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Tribuna
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Irónica estación

Después de que todos los sondeos, incluido el de Demoscopia para EL PAÍS, pronosticaran mayoría absoluta a la suma de CiU y el PP en las catalanas, los jefes de campaña de Maragall, inasequibles al desaliento, decidieron borrar del mapa el nombre de la vetusta y gloriosa Estación de Francia (un inexplicado referente talismánico en la mitología de los socialistas catalanes, como si el racionalismo, patrimonio de la izquierda, necesitara un Lourdes para cada enfermedad). Premonitoriamente, y aunque sea por un día, le pusieron Estación Victoria.En la Estación Victoria, pues, casi en desuso, dio ayer el candidato del cambio su penúltimo mitin de precampaña. Y no se le ocurrió otra cosa que hablar de un sprint final para atrapar a Pujol, que, a todas luces, sigue por delante, ganando terreno. Sprint hacia la victoria, claro, como si se tratara de acelerar, cuando lo que precisan los socialistas, antes de echar a correr, es acertar el camino.

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Desde año y medio atrás y hasta primeros de este septiembre, Maragall se iba acercando a Pujol hasta pisarle los mismísimos talones. Pero en los últimos diez días se ha invertido la tendencia. Pujol, con el motor parado, se distancia, según coinciden en apreciar sondeos y analistas al unísono. ¿Qué as se ha sacado el viejo zorro de la manga? Le basta la inercia. Por eso se ha limitado a esconder los tintes radicales que afean su quinta legislatura para, del brazo del moderado Duran Lleida, aprestarse a iniciar la sexta. A estas alturas, Pujol no tiene secretos y Maragall es, más que nunca, un secreto.

Maragall está esotérico y Pujol en plan Pujol. ¿Por qué, por poner un ejemplo, Maragall se aferra como un oráculo en el pronóstico de, en una supuesta y próxima división de los catalanes, de seguir mandando Pujol, en vez de poner el acento en la doble ecuación "victoria de CiU igual a refuerzo Aznar", "victoria de la izquierda igual a vitaminas para el PSOE"? A lo mejor, el candidato y su cocinero de lujo, Narcís Serra, disponen de una explicación.

El mitin de ayer en la barcelonesa Estación de Francia tiene una clara lectura política. Lo hecho hasta ahora por Maragall, sus Ciutadans pel Canvi y sus alianzas por la izquierda, es insuficiente. Entre la ciudadanía cunde más el desinterés que la ilusión. Si Maragall pretendiera convertirla en serio en Estación Victoria, debería cambiar su flamante y virtual gorra de jefe de estación por la más humilde y eficaz de guardaagujas. El secreto de estas elecciones ya no está en el punto de partida ni en el nombre mágico del candidato, sino en el itinerario.

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