La moral de un anguitista
Antoni Lucchetti es el único candidato que lleva barba y que se declara comunista. Ambas características son poco populares en nuestros días y, quizá por eso, las encuestas le sitúan en los últimos puestos de la parrilla de salida de una carrera electoral no apta para modestos. En el caso de Esquerra Unida i Alternativa (EUiA), la escasez de medios y de patrocinadores constituye una seña de identidad. La única solvencia de la que pueden presumir sus militantes es de índole moral, y esa nueva formación de toda la vida se agarra a ella como a un clavo ardiente para repetir un clásico discurso de izquierda clásica. La Universidad, el sindicalismo, una lectura marxista de la economía y del ejercicio de la abogacía, una militancia comunista que se remonta a 1973 y un papel determinante como concejal-Pepito Grillo en el Ayuntamiento de la Barcelona olímpica y como parlamentario autonómico marcan la identidad de este político nacido en 1940, alto y de sonrisa fácil, que, pese a haber repetido hasta la saciedad que EUiA es el referente de Izquierda Unida en Cataluña, ve como la competencia y la maquinaria mediática le definen simplemente como "anguitista".Simplifiquemos, pues: EUiA es el resultado de un demencial proceso de desnuclearización del PSUC, el partido de los comunistas catalanes que se caracterizó por tener militantes tan fieles como Josep Piqué, Jordi Solé-Tura y Josep-Miquel Abad, por poner tres de los miles de ejemplos posibles. Tras su legalización en mayo de 1977, el PSUC debió debatirse entre la responsabilidad de adaptarse a la vida democrática, el éxito electoral y el mantenimiento de unos métodos pensados para la clandestinidad. Esto generó discrepancias, conflictos, deterioros del factor humano, divorcios entre eurocomunistas y leninistas Pata Negra, cultos a la personalidad, amotinamiento de alguna que otra correa de transmisión y miles de reuniones. De tanto reunirse, unos empezaron a hartarse de los otros y, fieles a una tradición histórica marcada por el fratricidio, se inició, a la sombra de una realidad que borró el comunismo del mapa y que destiñó la consciencia de clase, una compulsiva tendencia a la escisión.
El PSUC vió nacer primero al PCC, luego sufrió un transitorio proceso de ezquizofrenia al seguir siendo lo que era y, además, constituir la locomotora de la nueva Iniciativa per Catalunya. Finalmente, una parte del convoy se salió de la vía diseñada por el ubicuo secretario general Rafael Ribó para recuperar la identidad perdida fundando el PSUC-Viu y, adosado a éste, la actual EUiA coordinada por Lucchetti. Se da la circunstancia de que en sus listas electorales se reencuentran camaradas que habían pertenecido a escisiones irreconciliables del mismo tronco psuquero y que, como los antiguos miembros de un legendario grupo de rock & roll, vuelven a reunirse con muchos más años, menos energía pero la misma inoxidable ilusión ante la gira que se avecina (aunque esta vez habrá que prescindir de los masificados pabellones de deporte y limitarse a actuar en pequeños locales). Con Lucchetti y su aspecto de miembro de Quilapayún a la cabeza, los militantes saben que a ninguno de sus dirigentes se le va a ocurrir organizar cenas con empresarios y se sienten a salvo con un coordinador general que todavía les habla de "utopía socialista" o de un "reparto más justo de la riqueza".
En las semanas previas a las elecciones, Lucchetti parece confiado. Pasa de las encuestas que le auguran un futuro cruel y, vocalizando perfectamente para que se le entienda -pertenece a una familia de actores y él mismo hizo sus pinitos en el teatro-, repite que EUiA "no desaparecerá". Su discurso está claro y recuerda efectivamente al de la IU de Julio Anguita: "Representamos la única fuerza claramente de izquierda en Cataluña". La afirmación, pronunciada con el mismo entusiasmo con el que el entrenador del Alcoyano anima a sus jugadores en el último minuto de un partido que va perdiendo por goleada, suena a otras del mismo estilo que, si se repasa la historia de la teórica izquierda auténtica, provocaron más de un disgusto a los que, preocupados por ser los únicos en tener razón, se han ido quedando solos o mal acompañados. A mucha honra, eso sí.
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