y cuñados de los famosos. Y el rizo se rizó cuando llegamos al punto de enaltecer a seres tan insípidos como el más insípido de los lectores. A tal punto, que hubo que empezar a echar picante para que la información supiera a algo. Y en esas estamos, entre la postal y la alcoba.
Pues bien, la cosa se extiende. Vistos los pingües beneficios que genera la prensa del corazón, parece que el fútbol sigue sus pasos. La información deportiva se ha convertido en un cotilleo redondo. De vez en cuando, seguidores de Lukacs o de Foucault intentan analizar el fútbol a partir de la idea de que se trata de un juego de estrategia inteligente atravesado por felices momentos de inspiración; pero son los menos y se encaminan al arrinconamiento. Lo verdaderamente importante es saber qué hacía el entrenador tal en el retrete del restaurante cual mientras el presidente del club repetía de sorbete de limón en la mesa cuando todos sabemos que el presidente odia el sorbete de limón; o quién estaba invitado y quién no a la boda del famoso media punta del equipo líder del campeonato; o qué pinta tiene por la mañana, recién levantado, el carrilero del equipo patatín o qué desayuna y con qué atuendo el central del patatán.
Me pregunto si no tendrá que ver, además de con el pecado de idolatría y el merchandising que hoy en día acompaña a ese pecado a todas partes, con la internacionalización de la Liga española. El amor a los colores, que unía a jugadores y aficionados en una piña -y en muchas peñas- ha empezado a desvaírse de tanto lavar al equipo de una temporada a otra. Casi todos los equipos son sociedades anónimas de un solo propietario efectivo, y, bueno, no vamos a pedir amor al propietario porque ya es pasarse; sobre todo viendo quiénes son los propietarios. Ah, el amor a los colores está a punto de perderse mientras va siendo sustituido por el amor a los fichajes; pero no importa: ahora tenemos los pequeños y grandes dramas cotidianos de los futbolistas, sus hogares, sus familias, sus depresiones y sus alegrías, sus corbatas y sus automóviles, los colegios de los niños y sus madres que no hay más que una. O sea, como en nuestra casa. Y donde esté el corazón...
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.